"Por muy larga que sea la tormenta, el sol siempre vuelve a brillar entre las nubes" -Jalil Gibran
Era una noche tranquila de verano. La Luna en su cuarto menguante aparecía tímidamente tras unas ralas nubes grises en ese oscuro y profundo firmamento que envolvía la ciudad. Pablo Caminos había salido temprano de la soledad de su departamento a unos pocos kilómetros de allí, tomó el metro que lo llevó al centro de la ciudad y estuvo deambulando pensativo entre aquellas calles antiguas que a esa hora de la noche estaban atiborradas de gente haciendo compras de última hora para los festejos de año nuevo. Entre esos pensamientos que le inundaban la mente estaban el hecho de que con casi cuarenta años seguía solo, sin una pareja estable, sin nadie especial con quien compartir sus días. Durante mucho tiempo buscó entre tantas mujeres el amor de su vida, alguien con quien pudiera entenderse y complementarse bien, pero no pudo hallarla. Solo había una persona en el mundo que cumplía con todo lo que él estaba buscando, pero esa persona se había ido de su vida hace mucho y no la había vuelto a ver más.
Ni los ruidos de las tiendas con su música en alto volumen, ni los
murmullos de la gente, ni los gritos de los ambulantes que ofrecían su mercadería
a orillas de las veredas lo hacían salir de sus cavilaciones. De pronto, de la
nada, sintió una ligera mano tocándole el hombro. Él despertó de ese letargo
mental, observó la ciudad por primera vez luego de muchos minutos de ausencia,
y volteó a ver quién lo había tocado. Giró la cabeza lentamente y se encontró
de pronto con una sonrisa amplia que acompañaba unos ojos llenos de brillo y
emoción de aquella mujer que estaba allí a su lado. Él sonrió sin darse cuenta,
la miró unos segundos a los ojos y luego miró sus labios. Eran esos mismos
labios que a él le encantaba besar con febril frenesí en la época en que se veían
a escondidas. Ella correspondió esa mirada con una llena de emoción y cariño profundo, ese que siempre había tenido por él desde el primer beso que se dieron siendo aún pequeños. Miró sutilmente sus labios y un ligero deseo empezó a surgir en su interior. Tras
unas breves palabras de saludo y un abrazo intenso, él la
invitó a tomar unos tragos en uno de esos restaurantes en medio del boulevard
lleno de gente y bohemia del fin de semana.
Conversaron un
poco sobre lo que había pasado en sus vidas durante todos esos años que no se
habían visto. Entre otras cosas ella le contó que meses atrás había recobrado
su libertad. Se había divorciado del que fuera su esposo por muchos años. Una
tarde que regresó temprano a buscar unos documentos que había olvidado lo
encontró infraganti. Estaba en su propia cama metido con una mujer joven, que después
se enteró que era su secretaria. Ella en un arranque de furia fue a la cocina,
cogió una sartén de hierro que estaba sobre la estufa y regresó para agarrarlo
a golpes. Así fue como lo expulsó para siempre de su casa y de su vida. Pasó
por meses oscuros con la depresión invadiéndole el alma hasta que un día decidió dejar todo atrás y recomenzar su vida de nuevo.
Sentados muy cerca uno al otro, con unos tragos encima, la intensidad de sus miradas se encendian. La pasión que alguna vez los embargó años atrás volvia a resurgir. Ella le tomó la mano sin disimulo mientras le preguntaba si tenia a alguien especial en su vida. Él le contó con cierta melancolía que había tenido algunos amores pasajeros durante esos últimos años, pero nunca pudo hallar el amor verdadero. Alguien con quien pudiera sentirse vivo y amado, alguien con quien pudiera disfrutar hasta los pequeños momentos de la vida. Así que sólo se dedicó a divertirse y vivir el momento sin complicarse con compromisos de amor. Pero en los últimos tiempos había empezado a sentir un frío vacío en su vida y al sentir su alma así, envuelta en un suspiro lánguido de desolación, había decidido que debía tomar otro rumbo y buscar una compañera con quien compartir el resto de sus días. Pero aún no había tenido la fortuna de encontrarla.
