19 noviembre 2021

Noche de Tormenta

                                          "Por muy larga que sea la tormenta, el sol siempre vuelve a brillar entre las nubes" -Jalil Gibran 

              Era una noche tranquila de verano. La Luna en su cuarto menguante aparecía tímidamente tras unas ralas nubes grises en ese oscuro y profundo firmamento que envolvía la ciudad. Pablo Caminos había salido temprano de la soledad de su departamento a unos pocos kilómetros de allí, tomó el metro que lo llevó al centro de la ciudad y estuvo deambulando pensativo entre aquellas calles antiguas que a esa hora de la noche estaban atiborradas de gente haciendo compras de última hora para los festejos de año nuevo. Entre esos pensamientos que le inundaban la mente estaban el hecho de que con casi cuarenta años seguía solo, sin una pareja estable, sin nadie especial con quien compartir sus días. Durante mucho tiempo buscó entre tantas mujeres el amor de su vida, alguien con quien pudiera entenderse y complementarse bien, pero no pudo hallarla. Solo había una persona en el mundo que cumplía con todo lo que él estaba buscando, pero esa persona se había ido de su vida hace mucho y no la había vuelto a ver más.

Ni los ruidos de las tiendas con su música en alto volumen, ni los murmullos de la gente, ni los gritos de los ambulantes que ofrecían su mercadería a orillas de las veredas lo hacían salir de sus cavilaciones. De pronto, de la nada, sintió una ligera mano tocándole el hombro. Él despertó de ese letargo mental, observó la ciudad por primera vez luego de muchos minutos de ausencia, y volteó a ver quién lo había tocado. Giró la cabeza lentamente y se encontró de pronto con una sonrisa amplia que acompañaba unos ojos llenos de brillo y emoción de aquella mujer que estaba allí a su lado. Él sonrió sin darse cuenta, la miró unos segundos a los ojos y luego miró sus labios. Eran esos mismos labios que a él le encantaba besar con febril frenesí en la época en que se veían a escondidas. Ella correspondió esa mirada con una llena de emoción y cariño profundo, ese que siempre había tenido por él desde el primer beso que se dieron siendo aún pequeños. Miró sutilmente sus labios y un ligero deseo empezó a surgir en su interior. Tras unas breves palabras de saludo y un abrazo intenso, él la invitó a tomar unos tragos en uno de esos restaurantes en medio del boulevard lleno de gente y bohemia del fin de semana.

 Conversaron un poco sobre lo que había pasado en sus vidas durante todos esos años que no se habían visto. Entre otras cosas ella le contó que meses atrás había recobrado su libertad. Se había divorciado del que fuera su esposo por muchos años. Una tarde que regresó temprano a buscar unos documentos que había olvidado lo encontró infraganti. Estaba en su propia cama metido con una mujer joven, que después se enteró que era su secretaria. Ella en un arranque de furia fue a la cocina, cogió una sartén de hierro que estaba sobre la estufa y regresó para agarrarlo a golpes. Así fue como lo expulsó para siempre de su casa y de su vida. Pasó por meses oscuros con la depresión invadiéndole el alma hasta que un día decidió dejar todo atrás y recomenzar su vida de nuevo.

 Sentados muy cerca uno al otro, con unos tragos encima, la intensidad de sus miradas se encendian. La pasión que alguna vez los embargó años atrás volvia a resurgir. Ella le tomó la mano sin disimulo mientras le preguntaba si tenia a alguien especial en su vida. Él le contó con cierta melancolía que había tenido algunos amores pasajeros durante esos últimos años, pero nunca pudo hallar el amor verdadero. Alguien con quien pudiera sentirse vivo y amado, alguien con quien pudiera disfrutar hasta los pequeños momentos de la vida. Así que sólo se dedicó a divertirse y vivir el momento sin complicarse con compromisos de amor. Pero en los últimos tiempos había empezado a sentir un frío vacío en su vida y al sentir su alma así, envuelta en un suspiro lánguido de desolación, había decidido que debía tomar otro rumbo y buscar una compañera con quien compartir el resto de sus días. Pero aún no había tenido la fortuna de encontrarla.

