El invierno rondaba suave y ligero en medio de las
callejuelas estrechas y lacónicas llenas de parroquianos apurados en ese mediodía
grisáceo. Una brisa fresca recorría el lugar escabulléndose entre la gente,
azotando con amable fiereza las calles angostas del centro antiguo de la
ciudad. Marcos Aranda caminaba apurado entre la muchedumbre, con el corazón emocionado y la ilusión brotandole de la piel. Iba a su encuentro, la volvería a ver otra vez, la podría tener a su lado como había soñado esos últimos meses. Trató de calmar su respiración agitada, cerró su chaqueta negra hasta el cuello tratando de protegerse del frio, apresuró el pasó como queriendo acelerar el tiempo y luego de unos minutos de impaciente andar llegó al terminal de buses que iban al sur del país.
Un par de días antes había llegado a ese, su viejo lugar de
origen, luego de un par de años de ausencia. Poco tiempo atrás había partido a Canadá en busca de
nuevos sueños. Sus padres y hermanos habían emigrado años antes, pero por
razones de documentación él se tuvo que quedar unos cuantos años más en la
soledad de su pequeña casa hasta que después de tanta angustiosa espera
finalmente él también se aventuró a recomenzar una vida nueva lejos
de su tierra natal. Allá, lejos de sus amigos, y en un lugar totalmente
desconocido para él, tuvo que adaptarse a una diferente forma de vida.
Cuando llegó no hablaba ni una sola palabra de francés
así que tuvo que inscribirse en una escuela para inmigrantes. Debido al
problema del idioma tuvo que conformarse con trabajar en lo que sea. Empezó
limpiando oficinas en un edificio grande en medio de una urbe desconocida. En cada jornada se vestía con su uniforme limpio y bien planchado de
barrendero, arrastraba su carro de basura, sus escobas, trapeadores y otros
productos de limpieza e iba por cada piso que le tocaba limpiar tratando de
siempre llevar con él una sonrisa de esperanza.
A pesar del optimismo que cargaba, se sentía pequeño e invisible mientras hacía su trabajo. Mientras caminaba por los
pasillos llenos de gente bien vestida, veía a las personas pasar a su lado
inmutables y serias mirando a todo y a nada, sin darse cuenta de que él estaba allí,
de que también era un ser humano que existía. Caminando por allí se sentía
como uno de esos viejos muebles dejados al olvido en algún rincón de la casa.
Esos que nadie quiere o nadie recuerda. Pero a pesar de la dureza de la
situación eso nunca lo desanimó a seguir adelante.
Por las noches, luego de cenar con su familia en su
pequeño y viejo departamento, se metía a Internet y buscaba por las redes
sociales a viejos amigos con quien pudiera conversar y así hacer menos doloroso
ese proceso de cambio que había sido tan abrupto para él.
Fue por una foto que subió en sus redes sociales que
volvió a contactar a Analí Rosas, su amiga de adolescencia. Ella le puso un
comentario y él le respondió con un mensaje privado donde le preguntaba que
había sido de su vida en todos esos años que no se habían vuelto a ver. Desde
ese día ellos no dejaron de comunicarse. Pasaban las noches envueltos en largas
conversaciones. La distancia no era un impedimento para acercar sus almas
solitarias. Se ponían en videollamada y allí pasaban horas y horas contándose
sobre sus experiencias actuales y pasadas. Hablaban de los sucesos de sus días,
recordaban viejos momentos, chismeaban un poco sobre la vida de sus viejos
amigos o simplemente se ponían a cantar esas canciones románticas que a ambos
les gustaban.
Con el transcurrir de los días el sentimiento de
cariño mutuo se fue transformando. Empezaron a quererse y a
extrañarse casi sin darse cuenta. Si algún día no podían comunicarse por alguna razón,
terminaban sintiéndose vacíos con un corazón que se desesperaba por saber del
otro. Se habían convertido, sin proponérselo, en algo más que solo amigos. La nostalgia por los viejos y buenos tiempos hacia más entrañable ese sentimiento que nacía de sus almas. A pesar del dolor que pudiera surgir por no tenerse cerca sabían que siempre podian contar el uno con el otro en todo momento y para cualquier cosa. La distancia no era impedimento para mantener esa cercanía tan intima que había entre ellos, sabían que a pesar de los kilómetros nada los podía separar.. Eso era más que un simple querer. Era un
amor al cual poco a poco fueron sumergiéndose, un amor que les llenaba el alma
y les devolvía luz a sus vidas.
Habían pasado más de tres meses desde que volvieron a comunicarse. Meses en los cuales las noches de charlas se habían convertido en la mejor parte de sus dias. Un buenas noches y un te quiero se había transformado en su habitual despedida a pesar de que él se moria por expresarle todo el amor que sentía, y ella por responderle con el mismo sentimiento. El amor que había surgido en él se había convertido en algo tan grande que no pudo resistir más tenerla lejos. Así que una mañana se levantó decidido a ir a
verla. Tenía ganas de tenerla cerca, de mirarla a los ojos con dulzura, de besarla con pasión como tantas noches había soñado. Entonces decidió ahorrar algo más de dinero haciendo horas extras, trabajando los
fines de semana hasta las tres de la mañana. Nada se había vuelto más
importante que estar a su lado tan pronto como pudiera.
Llegó el verano para él y el invierno para ella. Cada
uno en un hemisferio distinto, a miles de kilómetros de distancia. Era el
tiempo esperado. Él tomó ese vuelo con la ilusión cargada en sus maletas. La volvería
a ver en persona después de tantos años de lejanía.
Protegiéndose
del ligero frío que rondaba por el centro de la ciudad, había salido en su búsqueda. Vestía
esa chaqueta oscura que su madre le había regalado en su último cumpleaños y que
sólo la había usado en ocasiones especiales. Apresuró el paso y tomó el primer bus que salía hacia la ciudad que en esos días
ella visitaba por trabajo. Lleno de ilusiones y conteniendo ese gran
sentimiento que tenía por ella se recostó en el asiento de ese viejo bus y se
puso a contar los minutos de esas dos horas de viaje.