Ya con el deseo encendido a flor de piel, fueron recordando sus viejos tiempos de amantes clandestinos. Eso había sido algunos años atrás, cuando eran mucho más jovenes y locos. Recordaron esos días en los que ellos se
escapaban a la hora del almuerzo de sus respectivos trabajos para encontrarse a
escondidas en algún recóndito motel de la ciudad. Nadie debía verlos pues para
todo el mundo ellos solo eran buenos amigos. En ese tiempo, cada uno sabía que
el otro tenía pareja, pero para ellos el deseo carnal y las ganas de estar
juntos era tan fuerte que no podían evitar estar sin sentir sus cuerpos y
hacerse el amor hasta saciarse.
Se habían conocido
en el barrio de San Gerónimo siendo muy pequeños. Ella vivía a tres puertas
de la casa de Pablo y fue allí, en ese barrio antiguo y polvoriento, donde se dieron los primeros
besos. En aquel entonces, eran apenas unos niños que estaban empezando a
crecer y a sentir esas cosas que la adolescencia traía consigo. El despertar
del amor, la ilusión y la pasión iban apoderándose de sus jóvenes cuerpos.
Fueron novios a escondidas durante muchos meses. Los padres de ella eran muy
celosos y conservadores, pero conocían a Pablo desde muy pequeño y sabían que
era un buen niño y lo dejaban siempre ir a verla para ir al parque a montar
bicicleta. Ellos siempre llevaron su relación a escondidas. Sus padres no debían
enterarse sino todo se vendría abajo. El de ellos era un amor puro y sincero,
algo mágico que ellos experimentaban por primera vez. Ella se convirtió para él
en el más grande y único amor de su vida. Su primer y único amor de
verdad.
A veces, con el pretexto de salir al
parque, los chicos se escapan hasta la playa, a un lugar lejos del mundo para
estar solos jugueteando, riéndose y dándose todos los besos que podían.
Lamentablemente para ellos esta relación no duró mucho tiempo pues al año siguiente ella se fue a vivir a un barrio lejano y no volvieron a verse por varios años.
Fue en una fiesta
de la Universidad que se volvieron a encontrar. Él la reconoció a lo lejos.
Ella estaba allí sentada con unas personas bebiendo cerveza en medio de una
amena charla. Estaba bella, y vestía muy sensual. Llevaba un pequeño vestido
negro que le hacía mostrar la belleza de sus piernas. Él se fue acercando poco
a poco hacía ella cuando, de pronto, un chico alto y delgado se le aproximó por
la espalda, la besó súbitamente en los labios, le dijo un par de palabras y se
fue. Él quiso dar vuelta y regresar con sus amigos, pero repentinamente sus
miradas se cruzaron y ella muy emocionada le levantó la mano haciéndole un
gesto para que se acerque. Esa noche bailaron cada pieza musical que pudieron.
Entre canciones que iban y venían, él le preguntó por el chico con quien estaba
y ella le comentó que era su enamorado, el cual se había tenido que ir a una
reunión de su familia y la había dejado allí con sus amigos. A ella le gustaba
la salsa sensual y cuando sonaban esas canciones ella aprovechaba para coquetearle con esa
sensualidad felina que llevaba en el alma. A él le volvió a resurgir aquel
sentimiento tan grande que tenía hacía ella, y en un momento de arrebato la
besó en medio de la pista de baile.
Pasaron toda la
noche juntos, primero en la fiesta y luego en un cuarto de hotel. Él la había
llevado a uno cerca del centro de la ciudad y allí con todo el fuego que traían
encendido desde que se vieron él la hizo suya más de una vez mientras
desbordaban pasión por cada rincón de la habitación. Pero ese reencuentro
íntimo terminó a la mañana siguiente sin él enterarse pues ella se fue a
escondidas mientras él dormía agotado sobre su torso desnudo. Ella quiso darle
un beso de despedida, pero luego se arrepintió y se fue sin decir adiós. Él
trató de buscarla durante muchos días, quería saber más de ella, quería hacer
el intento por conquistarla de nuevo, pero no pudo, a pesar de todos los
esfuerzos que hizo ella no volvió a aparecer.