   Ya con el deseo encendido a flor de piel, fueron recordando sus viejos tiempos de amantes clandestinos. Eso había sido algunos años atrás, cuando eran mucho más jovenes y locos. Recordaron esos días en los que ellos se escapaban a la hora del almuerzo de sus respectivos trabajos para encontrarse a escondidas en algún recóndito motel de la ciudad. Nadie debía verlos pues para todo el mundo ellos solo eran buenos amigos. En ese tiempo, cada uno sabía que el otro tenía pareja, pero para ellos el deseo carnal y las ganas de estar juntos era tan fuerte que no podían evitar estar sin sentir sus cuerpos y hacerse el amor hasta saciarse.

  Se habían conocido en el barrio de San Gerónimo siendo muy pequeños. Ella vivía a tres puertas de la casa de Pablo y fue allí, en ese barrio antiguo y polvoriento, donde se dieron los primeros besos. En aquel entonces, eran apenas unos niños que estaban empezando a crecer y a sentir esas cosas que la adolescencia traía consigo. El despertar del amor, la ilusión y la pasión iban apoderándose de sus jóvenes cuerpos. Fueron novios a escondidas durante muchos meses. Los padres de ella eran muy celosos y conservadores, pero conocían a Pablo desde muy pequeño y sabían que era un buen niño y lo dejaban siempre ir a verla para ir al parque a montar bicicleta. Ellos siempre llevaron su relación a escondidas. Sus padres no debían enterarse sino todo se vendría abajo. El de ellos era un amor puro y sincero, algo mágico que ellos experimentaban por primera vez. Ella se convirtió para él en el más grande y único amor de su vida. Su primer y único amor de verdad. 
  A veces, con el pretexto de salir al parque, los chicos se escapan hasta la playa, a un lugar lejos del mundo para estar solos jugueteando, riéndose y dándose todos los besos que podían. Lamentablemente para ellos esta relación no duró mucho tiempo pues al año siguiente ella se fue a vivir a un barrio lejano y no volvieron a verse por varios años.

  Fue en una fiesta de la Universidad que se volvieron a encontrar. Él la reconoció a lo lejos. Ella estaba allí sentada con unas personas bebiendo cerveza en medio de una amena charla. Estaba bella, y vestía muy sensual. Llevaba un pequeño vestido negro que le hacía mostrar la belleza de sus piernas. Él se fue acercando poco a poco hacía ella cuando, de pronto, un chico alto y delgado se le aproximó por la espalda, la besó súbitamente en los labios, le dijo un par de palabras y se fue. Él quiso dar vuelta y regresar con sus amigos, pero repentinamente sus miradas se cruzaron y ella muy emocionada le levantó la mano haciéndole un gesto para que se acerque. Esa noche bailaron cada pieza musical que pudieron. Entre canciones que iban y venían, él le preguntó por el chico con quien estaba y ella le comentó que era su enamorado, el cual se había tenido que ir a una reunión de su familia y la había dejado allí con sus amigos. A ella le gustaba la salsa sensual y cuando sonaban esas canciones ella aprovechaba para coquetearle con esa sensualidad felina que llevaba en el alma. A él le volvió a resurgir aquel sentimiento tan grande que tenía hacía ella, y en un momento de arrebato la besó en medio de la pista de baile.

  Pasaron toda la noche juntos, primero en la fiesta y luego en un cuarto de hotel. Él la había llevado a uno cerca del centro de la ciudad y allí con todo el fuego que traían encendido desde que se vieron él la hizo suya más de una vez mientras desbordaban pasión por cada rincón de la habitación. Pero ese reencuentro íntimo terminó a la mañana siguiente sin él enterarse pues ella se fue a escondidas mientras él dormía agotado sobre su torso desnudo. Ella quiso darle un beso de despedida, pero luego se arrepintió y se fue sin decir adiós. Él trató de buscarla durante muchos días, quería saber más de ella, quería hacer el intento por conquistarla de nuevo, pero no pudo, a pesar de todos los esfuerzos que hizo ella no volvió a aparecer.

