
La ciudad nos cuentas muchas historias que a veces nos negamos a oír. La naturaleza nos dio la facilidad de poder cerrar nuestros ojos para hacerlo cuando no queremos ver algo desagradable y nos dio los pensamientos y las preocupaciones para cerrar nuestros oídos a lo que el mundo nos dice. Si miramos a nuestro alrededor y nos fijamos solo un momento en las personas que caminan o están cerca de nosotros podemos ver que cada uno anda en su mundo y que su mundo aunque pueda ser muy cercano al nuestro es totalmente diferente. Cada uno vive su historia, cada uno asume las consecuencias de las decisiones que debemos tomar en cada segundo de nuestra vida. A veces suelo caminar por las calles y veo a la gente pasar. Observo sus miradas, sus expresiones, la forma como hablan, las preocupaciones marcadas en su rostro, los gestos que hacen, e imagino una historia para cada uno de ellos. O a veces simplemente los miro y me veo a mi mismo reflejado en ellos como alguien metido en mi mundo mientras el resto pasa sin siquiera darse cuenta de que existo, de que también pertenezco a este universo que, querámoslo o no, interrelaciona todo. Nada esta desligado al todo. Todos tenemos de alguna manera una conexión con todo y con todos, quizás con algunos una conexión muy lejana y débil pero conexión al fin. Nuestra vida está ligada al mundo y el mundo está ligado a nosotros. Cada cosa que hacemos interfiere de alguna manera en el caminar del mundo. A veces esa interferencia es imperceptible, a veces es grande, pero siempre, cada día, cambiamos el mundo querámoslo o no. Y dependerá de nosotros, del darnos cuenta de lo importante e influyentes que somos en el mundo para poder hacer algo más, algo que haga que todos podamos tomar un mejor camino.
Las historias de la calle fluyen como el viento del otoño sobre las hojas secas que revolotean por las calles y plazas. Basta con sentarse en una banca de una plaza al lado de otra persona, conversar con ella y empezar a descubrir un nuevo mundo. Los taxistas de la ciudad suelen ser una inagotable fuente de historias, con ellos puedes recorrer diferentes vidas y adentrarte a diferentes realidades, a veces poco imaginables, a veces simples y ordinarias realidades pero realidades al fin, muchas veces tan lejanas a nosotros que nos parecen sacadas de un libro de cuentos.
Hace un tiempo atrás subí a un taxi. Acababa de reunirme con una amiga que había influido mucho en mi historia personal. Estaba algo triste por unas cuantas situaciones que estaban pasando en mi vida pero que sabía que podría afrontar bien. Sin percatarme mucho de la gente a mi alrededor y sumergido en mis pensamientos y preocupaciones tome el primer auto que se me apareció en la puerta del centro comercial.

Subí pausadamente, negocie con el taxista apenas mirando su nuca y me acomodé lo mejor posible en el asiento trasero. El auto empezó su recorrido por las calles de la ciudad, yo intenté deshacerme de mis pensamientos y tratar de concentrarme en otra cosa. Empecé a mirar a la ciudad y su movimiento. Las calles estaban llenas de autos y mucha gente recorría por las avenidas. Casas grandes, casa pequeñas, jardines bien cuidados, espacios públicos llenos de tierra y basura. Mezclas y contrastes de imágenes dentro de la ciudad.
El taxista miró por el retrovisor y empezó a conversar. Gran acierto de ese viejo chofer. Imagino que con sus más de ochenta años encima y la experiencia que le ha dado la vida se había dado cuenta de mi necesidad de distracción de la mente, de la necesidad de escaparme de mis pensamientos. No recuerdo como fue pero poco a poco empezó a contarme de su vida, y yo como siempre buscando historias del mundo empecé a preguntar más sobre los detalles de su historia personal. Decidí ir guardando los detalles un algún rincón de mi mente, era una historia de amor interesante la que contaba y yo que estaba algo falto de ideas para mis cuentos decidí que era una gran ocasión para tomar esa historia y ponerla alguna vez en papel haciendo que aquello alguna vez vivido por ese viejito taxista se vuelva de alguna manera inmortal.
La charla duró lo que dura una carrera de seis soles en Trujillo. Dinero pagado por el servicio de movilidad y por la gran historia escuchada durante esos largos minutos. Al final del viaje me sentí en deuda con el anciano chofer, sentí que lo había estafado pues le había robado sus recuerdos y las enseñanzas que podía obtener de ellos. Pero el acuerdo no había sido pagar por esos detalles contados, así que sólo me quedó agradecerle muy gentilmente por el servicio al momento de bajar del auto y desearle un buen día. Una vez fuera del vehículo, y luego de cerrar la puerta del viejo auto, volví a mirar al anciano mientras él partía

a seguir trabajando para subsistir de la mejor manera en esos últimos años de su vida. Lo vi pasar frente a mí nuevamente y luego desparecer entre las avenidas que se volvieron a tragar su vida. Al verlo esa vez frente a mí, sentado delante del volante con ese gesto sereno y casi sonriente me di cuenta que esa persona ya no era la misma para mí. El saber su historia lo había transformado ante mis ojos. Ya no era un desconocido más que pasaba con su auto haciendo taxi como aquellos que vemos todos los días, si no que era una persona con una gran historia personal. Una historia como la tuya y como la mía. Una historia que las personas que nos ven caminar por las calles ni siquiera se imaginan, pero estoy seguro que si la supieran nos mirarían de una manera muy diferente, ya no seriamos unos simples desconocidos para ellos, sino un ser humano como ellos. Un ser humano con una historia personal importante, una historia de vida que nos da vida.