Marcos llegó a su vida cuando ella más necesitaba de
una voz amiga que la pudiera escuchar. Alguien con quien desahogar sus penas y
sus frustraciones. Unos meses antes de reencontrarse por internet, ella había
estado lidiando con una situación difícil en su vida. Había estado casada por
casi dos años. Él era un ejecutivo importante de una compañía financiera. Se
conocieron mientras estudiaban juntos una especialización en marketing en una
prestigiosa universidad de la ciudad. No pasó mucho tiempo antes de que él le
pidiera matrimonio y se casaran. Todo fue tan rápido, apenas fueron novios un
par de meses y de pronto ya estaban en el altar dándose votos de amor y
fidelidad uno al otro. Ella pensó que él era el hombre ideal, tan caballeroso y
respetuoso con ella, siempre llevándole regalos y flores cada vez que podía. Lo
veía casi como un príncipe azul salido de algún cuento de hadas. Pero eso cambió paulatinamente una vez casados. Los primeros meses fueron como una luna de miel para ellos.
Salían mucho y viajaban cada vez que podían. Pero con el transcurrir del tiempo,
las cosas se fueron poniendo diferentes. Lo empezó a notar algo cambiado. Ya no era el
chico amable que solía ser cuando eran novios si no que su actitud hacia ella
empezó a asperarse. Le exigía que le preparara el desayuno temprano en la
mañana, que le tuviera la ropa lista para el trabajo y que se ocupara de todos
los quehaceres de la casa aun sabiendo que ella trabajaba tanto como él. Al
comienzo ella lo aguantó pues él se lo pedía con cariño, pero poco a poco eso
se fue convirtiendo en una exigencia ruda que algunas veces terminaba en
peleas. En algunas ocasiones éstas llegaban hasta los golpes. Él la
golpeaba dándole cachetadas si ella le contestaba mal, aunque ella siempre
trataba de defenderse y le respondía con empujones o arañazos hasta que él se
cansaba de discutir y se iba de la casa y no aparecía hasta el día siguiente.
Pocos meses después de casados ella empezó a recibir
cartas anónimas amenazándola, pidiéndole que dejara a su esposo pues la que
escribía supuestamente había sido el amor de su vida y que él aún la seguía
amando. En las cartas le contaba las veces que él iba a verla, las cosas sucias
que hacían en la cama y como lo consolaba cada vez que él llegaba a verla
después de una pelea con su esposa. Toda esta situación trajo el caos en su
matrimonio y luego de más de año y medio de casados ella le pidió el divorcio.
El
bus llegó a su destino a mediodía. Un sol temeroso se escondía tras unos
grisáceos estratocúmulos que adornaban el cielo invernal con figuras de
apariencia mítica. Era una ciudad cerca al mar con una brisa fresca con olor a
pescado impregnándolo todo. Ellos habían quedado en verse por la tarde luego
que ella terminará de hacer su recorrido de trabajo.
Marcos bajó cerca de la plaza principal y caminó unos
cuantos minutos en medio del caos del tráfico. Observó cada detalle del sitio,
sus calles sucias, sus autos viejos, su gente apurada y sus pocos edificios
nuevos cada cierto tramo adornando de modernidad la ciudad. Siguió así hasta
que llegó al hotel donde ella dijo que estaba hospedada.
Tomó
una habitación. Se acomodó en ella descansando unos minutos. Luego de un corto
reposo le escribió un mensaje de que había llegado. Esperó su respuesta
tranquilamente por unos minutos mientras veía algo en la televisión. Rato
después ella le respondió. Miró el mensaje con una sonrisa de ilusión y luego
se alistó para salir a comer algo.
Se
sentó en un restaurante cercano, frente a una gran ventana que daba a la plaza.
Desde allí podía divisar a la ciudad y su gente en perpetuo movimiento. Pidió
un menú de carne guisada y un refresco de cebada con piña que le hizo recordar
a los de su abuela María. Estuvo allí un buen rato y luego regresó a su
habitación con la satisfacción de una buena comida norteña en su boca.
Por la tarde salió a recorrer la plaza principal. Se
sentó en uno de los bancos de madera cerca al monumento de concreto en el
centro de la plaza y se dispuso a escribir algo en su pequeña libreta de
apuntes. Allí se pasó varios minutos sumergido en sí mismo, sin sentir la brisa
fría de la tarde despeinando sus cabellos y sin darse cuenta de esa bandada de
palomas que merodeaban curiosas buscando algo de comida cerca a sus pies. Luego
de varios minutos miró su reloj. Ya era casi la hora en que habían quedado en
encontrarse. Las palpitaciones de su corazón se aceleraron por la emoción que
lo inundaba. Su alma se moría de ansiedad mientras los segundos transcurrían y
lo acercaban a la hora del reencuentro.
Ella llegó sigilosamente por detrás de él, le tapó los
ojos con las manos y le preguntó ¿Adivina quién es? Él, tomándole suavemente
las manos, le dijo: La chica de Jalisco. Ella sonrió, recordó la canción que
ellos solían cantar años atrás en el karaoke de su casa, le respondió con una
mala imitación del acento mejicano, No te rajes, güey, quitó las manos de sus
ojos y agregó, Si, esa soy yo, y una risa juguetona y encantadora emergió de su
rostro. Él se levantó raudamente, se volteó a verla, se miraron por unos
interminables segundos con un cariño inmenso de grandes amores y luego se
fundieron en un interminable abrazo.
Esa tarde ellos caminaron abrazados por los
alrededores de la plaza mientras charlaban de todo un poco. Se sentían tan bien
estando uno al lado del otro. Como si su vida se hubiera llenado de resplandor.
Como si ya no necesitaran a nada ni a nadie más para ser felices. Luego de un
rato de caminata, cuando la tarde ya empezaba a caer, ella lo invitó a un
apacible restaurant rústico frente al mar. Allí pidieron algo de comer y
ordenaron una jarra de sangría.