  Pocos años más tarde mientras andaba tranquilo por el centro de la ciudad la volvió a ver. La observó algo distraída mientras caminaba hacia él.  Estaba elegantemente vestida, con un aire de mujer sofisticada que la envolvía completamente. Llevaba consigo ese caminar seductor que hacía voltear a más de un parroquiano que pasaba por allí. Estaba mucho más bella que antes. Su piel bronceada la hacía ver atractiva, y su gran sonrisa hermosa lo cautivaba mientras él la veía acercarse. Estando a pocos metros de distancia, ella finalmente lo reconoció. Su rostro se iluminó como un sol de primavera y una sonrisa gigante inundó su alma. Ambos apresuraron el paso hasta quedar uno frente al otro. Él levantó los brazos y ella se metió entre ellos hasta fundirse en un gran abrazo que duró unos interminables segundos. Se saludaron con un cariño inmenso de grandes y viejos amigos. Conversaron un poco mientras él la acompañaba hasta una oficina de abogados donde ella trabajaba. Entre otras cosas ella le contó que estaba de novia y que en pocos meses se casaría. A él le dolió un poco esa noticia sin saber porqué. Él entró con ella a su oficina y allí continuaron charlando. Él trabajaba muy cerca de allí así que quedaron para ir a comer algo cuando salieran del trabajo.

  Esa tarde fueron a un pequeño bar-restaurante que estaba algo escondido en medio de uno de los barrios centrales de la ciudad. Allí comieron algo y pidieron unas cervezas. Las botellas iban llegando mientras continuaban la conversación tan amenamente. En algún momento ella le contó que su novio trabajaba en una ciudad a tres horas de donde estaban y que solo volvía a verla los fines de semana. Habían estado tomando por un buen rato, hasta que, en un momento, algo ya pasada de tragos, ella le dijo que tenian que irse. Pidieron la cuenta y salieron del lugar. Caminaron un rato por las callejuelas oscuras. La luz de los faroles de la calle por donde pasaban apenas hacía esconder la penumbra. Ellos iban abrazados como dos locos enamorados. De pronto, con esa voz suave de adolescente que tenía le susurró algo al oído. Le estaba pidiendo que la llevará a algún lugar que tuviera baño, que tenía una gran urgencia. En medio de esas calles había solo casas a su alrededor, no había lugar donde llevarla, así que cuando apareció por entre la penumbra un taxi amarillo él la trepó allí, subió al auto, le dijo algo al taxista y este partió inmediatamente a su destino. En el camino los besos y las caricias no paraban, parecían que se iban a devorar vivos de pasión. A los pocos minutos el auto llegó al lugar. Una gran puerta se abrió y el auto entró hasta una cochera. Ellos sabían dónde estaban. Él le pagó al taxista y fue a hablar con el señor que los había guiado hasta su cabaña. Luego de una breve conversación, él fue a su encuentro, caminó con ella hasta la habitación y luego entraron sutilmente. Adentro, él la tomó entre sus brazos y comenzó a besarla. Ella le seguía el ritmo en esa cadencia de ósculos de fuego. En un momento se detuvo, le dijo espérame un segundo, y entró al baño. Pocos minutos después salió llevando poca ropa consigo. Él fue a su encuentro, la tomó entre sus brazos y poco a poco y sin despegársele la llevó a besos a la cama. Esa noche hicieron el amor tantas veces como pudieron. Él estaba feliz de tenerla otra vez a su lado, aunque en su corazón sabía que esa relación no tendría futuro.

  Desde ese día ellos empezaron a verse todas las semanas. Salían a mediodía del trabajo, se iban a comer algo a algún lado y luego terminaban en el motel de siempre haciendo el amor hasta que llegaba la hora de regresar a la oficina. Decidieron mantener esa relación a escondidas. Nadie, ni las personas más cercanas a ellos sabían de ese romance secreto. Solo sabían que eran viejos y buenos amigos, y nada más. Nunca hablaron de dejar a sus parejas y para ellos estaba claro que eso sólo era una relación carnal. Amigos con derechos, pero amigos al fin. Aunque él hubiera querido que eso se convirtiera en algo más.

 En ese tiempo, él mantenía una relación a distancia con su novia. Llevaban juntos casi cinco años, pero hacia año y medio que ella se había ido a vivir al extranjero. Aun así, decidieron mantener viva la relación. Él le dijo que buscaría la forma de irse con ella un día no muy lejano y ella decidió esperarlo.