Pocos años más tarde
mientras andaba tranquilo por el centro de la ciudad la volvió a ver. La
observó algo distraída mientras caminaba hacia él. Estaba elegantemente
vestida, con un aire de mujer sofisticada que la envolvía completamente.
Llevaba consigo ese caminar seductor que hacía voltear a más de un parroquiano
que pasaba por allí. Estaba mucho más bella que antes. Su piel bronceada la hacía
ver atractiva, y su gran sonrisa hermosa lo cautivaba mientras él la veía
acercarse. Estando a pocos metros de distancia, ella finalmente lo reconoció.
Su rostro se iluminó como un sol de primavera y una sonrisa gigante inundó su
alma. Ambos apresuraron el paso hasta quedar uno frente al otro. Él levantó los
brazos y ella se metió entre ellos hasta fundirse en un gran abrazo que duró
unos interminables segundos. Se saludaron con un cariño inmenso de grandes y
viejos amigos. Conversaron un poco mientras él la acompañaba hasta una oficina
de abogados donde ella trabajaba. Entre otras cosas ella le contó que estaba de
novia y que en pocos meses se casaría. A él le dolió un poco esa noticia sin
saber porqué. Él entró con ella a su oficina y allí continuaron charlando. Él
trabajaba muy cerca de allí así que quedaron para ir a comer algo cuando
salieran del trabajo.
Esa tarde fueron a
un pequeño bar-restaurante que estaba algo escondido en medio de uno de los
barrios centrales de la ciudad. Allí comieron algo y pidieron unas cervezas.
Las botellas iban llegando mientras continuaban la conversación tan amenamente.
En algún momento ella le contó que su novio trabajaba en una ciudad a tres
horas de donde estaban y que solo volvía a verla los fines de semana. Habían
estado tomando por un buen rato, hasta que, en un momento, algo ya pasada de
tragos, ella le dijo que tenian que irse. Pidieron la cuenta y salieron del lugar.
Caminaron un rato por las callejuelas oscuras. La luz de los faroles de la
calle por donde pasaban apenas hacía esconder la penumbra. Ellos iban abrazados
como dos locos enamorados. De pronto, con esa voz suave de adolescente que
tenía le susurró algo al oído. Le estaba pidiendo que la llevará a algún lugar
que tuviera baño, que tenía una gran urgencia. En medio de esas calles había
solo casas a su alrededor, no había lugar donde llevarla, así que cuando
apareció por entre la penumbra un taxi amarillo él la trepó allí, subió al
auto, le dijo algo al taxista y este partió inmediatamente a su destino. En el
camino los besos y las caricias no paraban, parecían que se iban a devorar
vivos de pasión. A los pocos minutos el auto llegó al lugar. Una gran puerta se
abrió y el auto entró hasta una cochera. Ellos sabían dónde estaban. Él le pagó
al taxista y fue a hablar con el señor que los había guiado hasta su cabaña. Luego
de una breve conversación, él fue a su encuentro, caminó con ella hasta la
habitación y luego entraron sutilmente. Adentro, él la tomó entre sus brazos y
comenzó a besarla. Ella le seguía el ritmo en esa cadencia de ósculos de fuego.
En un momento se detuvo, le dijo espérame un segundo, y entró al baño. Pocos
minutos después salió llevando poca ropa consigo. Él fue a su encuentro, la
tomó entre sus brazos y poco a poco y sin despegársele la llevó a besos a la
cama. Esa noche hicieron el amor tantas veces como pudieron. Él estaba feliz de
tenerla otra vez a su lado, aunque en su corazón sabía que esa relación no
tendría futuro.