Desde el antiguo balcón de madera en el que estaban
sentados la vista era magnífica. Desde allí podían divisar el cielo
hermoso y crepuscular de la tarde adornado de multicolores y con un fondo que
parecía una acuarela de fuego despidiendo al astro rey que se sumergía en el
mar. Un atardecer romántico para ese momento tan especial que ellos estaban
viviendo. Luego de comer, y con unos tragos de sangría encima ellos acercaron
sus sillas. Estaban a pocos centímetros uno del otro. Él le tomó la mano,
acarició con dulzura su rostro suave y se fue acercando lentamente hasta llegar
a sus labios. Un beso apasionado nació en ese instante y se sintieron como
transportados a un mundo etéreo y sublime en el cual la felicidad de estar uno
al lado del otro era todo lo que importaba. Ese beso solo terminó para que
ellos pudieran darse un respiro y luego volver a empezar con más vehemencia el
siguiente y el siguiente y así por varios minutos hasta que el mozo llegó a
interrumpirlos preguntándoles si deseaban otra jarra más de sangría.
Terminaron la noche bajo los faroles coloniales de la
plaza, abrazados uno del otro tratando de detener el tiempo para hacer de ese
momento de ensueño algo eterno. Allí estuvieron un buen rato hasta que ella
le dijo que tenía que ir a preparar su agenda de trabajo y a dormir pues al
siguiente día le esperaba mucho por hacer y muchos lugares que recorrer.
Caminaron tomados de la mano hacia el hotel.
Él la acompañó hasta la puerta de su habitación que estaba contigua a la suya y
allí la despedida se hizo interminable con besos que no dejaban de brotar de
sus labios. En un instante él quiso entrar con ella a la habitación, pero ella
le dijo que no, que sea un buen chico y que vaya a dormir a su cuarto. Se
dieron un último y prolongado beso y se despidieron quedando en encontrarse en
dos días en su ciudad de origen.
Los días siguientes la pasaron juntos. A veces se
encontraban a la hora de almuerzo e iban a algún lugar en el centro de la
ciudad a comer y a estar juntos por lo menos unos minutos. Por las noches,
cuando ella salía del trabajo, iban a cenar, a bailar, a algún Karaoke, o a ver
una buena película en el cine antiguo de la ciudad. Algunos días se reunían con
Cristal e iban por una pizza y unas sangrías. Ella había sido una de las
mejores amigas de ambos cuando eran adolescentes y vivían en el mismo barrio.
Para ella, ver a sus mejores amigos juntos la llenaba de alegría. Pensaba que
no podía haber pareja más perfecta que ellos. Siempre habían sido grandes
amigos, eran buenos chicos que no habían tenido suerte en el amor y que esta
vez la vida les daba una nueva oportunidad para ser felices. Un viernes
salieron los tres y otras amigas a un restaurant nuevo que habían abierto en la
ciudad. Tomaron unos tragos, se tomaron muchas fotos y bailaron toda la noche
en la gran pista de baile del lugar. La dicha iluminaba la noche mientras ellos
se divertían bailando y riendo de cualquier cosa como unos locos sanos.
Los días pasaban y a él se le iban acabando las
vacaciones. El día de su partida, Marcos se levantó muy temprano. A esa hora el
Sol apenas empezaba a mostrar su lánguido resplandor allá a lo lejos, en la
línea del horizonte. Observó por unos segundos aquel despertar suave del día a
través de los cristales húmedos de su ventana. Se sentó apoyándose sobre sus
grandes almohadas, se restregó los ojos como queriendo quitarse el sueño con
los nudillos de los dedos, dio un pequeño bostezo de gato y se levantó de la
cama.
Sus maletas ya estaban listas cerca de la puerta de su
dormitorio. Era el último día que estaría allí, era el último día que la vería
antes de partir de vuelta a tierras lejanas. Luego de bañarse con agua fría de
balde y cambiarse de ropa, se sentó en su cama, cogió su libreta de notas y se
puso a escribir largamente sobre sus días al lado de ella.
Como a las ocho de la mañana recibió un mensaje. Eran
Analí y Cristal que estaban afuera de su casa. Habían ido a despedirlo.
Estarían con él las dos horas restantes antes de su partida. Las chicas habían
llevado unos panes y unos tamales que compraron en la bodega de la esquina.
Prepararon café y se sentaron a tomar desayuno en la pequeña mesa del comedor.
Ellos intentaron pasarla bien recordando viejos
momentos. Como las reuniones en casa de Rocío Pérez donde los cuatro solían
pasar algunas tardes charlando, escuchando música, bailando cuando se podía o
intentando hacer piononos u otros dulces que no siempre terminaban bien, pero
para ellos eso no importaba, solo era una excusa para estar juntos y pasar un
buen rato. A veces también se les unía algún otro amigo del barrio y el
alboroto se hacía más grande.
Luego de terminado el desayuno, se sentaron en la sala
a seguir la tertulia mientras esperaban la hora de salida. Marcos se sentó a su
lado y todo el tiempo la tuvo abrazada o tomándole la mano o dándole besos
disimulados mientras pegaban sus rostros. Era como si no quisieran separarse,
como si quisieran que el tiempo se estirase para poder estar así, uno al lado
del otro dándose todo el cariño y el amor que brotaba de sus almas. Cristal los
acompañaba y hacia bromas como siempre, recordando las tonterías que alguna vez
hicieron estando más jóvenes. Por ratos les tomaba fotos a sus dos amigos que
se veían tan enamorados. Ella cogía la máquina fotográfica, les decía en que
pose ponerse, los miraba con cariño, daba un suspiro y luego empezaba la sesión
de fotos. Volvían a charlar un poco y luego de unos minutos alguien decía Otra
foto, otra foto y la sesión fotográfica volvía a empezar. En un momento él se
puso de pie, se acercó a la computadora que estaba en un rincón de la sala, la encendió
y luego llamó a las chicas. Antes de irnos tenemos que cantar la ranchera que
mejor nos sale, dijo Marcos. Y la única que sabemos agregó Cristal con una irónica sonrisa. Puso el karaoke en su computadora, encendió los pequeños parlantes,
cogió los audífonos con micrófono, les dijo Chicas acérquense a mí, y empezó a
sonar la música. Ay, Jalisco, Jalisco, Jalisco… ellos empezaron a cantar y se
sintieron como transportados en el tiempo, como cuando se reunían a cantar las
canciones de moda siendo adolescentes. Un día Analí les preguntó Alguien se
sabe una ranchera, y todos dijeron que no. Ella les dijo Yo me se Jalisco,
pónganla y la cantamos, solo síganme. Todos aceptaron el reto y empezaron a
cantar leyendo la letra del karaoke y siguiendo el ritmo y entonación que ella
le ponía. Desde ese día esa fue una canción infaltable en sus días de karaoke.