  Esa relación clandestina, de pasionales encuentros a escondidas, duró más de un año. Aunque a los pocos meses del primer encuentro tuvieron que cambiar un poco sus rutinas amatorias. El novio de ella había sido promovido a gerente regional así que algunos días de la semana él iba a la ciudad y se encontraban. Poco a poco sus salidas se fueron reduciendo a un sólo día de la semana. Los miércoles eran los días en que no había peligro que el novio vaya, porque ese día él tenía reunión en la sede central con el resto de los gerentes.

  Ellos se empezaron a llamar así mismo los "amigos de miércoles" pues ese era el único día en que podían verse y dejar fluir la pasión que tenian sobre sí. Sus encuentros clandestinos terminaban, después del hacer el amor, con ellos charlando como buenos amigos, recostados, desnudos uno al lado del otro contándose la vida y las vicisitudes que podían tener con su pareja de ese entonces.

  Luego de más de un año de ser amantes la relación tuvo que terminar. El novio de ella fue trasladado a trabajar a la ciudad y al poco tiempo de él regresar se casaron. 
  Antes de casarse, él la vio un par de veces a escondidas en ese lugar secreto que tenian. La última vez que se vieron allí ella le pidió que no la busque más que ese iba a ser su último día juntos. Él, a pesar de que siempre supo que nunca podrían estar juntos, tuvo un sentimiento extraño de vacío y tristeza cuando la dejó ir de su vida esa tarde de primavera.

  Pocos días antes de esa despedida, la relación de él con su novia se había terminado. Ella había regresado de viaje para visitar a su familia y ver en que iba a acabar esa relación. Ella se había dado cuenta que él había cambiado mucho últimamente. Estaba más frío y callado que antes. Ya no era más el chico romántico y detallista que solía ser. Ella sospechaba que podría existir otra persona en su vida y poco antes de viajar le preguntó eso por teléfono, pero él fría y calmadamente negó que hubiera alguien más en su vida. Así que ella, que no se quería quedar con la duda, le encargó a un amigo que trabajaba como detective privado para que lo siguiera. Él estuvo detrás de Pablo por un par de semanas. En esas dos semanas descubrió que cada miércoles a mediodía él salía de su trabajo, tomaba un taxi y luego se dirigía hacia el centro de la ciudad, se paraba unos segundos en la puerta de un viejo y oscuro edificio, allí subía una mujer joven, elegantemente vestida, luego se dirigían a un restaurante cercano y finalmente terminaban en un motel de amantes cerca a la playa. Allí el auto desaparecía detrás de una gran puerta para en pocos minutos salir vacío.

 La tarde en que él se reencontró con su novia, ella ya estaba decidida a dejarlo. Se reunieron en la puerta de su casa y de allí salieron a caminar por un parque cercano. Allí ella le volvió a preguntar si tenía alguien más en su vida, y él con un rostro indignado y dolido por la desconfianza le dijo que no, que como podía pensar eso de él, que él la quería mucho. Ella lo invitó a sentarse en una banca. Los árboles frondosos les daban sombra en ese cálido día de primavera. Ella le mostró las fotos que el detective le había dado. En ellas se veía todo el recorrido que cada miércoles hacía, desde el momento en que tomaba el auto hasta el momento que este los llevaba a ese motel para amantes. A pesar de las evidencias él lo negó, le dijo que él no era el de las fotos y que tampoco se podía ver si era realmente él el que terminaba entrando a ese lugar del placer. Aún a pesar de su negativa ella le dijo que no quería volverlo a ver más en su vida, que lo odiaba por lo que le había hecho, y que era un cobarde por no reconocer que había jodido una relación de tantos años. Él quiso abrazarla mientras a ella se le caían unas lágrimas, pero lo rechazó, lo empujó a un lado y se fue, dejándolo allí solo en medio de la gente que deambulaba por el parque.