Desde ese día
ellos empezaron a verse todas las semanas. Salían a mediodía del trabajo, se
iban a comer algo a algún lado y luego terminaban en el motel de siempre
haciendo el amor hasta que llegaba la hora de regresar a la oficina. Decidieron
mantener esa relación a escondidas. Nadie, ni las personas más cercanas a ellos
sabían de ese romance secreto. Solo sabían que eran viejos y buenos amigos, y
nada más. Nunca hablaron de dejar a sus parejas y para ellos estaba claro que
eso sólo era una relación carnal. Amigos con derechos, pero amigos al fin.
Aunque él hubiera querido que eso se convirtiera en algo más.
En ese tiempo, él
mantenía una relación a distancia con su novia. Llevaban juntos casi cinco
años, pero hacia año y medio que ella se había ido a vivir al extranjero. Aun así,
decidieron mantener viva la relación. Él le dijo que buscaría la forma de irse
con ella un día no muy lejano y ella decidió esperarlo.
Esa relación
clandestina, de pasionales encuentros a escondidas, duró más de un año. Aunque
a los pocos meses del primer encuentro tuvieron que cambiar un poco sus rutinas
amatorias. El novio de ella había sido promovido a gerente regional así que
algunos días de la semana él iba a la ciudad y se encontraban. Poco a poco sus
salidas se fueron reduciendo a un sólo día de la semana. Los miércoles eran los días en que no había peligro que el novio vaya, porque ese día él tenía reunión
en la sede central con el resto de los gerentes.
Ellos se empezaron
a llamar así mismo los "amigos de miércoles" pues ese era el único día
en que podían verse y dejar fluir la pasión que tenian sobre sí. Sus encuentros
clandestinos terminaban, después del hacer el amor, con ellos charlando como
buenos amigos, recostados, desnudos uno al lado del otro contándose la vida y
las vicisitudes que podían tener con su pareja de ese entonces.
Luego de más de un
año de ser amantes la relación tuvo que terminar. El novio de ella fue
trasladado a trabajar a la ciudad y al poco tiempo de él regresar se
casaron.
Antes de casarse, él la vio un par de veces a escondidas en ese lugar secreto
que tenian. La última vez que se vieron allí ella le pidió que no la busque más
que ese iba a ser su último día juntos. Él, a pesar de que siempre supo que
nunca podrían estar juntos, tuvo un sentimiento extraño de vacío y tristeza
cuando la dejó ir de su vida esa tarde de primavera.
Pocos días antes
de esa despedida, la relación de él con su novia se había terminado. Ella había
regresado de viaje para visitar a su familia y ver en que iba a acabar esa
relación. Ella se había dado cuenta que él había cambiado mucho últimamente.
Estaba más frío y callado que antes. Ya no era más el chico romántico y
detallista que solía ser. Ella sospechaba que podría existir otra persona en su
vida y poco antes de viajar le preguntó eso por teléfono, pero él fría y
calmadamente negó que hubiera alguien más en su vida. Así que ella, que no se
quería quedar con la duda, le encargó a un amigo que trabajaba como detective
privado para que lo siguiera. Él estuvo detrás de Pablo por un par de semanas.
En esas dos semanas descubrió que cada miércoles a mediodía él salía de su
trabajo, tomaba un taxi y luego se dirigía hacia el centro de la ciudad, se
paraba unos segundos en la puerta de un viejo y oscuro edificio, allí subía una
mujer joven, elegantemente vestida, luego se dirigían a un restaurante cercano
y finalmente terminaban en un motel de amantes cerca a la playa. Allí el auto
desaparecía detrás de una gran puerta para en pocos minutos salir vacío.
La tarde en que él
se reencontró con su novia, ella ya estaba decidida a dejarlo. Se reunieron en
la puerta de su casa y de allí salieron a caminar por un parque cercano. Allí
ella le volvió a preguntar si tenía alguien más en su vida, y él con un rostro
indignado y dolido por la desconfianza le dijo que no, que como podía pensar
eso de él, que él la quería mucho. Ella lo invitó a sentarse en una banca. Los árboles
frondosos les daban sombra en ese cálido día de primavera. Ella le mostró las
fotos que el detective le había dado. En ellas se veía todo el recorrido que
cada miércoles hacía, desde el momento en que tomaba el auto hasta el momento
que este los llevaba a ese motel para amantes. A pesar de las evidencias él lo
negó, le dijo que él no era el de las fotos y que tampoco se podía ver si era
realmente él el que terminaba entrando a ese lugar del placer. Aún a pesar de
su negativa ella le dijo que no quería volverlo a ver más en su vida, que lo
odiaba por lo que le había hecho, y que era un cobarde por no reconocer que había
jodido una relación de tantos años. Él quiso abrazarla mientras a ella se le
caían unas lágrimas, pero lo rechazó, lo empujó a un lado y se fue, dejándolo
allí solo en medio de la gente que deambulaba por el parque.