Cerca de las diez de la mañana, se alistaron para ir
al aeropuerto. Marcos se despidió de su tía, con quien había estado quedándose,
cargó su maleta grande y, seguido por las chicas que lo ayudaban con su mochila
y su cámara fotográfica, salieron en busca de un taxi.
Mientras el auto avanzaba él se puso a observar por
última vez las calles de su ciudad natal. Una ciudad con gran movimiento de
autos, calles bien cuidadas por algunos lados y otras más sucias, llenas de
polvo y ambulantes por otros lados. Durante todo el trayecto no soltó la mano de Analí. La acariciaba con nostalgia recordando los hermosos días de amor a su
lado.
En la sala de espera del aeropuerto se sentaron a
aguardar el anuncio de embarque que sería en pocos minutos. Allí se tomaron
unas cuántas fotos más y luego por buen rato estuvieron en silencio tomados de
las manos, queriendo sentirse uno parte del otro. La gente pasaba a su lado cargando sus equipajes y una bulla grande se formaba de rato en rato por las
despedidas de seres queridos en la puerta de embarque.
Pasados varios minutos, una voz femenina en el altavoz
del edificio anunció que era el momento de su partida. Él se puso de pie, ella
lo siguió, se miraron con todo el amor que pudieron sacar de sus corazones, se
dieron un discreto, pero profundo beso en los labios y luego caminaron hasta la
puerta de embarque. Allí se despidió de Cristal con un gran e interminable
abrazo, y aprovechó para decirle al oído Cuídala mucho, y cuídate tú también.
Luego miró a Analí, la tomó de las manos y le dijo Gracias por los bellos
momentos. Le dio un profundo y sentido abrazo como si ya no la fuera a ver
nunca más en la vida. Le dio un beso suave en los labios y luego se dirigió a
la puerta de abordaje. Desde allí les hizo adiós con las manos mientras
avanzaba arrastrando su maleta con paso parsimonioso. Marcos caminó hacia la
nave sin dejar de mirar atrás y hacer adiós a esa mujer que había llegado a
amar tan profundamente en esos días de invierno.
Esa noche mientras él viajaba de regreso ella le
escribió un mensaje. Le decía lo mucho que lo quería. Que había pasado momentos
mágicos a su lado. Le dijo que en ese momento estaba llorando porque ya no lo podía
ver. Le agradeció por todo el tiempo que pasaron juntos, por el amor
compartido. Al final del mensaje volvió a escribir Te quiero más de diez veces
con letras mayúsculas y remató con un Adiós amor, también en mayúsculas. Era su
despedida. Para ella eso era el final de esos días de ensueño. El final de ese
esporádico romance de fantasía. Fue un amor de invierno tan lindo que para ella
terminó apenas el avión despegó hacia otro país.
En cambio, para él eso había sido el comienzo de algo
grande, de un amor de verdad, de un amor que sentía que podría perdurar toda la
vida.
La
noche empezó a caer lentamente sobre la ciudad. Los días de primavera se
acercaban y el mundo empezaba a cambiar poco a poco de color. Marcos, con los
nervios erizándole la piel, se iba acercando a la casa donde sería la fiesta.
Llevaba puesta esa camisa elegante que hacía poco había comprado en una tienda
cara de Toronto. Era una camisa color vino tinto, hecha con una tela fina, de
la cual él no recordaba el nombre, y con un brillo suave que le daba un sutil
toque de modernidad que parecía sacaba de un catálogo de ropa europea. Sobre
ésta llevaba una chaqueta de cuero negra que sólo usaba para eventos
especiales.
Se encontró con Cristal en las afueras de la casa. Se
saludaron con gran emoción y empezaron a conversar sobre cómo sería el ingreso
de la banda. Marta, la hermana mayor de Analí, entraba y salía a cada minuto
preguntando si ya habían llegado los músicos y dándoles detalles de cómo estaba
avanzando todo allí adentro.
Padres, hermanos, tíos, primos y amigos más cercanos habían
llenado el gran jardín trasero donde se habían puesto unos toldos elegantes y
unas cuantas mesas para albergar a todos. Eran como treinta personas vestidas
con sus mejores trajes para pasar esa noche al lado de ella, de la cumpleañera.
Un
vehículo negro se estacionó cerca a la entrada de la casa y de allí empezó a
bajar un grupo de músicos vestidos con sus relucientes trajes de charros
mejicanos. Cargaban todo un arsenal de instrumentos.
Durante las dos últimas semanas Marcos y Cristal
habían estado coordinando a la distancia con mucho entusiasmo la sorpresa que le darían en la gran fiesta de
cumpleaños que su familia le iba a celebrar. Él con el corazón enamorado y lleno de
ilusión, decidió contratar un grupo de Mariachis y llevarle una linda serenata
nocturna. Alguna vez en su vida le había comentado a uno de sus mejores amigos
de la universidad que si algún día le llevaba una serenata de mariachis a
alguna chica sería porque él tendría la firme convicción de que la amaba de verdad y que ella sería, con toda certeza, la mujer con quien pasaría el resto
de su vida. Nadie más que la mujer elegida seria la merecedora de ese detalle
de amor y romanticismo de parte de él que de romántico no tenía mucho.