  La noche fue avanzando con pasos oscuros y festivos en medio de la parranda que se vivía en el área donde ellos disfrutaban su reencuentro. En un momento, después de muchos tragos encima, ella se sentó en su regazo y empezó a besarlo sin importarle que el resto los miraba sin disimulo. Él se dejó besar por un rato, pero luego le dijo que volviera a su sitio, terminaran sus tragos y luego podrían ir a un lugar más privado a estar juntos. Ella lo volvió a besar con pasión y regresó a su silla. Repentinamente, como un hechizo echado sobre el cielo de la ciudad, este empezó a llenarse de nubes negras como un manto fúnebre que empezó a cubrirlo con furiosa rapidez. La brisa fresca de la noche se transformó en vientos huracanados que empezaron a azotar todo el lugar. La gente alarmada y temerosa empezó a acelerar el paso a casa o a buscar refugio en algún lugar. Ellos que habían estado sentados en las mesas de afuera disfrutando de la luz de la Luna y viendo pasar a la gente, tuvieron que irse de allí. Una tormenta repentina se había formado a orillas de la playa cercana y amenazaba con descargar su fuerza sobre la costa. Pablo la cogió de la mano y se la llevó casi corriendo a buscar refugio. Recorrieron unas calles oscuras en medio del aguacero infernal que caía, hasta que lograron divisar un hotel cercano. Él la cubría con su chaqueta para que no se mojara y así abrazados y empapados terminaron en el lobby de ese hotel. Cuando finalmente se pusieron a buen recaudo, ella lo volvió a mirar a los ojos, le jaló el rostro hacia sus labios y lo besó allí frente a todos. Él la abrazó con pasión y ternura, y así estuvieron unos segundos hasta que ella le dijo que fueran a una habitación que quería sentirlo más cerca.

 Algo agotados después de amarse con locura y frenesí, se quedaron tendidos sobre la cama abrazados uno del otro. Desde allí podían sentir como la tormenta se alejaba, los truenos y relámpagos ya casi no se percibían y una calma empezaba a nacer en la noche. De pronto, el gran reloj de la plaza de armas empezó a tocar sus campanadas de medianoche. Él la tomó de la mano y se dirigieron emocionados hacia la ventana desde donde se podía ver la ciudad vacía. Las campanas dejaron de sonar, terminaron de dar los doce y toda la ciudad dio un grito de júbilo dándole la bienvenida al nuevo año. Luego empezaron a surgir unas luces fugaces en el cielo, eran los fuegos artificiales que habían empezado a emerger estallando sobre las casas, iluminando de colores la noche. Él se volvió hacia ella la besó con dulzura y mirándola con todo el amor que pudo surgir de sus ojos le dijo, Feliz año nuevo, mi amor.

 Aquella noche en medio de la gran tormenta que azotaba la ciudad ellos se habían vuelto a amar con esa pasión que nunca había dejado de latir en sus corazones. No les había importado el diluvio de allá fuera, ni los truenos y relámpagos que inundaban la noche, no les importaba si el mundo se caía a pedazos. Solo les importaba volver a tenerse uno al otro como cuando mantenían esa relación clandestina, como cuando eran unos niños amándose a orillas del mar. Ya no les importaba nada, sólo querían estar juntos, amándose con esa gran pasión que había persistido en sus almas por tantos años.

 Desde aquella noche tormentosa no volvieron a separarse más.

 

 

 

11 noviembre 2021

La Última Canción


   Era una noche fresca de primavera en la ciudad gris y caótica que ha sido siempre la capital. Andrés Deza, pensativo y melancólico observaba cada detalle de la ciudad mientras el auto donde estaba con su primo avanzaba lentamente por la avenida. Había llegado un par de días atrás a un curso de entrenamiento pagado por la empresa donde trabajaba.

Regresaba después de más de un año de ausencia. Volvía esta vez con un aire triunfante, muy contrario al derrotismo que sintió aquella vez en que tuvo que dejar Lima después de varios meses de búsqueda infructuosa y frustrante de trabajo. A pesar de que envió cientos de currículos, pasó por muchas entrevistas y tocó muchas puertas, las oportunidades nunca se concretaron. Habian cientos de postulantes para una misma plaza lo que hacía muy dura la lucha por conseguir un puesto de trabajo. Felizmente pudo subsistir trabajando en la pequeña tienda de computadoras de un amigo. El pago era muy poco, pero lo ayudaba a sobrevivir mientras buscaba algo mejor. Pero con el transcurrir de los meses la desesperanza por no encontrar trabajo se fue acrecentando más y más. Además había otro asunto muy importante que le preocupaba. Este era el temor de perder el amor de la mujer de quien estaba profundamente enamorado. La distancia y el tiempo habían empezado a pasar factura a su relación, la cual se había ido enfriando poco a poco conforme pasaban los meses.  Asi que todo eso sumó para que finalmente decidiera volver y empezar todo desde cero. 