La noche fue
avanzando con pasos oscuros y festivos en medio de la parranda que se vivía en
el área donde ellos disfrutaban su reencuentro. En un momento, después de
muchos tragos encima, ella se sentó en su regazo y empezó a besarlo sin
importarle que el resto los miraba sin disimulo. Él se dejó besar por un rato,
pero luego le dijo que volviera a su sitio, terminaran sus tragos y luego podrían
ir a un lugar más privado a estar juntos. Ella lo volvió a besar con pasión y
regresó a su silla. Repentinamente, como un hechizo echado sobre el cielo de la
ciudad, este empezó a llenarse de nubes negras como un manto fúnebre que empezó
a cubrirlo con furiosa rapidez. La brisa fresca de la noche se transformó en
vientos huracanados que empezaron a azotar todo el lugar. La gente alarmada y
temerosa empezó a acelerar el paso a casa o a buscar refugio en algún lugar.
Ellos que habían estado sentados en las mesas de afuera disfrutando de la luz
de la Luna y viendo pasar a la gente, tuvieron que irse de allí. Una tormenta
repentina se había formado a orillas de la playa cercana y amenazaba con
descargar su fuerza sobre la costa. Pablo la cogió de la mano y se la llevó
casi corriendo a buscar refugio. Recorrieron unas calles oscuras en medio del
aguacero infernal que caía, hasta que lograron divisar un hotel cercano. Él la cubría
con su chaqueta para que no se mojara y así abrazados y empapados terminaron en
el lobby de ese hotel. Cuando finalmente se pusieron a buen recaudo, ella lo
volvió a mirar a los ojos, le jaló el rostro hacia sus labios y lo besó allí
frente a todos. Él la abrazó con pasión y ternura, y así estuvieron unos
segundos hasta que ella le dijo que fueran a una habitación que quería sentirlo
más cerca.
Algo agotados
después de amarse con locura y frenesí, se quedaron tendidos sobre la cama
abrazados uno del otro. Desde allí podían sentir como la tormenta se alejaba,
los truenos y relámpagos ya casi no se percibían y una calma empezaba a nacer
en la noche. De pronto, el gran reloj de la plaza de armas empezó a tocar sus
campanadas de medianoche. Él la tomó de la mano y se dirigieron emocionados
hacia la ventana desde donde se podía ver la ciudad vacía. Las campanas dejaron
de sonar, terminaron de dar los doce y toda la ciudad dio un grito de júbilo
dándole la bienvenida al nuevo año. Luego empezaron a surgir unas luces fugaces
en el cielo, eran los fuegos artificiales que habían empezado a emerger estallando
sobre las casas, iluminando de colores la noche. Él se volvió hacia ella la besó
con dulzura y mirándola con todo el amor que pudo surgir de sus ojos le dijo,
Feliz año nuevo, mi amor.
Aquella noche en medio de la gran tormenta que azotaba la ciudad ellos se habían vuelto a amar con esa pasión que nunca había dejado de latir en sus corazones. No les había importado el diluvio de allá fuera, ni los truenos y relámpagos que inundaban la noche, no les importaba si el mundo se caía a pedazos. Solo les importaba volver a tenerse uno al otro como cuando mantenían esa relación clandestina, como cuando eran unos niños amándose a orillas del mar. Ya no les importaba nada, sólo querían estar juntos, amándose con esa gran pasión que había persistido en sus almas por tantos años.
Desde aquella
noche tormentosa no volvieron a separarse más.