Los músicos caminaron hacia ellos con el brillo de sus
trajes iluminando la noche. Saludaron muy amablemente a Marcos y a Cristal, a
quien ya conocían por las veces que había ido a verlos para lograr el contrato
de esa noche, y esperaron hasta que les den la señal para poder ingresar a
hacer su espectáculo.
Estuvieron unos minutos interminables en el jardín
exterior de la casa esperando pacientemente. Al poco rato, Marta salió
sigilosamente a la puerta y los llamó emocionada. Ya es hora, ya es hora les
dijo en voz bajita, tratando de no echar a perder la sorpresa. Los músicos
alistaron sus instrumentos, aclararon sus voces y poniéndose raudamente en fila
empezaron a desfilar uno por uno al interior de la casa cantando Las Mañanitas
a viva voz y con los instrumentos sonando tan alto que estremecían los
cristales de las ventanas. Marcos y Cristal se colaron al desfile, apresuraron
el paso y entraron sonrientes detrás de ellos.
Cuando llegó de regreso a casa, después de esos días
inolvidables de vacaciones a su lado, Marcos Aranda se sentía agotado y melancólico. Había
pasado tantas horas incómodo en ese asiento estrecho de avión que lo único que
hizo ese día fue dormir largamente. Se despertó queriendo que su regreso sea un
sueño. Quería volver a verla.
Por varios días su mente anduvo todo el tiempo en el
limbo, como sí volara entre las nubes de los recuerdos. A cada segundo volvía a
revivir una y otra vez en su mente distraída esos pocos días de amor y de
ensueño. La vida había tomado un nuevo sentido para él. El amor por ella había
transformado todos sus planes. El único plan que le importaba en ese instante
era el de volverla a ver, de regresar y estar a su lado, de amarla y darle su
vida para que pudieran caminar juntos por el tiempo, por los años que les
quedaban por delante.
Planeó su regreso desde el momento que piso ese avión
que lo alejó de ella. Durante el vuelo pensó una y mil veces las cosas que
tenía por hacer. El amor lo haría luchar contra todo para lograr que funcione eso
tan hermoso que había nacido en sus corazones. Desde que llegó empezó a poner
en práctica su plan de retorno. Se puso a trabajar dieciocho horas al día con
tal de ahorrar suficiente dinero para su viaje, para quedarse allí hasta que
decidieran que destino tomarían en la vida. Él pensaba en un futuro a su lado,
pensaba que nada ni nadie podría impedir que ellos estén juntos, que su amor
iba a derribar cualquier barrera que se interpusiera en su camino. Durante mes
y medio se dedicó a trabajar incansablemente día y noche. Ya no se comunicaban
por las noches como antes lo hacían. Él siempre le dejaba mensajes por internet
y ella le respondía cuando su trabajo y su rutina se lo permitían. Solo un par
de noches pudieron comunicarse y conversaron de como habían estado esos días,
del trabajo, de la familia, recordaron algunos momentos divertidos juntos y se
desearon buenas noches antes de ir a dormir. En algún momento él le dijo que
pensaba volver pronto y que quizás algún día no muy lejano le iba a dar la
sorpresa. Por esos días, Marcos había empezado a mandarse mensajes con Cristal.
Él quería que ella fuese su cómplice en la sorpresa que él le pensaba dar por
su cumpleaños.
Los chicos entraron detrás de los mariachis. Estos se pararon frente a las mesas
donde estaban los invitados y continuaron cantando. Uno de ellos llamó a Analí
y empezó a cantarle una ranchera romántica. En un momento, él le puso el
sombrero mejicano y se arrodilló delante de ella como rogándole por amor
mientras cantaba, a lo que ella sólo respondía con una sonrisa y haciendo
gestos graciosos por cada ademán que el cantante hacía.
Ella estaba inmensamente bella esa noche, con su
cabello negro y lacio cayéndole suavemente por los hombros. Llevaba una
elegante blusa negra y unos pantalones beige que la hacían ver regia, con esa
figura bien formada que era envidia de más de una chica.
Terminada la canción, ella se sentó en una mesa
cercana a los músicos. Desde allí miraba a Cristal y a Marcos con unos ojos
llenos de sorpresa por lo que estaba pasando.
Los mariachis llamaron a su papá para que juntos le
cantarán una canción. Fue una canción emotiva que terminó con ella abrazando y
besando con gran amor a su querido padre cuando ésta acabó. Luego llamaron a
algunos de sus tíos con quienes también cantaron unas rancheras. Una vez
terminada esa parte del show, el mariachi agradeció a Cristal y Marcos por
haber hecho realidad esa sorpresa. Habló de que ellos eran unos grandes amigos,
que la querían mucho, y para finalizar ese pequeño discurso invitó a Marcos a
cantar una canción para su amiga.
Él miró a Cristal sorprendido, le dijo Eso no estaba planeado
Cris, y ella con una sonrisa pícara le dijo Ve, hijo, ve. Se acercó al
cantante, éste le puso el sombrero mejicano y le preguntó si conocía la canción
Si tú supieras, de Alejandro Fernández. Él no tenía la más mínima idea de que
canción era esa. Le respondió No la conozco. El cantante acercándosele al oído le
dijo No te preocupes, yo soy él que cantará tú puedes mover los labios y
ayudarme con el coro. Marcos lo miró con cierta duda y luego agregó Esta bien,
hagámoslo.
Cuando el mariachi comenzó a cantar la primera
estrofa, Marcos no sabía de qué se trataba de una declaración de amor, pero
mientras más la escuchaba empezó a sentir como si se estuviera metiendo en un
laberinto sin salida.
Si
tú supieras
Que tu recuerdo me acaricia como el viento
Que el corazón se me ha quedado sin palabras
Para decirte que es tan grande lo que siento
El mariachi cantaba con gran emoción y sentimiento,
mientras Marcos solo atinaba a mover los labios. En un momento, miró como
queriendo matar con la mirada a Cristal que seguía allí al costado sonriendo de
emoción, luego volteó la mirada hacia Analí a quien el rostro le había
cambiado, estaba roja, con una cara de molesta que intentaba disimular
esbozando una sonrisa fingida.