        Su relación había empezado de manera muy casual. Un día mientras estaba en una sala de chat vio su nombre: "Malita", y le llamó la atención. La saludó amablemente y luego de un pequeño intercambio de palabras le preguntó en tono jugueton si de verdad era una chica mala. Ella le puso un emoji de sonrisa y luego le dijo, Cuando tengo que serlo lo soy. Él sonrió ante su respuesta y luego siguieron conversando muy amenamente por un buen rato más como si fueran amigos de toda la vida. Al momento de la despedida él le pidió su número de teléfono y ella se lo dió sin dudarlo mientras le decía que esperaba que la llamé pronto para seguir la charla. 

Los dias siguientes fueron de constantes mensajes entre los dos. Se habia vuelto casi una necesidad saber uno del otro. Se la pasaban tan bien charlando que no había nada más que les trajera una sonrisa al alma que ver sus nombre en la pequeña pantalla de sus celulares. Algunas noches, él la llamaba para continuar la conversación del día y se quedaban despiertos hasta tan  tarde sin que ninguno quisiera despedirse del otro. A Andrés le encantaba conversar con ella. Era una mujer muy inteligente que tenía una vitalidad contagiante, una voz suave y elegante, y un sentido del humor muy fino que hacian de ella una mujer interesante. 

Luego de unos dias de charlar sin verse decidieron finalmente encontrarse frente a frente. Esa tarde, él llegó a casa temprano del trabajo. Se arregló lo mejor que pudo, se puso el perfume caro que su hermana le habia regalado hace poco y salió algo nervioso y emocionado a su encuentro. Se habian compenetrado tanto y se sentian tan bien el uno con el otro que no querían que eso cambiara cuando se conocieran. 

Quedaron en que él la esperaria en el patio central del edificio donde ella trabajaba. Caminó un par de cuadras desde su casa, pasó la avenida principal llena de autos y ruidos a esa hora, se detuvo en una pequeña bodega a comprar unos chocolates que ella en algún momento mencionó que le gustaban, y luego se dirigió a verla. Cuando llegó, le envió un mensaje diciendole que ya estaba afuera. Ella le respondió que ya salía, y él se recostó sobre una pared a esperarla con cierta impaciencia recorriendole el cuerpo y con el corazón acelerado de la emoción al saber que la veria muy pronto. No pasaron ni dos minutos cuando oyó cerrarse una puerta en la oficina al fondo del corredor. Era ella. La vio acecarse poco a poco con una cadencia suave y elegante en su caminar. Era más bella de lo que había imaginado. No era muy alta pero tenía unas piernas largas y hermosas que la hacian ver de mayor tamaño. Tenia una figura delgada pero bien contorneada con una cintura pequeña y unas caderas suavemente dibujadas que parecia que toda ella había sido creada bajo la misma inspiración con la que Botticelli dibujó a la diosa Venus.  Su rostro claro y delicado se complementaba con esa mirada suave y hermosa como el amanecer cálido de primavera. Se saludaron con gran alegría como si fueran dos grandes amigos que se reencontraban despues de tiempo.

Salieron a caminar por el centro de la ciudad mientras caía la tarde y el Sol se perdía detrás del horizonte dejando ver unos tímidos luceros allá lejos en el firmamento. Estaban tan enfocados el uno en el otro que no se percataban que el mundo seguía girando a su alrededor. En su mundo solo existian ellos y nadie más. Se dirigieron a un tradicional y antiguo café a poca distancia de la plaza de armas. Era aquel café que en alguna de sus noches de tertulia mencionaron que les gustaba frecuentar.  Cuando llegaron alli ordenaron unos capuchinos y se sentaron a conversar por un buen rato. Hablaban de todo un poco y siempre encontraban un buen motivo para bromear y sonreir. La pasaban de lo mejor estando juntos mientras se miraban con cierta atracción brotandoles del alma. Esa noche terminaron en el cine viendo una película que ellos querían ver hace algunos dias, y luego él la acompañó en el taxi hasta la puerta de su casa donde se despidieron con un pequeño y dulce beso en los labios.