Ven
Entrégame tu amor
Que está mi vida en cada beso para darte
Y que se pierda en el pasado este tormento
Que no me basta el mundo entero
Para amarte
Durante
el coro el mariachi le ponía el micrófono a Marcos, y él, tratando de olvidar
que había gente allí se ponía a cantar enredando la letra según lo que él
pensaba que decía. La única parte que sabía era el comienzo de las estrofas que
decían Si tú supieras, y la parte del coro que decía Ven, entrégame tu amor, el
resto de la canción se la pasó balbuceando como un bebe que quiere aprender a
hablar. La canción se le hizo interminablemente larga. Tenía ganas de irse de allí
lo más rápido posible. Podía notar como sus amigos y familiares comentaban
sobre él. Una tía de Analí que estaba sentada a su lado le preguntó si el que
estaba cantando era su novio o si había algo entre ellos.
Cuando la canción terminó todos aplaudieron como
sorprendidos de la presencia de Marcos y se preguntaban entre ellos quien era
chico que le había dedicado esa canción de amor tan directa.
Los mariachis cantaron un par de canciones más,
hicieron que ella baile con su padre un jarabe tapatío y luego de eso se
despidieron. Todo el mundo los aplaudió mientras salían.
Los amigos salieron con ellos para
agradecerles por sus servicios y para pagarles la otra mitad de lo acordado.
Los músicos se despidieron de los chicos. Cargaron sus instrumentos en su gran vehículo
y luego uno a uno fue subiendo en él, hasta que ya listos para partir les levantaron
las manos diciéndoles adiós desde las ventanas mientras el auto avanzaba.
Cristal y Marcos se quedaron unos segundos en la
entrada de la casa y luego caminaron hacia el interior. Pero solo pudieron dar
unos pasos cuando Analí se acercó a ellos, jaló a Marcos a un lado y con una
cara de molesta le dijo que como le había hecho eso delante de su familia y
amigos. Primero que habían llevado mariachis a la casa de su tía sin pedir
permiso, que habían interrumpido el discurso de su tío porque los mariachis ingresaron
justo cuando él estaba hablando, pero lo peor de todo es como se había atrevido
a cantarle esa canción de amor delante de todos sabiendo que legalmente ella
aún seguía casada pues todavía no había salido la resolución final de divorcio.
Había tenido a todo el mundo detrás, interrogándole por ese chico que le dedicó
esa canción. Él apenas pudo hablar porque cada vez que iba a decir algo ella
lo interrumpía con otro reclamo o repitiendo los mismos reclamos que ya le había
dicho segundos antes. Estaba ofuscada por esa situación. Él sólo atinó a
pedirle disculpas, que lo único que quería era darle una linda sorpresa, que su
familia sabía de los mariachis, es más ellos fueron cómplices en esa sorpresa,
y que finalmente él no tenía la más mínima idea de que lo iban a llamar a
cantar y menos que iba a ser esa canción. Le volvió a pedir disculpas. Ella no
respondió a sus disculpas y sólo le dijo que tenía que regresar con sus
invitados. Llamó a Cristal y se fueron hacia las mesas que la llamaban para tomarse
fotos.
Marcos se quedó allí parado, inmóvil, casi petrificado en la
semioscuridad de la sala de la casa con una cierta amargura inundándole el
alma. Se puso a mirarla desde la puerta de la sala. Se la veía tan feliz
disfrutando con su gente. A él le entró una cierta nostalgia de los momentos
que pasaron juntos. Luego de un par de minutos en medio de la soledad, decidió
volver a la fiesta, se acercó a Cristal y otros chicos que estaban sentados en
una mesa llena de tragos y se dispuso a tomar una copa de vino. Cogió una copa
grande que estaba a su lado, se sirvió hasta la mitad, le preguntó a Cristal si
quería un poco, ella le dijo Solo un poquito, él le sirvió y le dijo Salud a su
amiga.
Analí se acercó a su mesa a tomarse fotos, se ubicó
lejos de él, ni siquiera lo miró cuando paso a su lado y luego prosiguió a las
demás mesas. Él conversó un poco con Cristal, le preguntó que había hecho mal,
porqué ella se había molestado tanto con él cuando solo quiso darle una
linda sorpresa, que eso lo había hecho con todo el amor del mundo y ahora se
sentía decepcionado porque las cosas no habían salido como él hubiera querido.
Ella le dijo No te preocupes amigo, ya se le pasará y todo va a volver a estar
como antes. Seguro que se sintió mal por la canción que le dedicaste. Cristal,
porqué me hicieron cantar esa canción, le preguntó él. Tú se lo pediste,
agregó. No amigo, lo que si hice fue contarle un poco de ustedes, pero le dije
que en la reunión se diría que esa era una sorpresa de sus amigos. Parece que el
muchacho se tomó algunas atribuciones, quizás con la mejor intención, pero
terminó malográndolo todo. Pero amigo, tranquilo, ya se le pasará, yo hablaré después
con ella.
Él se quedó un rato más en la fiesta. La gente empezó
a bailar. Todos se divertían a lo grande. En un momento, él se acercó a ella
para invitarla a bailar la pieza que empezaba a sonar. Ella sólo lo miró
fríamente y le dijo, No, ahora no Marcos y se fue de su lado. Él se quedó un
segundo parado en medio de la pista de baile rodeado de las parejas que ya
habían empezado a danzar esa salsa alegre que sonaba en los grandes parlantes
que rodeaban el jardín trasero de esa casa. Marcos se sintió mal ante ese
desaire y miró de lejos a Cristal, su amiga estaba distraída conversando con
otras personas. Él dio unos pasos acercándose hacia ella. Ella volteó a verlo y
él le dijo Ya me voy, no me siento bien estando acá, parece que le incomoda mi
presencia así que será mejor que me vaya. Espero que luego pueda hablar con
ella, agregó. Cuídate, amiga, nos vemos en estos días, le dijo como ya
despidiéndose con un tono de triste resignación. Se acercó a Cristal. Ella se
levantó, le dio un beso en la mejilla y le dijo Cuídate amigo. Tranquilo, yo
hablo con ella. Caminó
como un sonámbulo triste en medio de toda la gente que se divertía alrededor de
él, y así con un caminar lento y apesadumbrado salió de la casa.
Durante todo el día se la pasó dando vueltas en su
habitación tratando de entender toda la situación de la noche anterior, no
sabía por qué se había molestado tanto con él. Se reprochaba así mismo no haber
hecho las cosas de otra manera. Por momentos hasta se arrepentía de haber
vuelto a verla. Miró su celular sobre la vieja cómoda de madera al lado de la
ventana. Se acercó a él, lo miró con duda y temor por un segundo. Lo tomó en
sus manos. El corazón empezó a latirle tan rápido que parecía que quería
correrse de ese instante y fugar a la nada. Finalmente empezó a escribirle. Ella
le dijo que no podían hablar ese día ni los próximos cuatro días porque estaría
de viaje de trabajo. Le comentó que ese día estaría en el mismo lugar que se
encontraron la vez anterior, y luego iría a otras ciudades más al sur del país.
Marcos le dijo que necesitaba hablar algo importante con ella, pero que tenía
que ser en persona y que no podía esperar tantos días. La angustia por saber lo
que pasaba por su mente lo estaba matando de a pocos. Quería saber si aún lo
quería. La conversación se terminó. Ella le dijo que ya no le escriba, que iba
estar muy ocupada esos días y que no iba poder responderle. Se despidió
fríamente con un Nos vemos cuando regrese.
Marcos volvió a caminar en círculos por su habitación arrancándose
de a poco los pelos de la cabeza. De pronto se detuvo, buscó algo de ropa, la
puso en su mochila y salió corriendo.
Luego de dos horas de viaje llegó a su destino. Caminó
apresurado entre el tráfico de la ciudad que a esa hora se había vuelto algo
caótico, y casi sin darse cuenta llegó a la puerta del hotel donde ella se
hospedaba. Se acercó al recepcionista, lo saludó amablemente mientras buscaba
la billetera en su bolsillo. Pidió una habitación por una noche y luego le
preguntó al muchacho si allí se estaba hospedando Analí Rosas. El recepcionista
conocía a la mujer por quién él preguntaba. La había visto llegar tantas veces
a hospedarse en el hotel que hasta se habían vuelto amigos. Él sin pensarlo un
segundo le dijo Si, ella está aquí. Marcos le agradeció la información, le dio
unos billetes de propina y se dirigió a su habitación. Estuvo allí toda la
tarde. Durmió un ratito y luego despertó alarmado de que no le había dicho que
estaba en la ciudad. Le escribió un mensaje, ella le respondió algo molesta
preguntándole porqué le hacía eso, pero al final le dijo que se podían reunir a
las cinco de la tarde en la plaza principal.
Esa tarde caminó por un largo rato por la plaza mirando
cada detalle de ella. Observaba sus palmeras altas dando un poco de sombra a
los transeúntes mientras el sol iba cayendo hacia el horizonte. Caminó entre
las palomas que merodeaban por en medio de la plaza. En un momento él corrió
entre ellas haciendo que la bandada levantara vuelo. Estuvieron algo
alborotadas por un par de segundos, pero finalmente volvieron al piso a
picotear por el mismo lugar donde habían estado. Se paró en medio de la plaza,
miró el reloj alto de la iglesia principal y se dio cuenta que era la hora en
que habían quedado en encontrarse. Miró hacia las cuatro esquinas de la plaza
tratando de verla llegar, pero no la pudo divisar. Siguió así por varios
minutos, con una espera angustiosa carcomiéndole las entrañas, hasta que de
pronto la vio aparecer. Estaba bella como siempre. Vestía un elegante conjunto
azul que acentuaba sus delicadas curvas. Cargaba en la mano derecha su maleta
de trabajo y llevaba consigo un cansancio desapacible que le inundaba el
rostro.
Se saludaron con un beso en la mejilla. Ella se sentó
en una banca cercana y comenzaron a conversar. Tenía ese mismo gesto de molestia
entre las cejas que le había visto en la fiesta. Le reclamó porque había ido a
verla hasta allí sabiendo que estaba trabajando. Él le dijo que para él era
urgente e importante que conversaran. Cómo se te ocurre preguntar por mí en la
recepción, le dijo ella con tono frío y enfadado. Me vas a traer problemas con la compañía,
acá siempre vienen los jefes y la gente habla. Espero no meterme en problemas
por tu desatino de andar preguntando por mí, agregó. Él pidió disculpas por
eso, mientras por dentro se sentía mal por haberla puesto en esa situación.
Ella le volvió a reclamar por los mariachis, por la canción, por la
interrupción a sus familiares. Él con toda la calma y el amor del mundo trataba
de explicarle todo nuevamente, pero parecía que ella no quería oír más
explicaciones.
El día empezaba a irse y una sombra gris surgía en el
firmamento cubriendo poco a poco la ciudad. En un momento lo interrumpió y le
preguntó qué era lo que quería hablar con ella. Él tomó un respiro profundo,
subió el cierre de su casaca para evitar la brisa fresca que empezaba a soplar
en la plaza. Trató de calmar su alma y ordenar sus ideas, la miró a los ojos
con profundo cariño y sacando todo el coraje que pudo recoger en un suspiro le
dijo que la amaba, que desde el primer beso que se dieron se había dado cuenta
que ella era la mujer con quien quería pasar el resto de su vida. Lejos de ella
él era infeliz, ya nada le importaba más que amarla y darle toda la felicidad
que se merecía. Le dijo que había vuelto por ella para poder decidir que podían
hacer para que ese amor sea posible. Ella lo miraba sin inmutarse, con una
expresión gélida en su rostro moreno.
Un pequeño silencio frío se coló entre
los dos y luego ella empezó a hablar. Yo no te pedí que volvieras por mí, le
dijo muy seria. No quiero estar con nadie en este momento, agregó relajando un
poco su expresión rígida. He pasado por muchas cosas últimamente que lo único
que quiero es estar tranquila y disfrutar mi libertad. Lo que pasó entre
nosotros fue algo bello, no lo voy a negar, dijo mientras su tono de voz se
volvía más amable. Me hizo sentir amada y me devolvió las ganas de seguir
adelante con más fuerza que antes. Pero eso fue sólo un amor pasajero, que para
mí terminó el día que te fuiste. Ya no quería más llantos y sufrimiento en mi
vida. Me tocaba el tiempo de ser feliz y si entraba en una relación contigo las
cosas se pondrían difíciles por la distancia, porque alguno de los dos tendría
que abandonar sus sueños para estar con el otro, y no creo que eso sea justo.
Para mí eso que pasó entre nosotros sólo es y será un bonito recuerdo y nada
más. Así que por favor ya no me busques, podemos seguir siendo amigos, pero
nada más. Quiero estar sola. Puedes respetar eso, le preguntó firmemente.
Él la miraba con amor pero con el alma herida mientras la escuchaba hablar.
Sabía que la amaba y pensaba que finalmente había encontrado el amor de su
vida. Pero en ese instante, mientras ella le decía todo eso, su corazón se
destrozaba, sus ojos se empapaban de tristeza y sus sueños se esfumaban
dolorosamente. En ese momento quería abrazarla, darle un beso tierno para que
despierte ese sentimiento que en algún momento sintió por él, pero sabía que ya
no podía hacer nada. Que sus sueños con ella se habían roto para siempre. Así
que pensó por un segundo lo que le iba a decir, miró al cielo como queriendo
obtener alguna inspiración de la Luna menguante que adornaba el firmamento casi oscuro y
finalmente se puso a hablar, Pensé que este amor era de verdad, al menos yo lo sentí
así, pero parece que para ti no lo fue. Si ya no quieres nada conmigo entonces
respetare eso. No tengo otra alternativa. Así que si esto se terminó y ya no
hay nada que se pueda hacer entonces sólo me queda decirte Gracias. Gracias por
haberme hecho soñar con el amor, aunque no logre tener el tuyo al
menos fue lindo tenerte en ese sueño. Gracias por dejar que te ame.
Por permitir que mi corazón se enamorara perdidamente de ti y que hiciera las
locuras que hice por estar a tu lado. Gracias por haberme dado unos días
hermosos, unos días mágicos que nunca olvidaré. Esos días los puedo
calificar como entre los mejores días de mí vida. Gracias por los besos
compartidos, por el cariño transmitido en ellos y por dejar que mis labios
puedan expresarte delicadamente lo que mi corazón sentía en cada latir. Gracias
por darme la ilusión de un amor para siempre, que, aunque no se logró,
hiciste que mi corazón amara tan inmensamente que podría haber recorrido el
mundo mil veces por ti. Gracias por llamarme alguna vez Amor, porque con eso me
hiciste sentir vivo, me hiciste sentir amado, me hiciste sentir que la vida
tenía sentido. Gracias por las largas noches de conversaciones, por la compañía
nocturna, por tu sonrisa en la web, porque me enseñaste que la vida puede tener
un nuevo brillo tan solo con una sonrisa. Gracias por darme estos minutos a tu
lado, para por lo menos poder decirte Adiós amor y desahogar todos los
sentimientos guardados en mi corazón. Gracias por permitirme decirte por última
vez: TE AMO, porque de verdad te amo, te amo con toda el alma, dijo
poniendo todo su corazón en esas últimas palabras y luego con una cara llena de
resignación y tristeza le dijo Está bien, respetaré tu decisión. Espero que
sigamos siendo amigos, agregó mientras tomaba su mano la que ella alejó
suavemente de su alcance.
Le volvió a pedir disculpas por todo, le deseo
que todo le vaya bien en la vida y le dijo que podía contar con él para lo que
sea, que él siempre iba a estar allí para ella.
Analí con el rostro ya más sereno y tratando de mantenerse lo más seria posible, le dijo Gracias por entender, espero que a ti también te vaya
bien. Eres una gran persona y un mejor amigo. Luego se dispuso a recoger sus
cosas de la banca y se puso lentamente de pie. Cuídate mucho, Marcos, agregó mirándolo
con un halo de tristeza queriendo brotar en su rostro, luego dio media vuelta y
se fue caminando bajo las farolas viejas de la plaza. Él la miró mientras se
alejaba y mientras desaparecía de su vista una lágrima rodó humedeciendo su
mejilla.
Se quedó un rato más por allí, estuvo dando
vueltas por la plaza sin darse cuenta de que la noche avanzaba. En un momento
se escabulló por una calle oscura y terminó en un bar cerca al centro de la
ciudad. Allí se sentó solo, cargando sus penas y sus recuerdos. Pidió un par de
tequilas que se bebió de un sólo trago y volvió a pedir otros más. Por ratos se
reía solo, pensando en todo lo que había hecho por ella. Sentía como si hubiera
perdido la mitad de su alma y que su vida estaba incompleta. Sólo los buenos momentos
a su lado lo mantenían sin quebrarse. Volvió a su habitación sin saber cómo.
Había querido que el alcohol fuera su medicina de amor. Pero no pudo curarle
nada.
Ya en su cama se puso a observar el cielo oscuro a
través de la ventana. Las nubes grises se iban alejando, dejando más oscuridad
detrás de ellas. El sol aún estaba lejano. Aún le tomaría algunas horas antes
de volver a renacer e iluminar su mundo. Mientras los minutos pasaban una
ligera lluvia empezó a nacer. Él solo la observaba con el corazón afligido,
sintiendo como su alma también se inundaba de triste lluvia de invierno.