Luego de eso empezaron a verse casi a diario, y poco a poco se empezó a forjar una relación que fue creciendo en intensidad cada día. Ambos acababan de salir de relaciones difíciles y buscaban algo nuevo que les trajera felicidad y emoción a sus vidas. Eso ayudó a que se forjara una mayor afinidad entre ambos, lo que en poco tiempo terminó llevándolos a una relación febril y apasionada. 

Desde el inicio, ella le dijo me dijo que no quería una relación formal, que a pesar que sentía algo muy especial por él, aún no se sentía lista a comenzar algo serio. Asi que decidieron no utilizar la etiqueta de enamorados. Eran amigos que se querian con intensidad, que salían siempre, se besaban, se llamaban cada dia, se amaban en secreto en algún cuarto de hotel, se extrañaban pero que no podían decir que tenían una relación sentimental a nadie a pesar que muchos sabían lo que había entre ellos.

Con el transcurrir de las semanas a Andrés se le volvió muy dificil evitar enamorarse de ella. Trató con todas sus fuerzas pero eso se convirtió en una lucha diaria consigo mismo. Estar a su lado era lo único que traía paz, alegría y emoción a su vida. Compartir momentos de amor con ella se convirtió en casi una adicción. Solo con verla su alma se llenaba de felicidad. No solo a Andrés le pasaba eso, pues ella, con el correr de los días, empezó a mirarlo diferente. Era como una adolescente enamorada por primera vez con la ilusión brotandole del rostro, con esa mirada tan linda y profunda que le daba. Al sentir esos ojos enamorados posandose sobre él, Andrés sentía como miles de mariposas de amor revoloteaban por su vientre, lo que hacia que se enamorara más de ella. Estando juntos el tiempo parecía infinito y trataban de hacerlo suyo. No querian desperdiciar un segundo sin amarse.  

Durante sus ratos de charlas serias compartían sueños y anhelos que tenían para el futuro. Ambos habían salido de la universidad hace poco y habían terminado en trabajos que, aunque no eran malos, no era lo que querían. Ella era una chica con grandes ambiciones personales y profesionales, y quería llegar muy alto en la vida. Tenía ese ímpetu para lograr grandes cosas, un espíritu independiente, y una tenacidad para seguir adelante a pesar de todos los obstáculos que le ponía la vida.

         Desde el asiento de copiloto del auto, Andrés volvió a observar la vida en movimiento de la ciudad. No había cambiado nada. El tumultuoso tráfico seguía allí, con sus choferes gritándose por todos lados, los cláxones sonando en una sinfonía perturbante y los vehículos de transporte público en frenética y demencial carrera para ganar pasajeros. Manejar en Lima es de valientes, le dijo en algún momento su primo viendo como contemplaba algo atónito el movimiento en las calles. Andrés, lo escuchó sin hacerle mucho caso mientras su mente se volvía a inundar de recuerdos.


            Recordó aquella primera vez en que terminó con él. Habían pasado más de dos meses desde que habían empezado a salir y ambos sentían que se estaban enamorando cada día más. Ella sintió temor de empezar a amarlo, entre otras cosas, porque Andrés tenía planes de emigrar a Estados Unidos en poco tiempo. Con el temor carcomiendole el alma, ella empezó a sentir que si no cortaba esa relación terminaría enamorándose mucho más y quería evitar ese sufrimiento de verlo
 partir un día no muy lejano. Así que una tarde se armó de valor y fue a verlo a su departamento. Llegó de sorpresa, con un rostro dibujando una expresión seria y fría. Le dijo que necesitaban hablar algo importante, así que se sentaron en la sala de su casa a charlar. Ella fue directo al grano, y con una cara impávida, sin ningún resquemor le dijo que debían terminar. Aunque su relación era algo que nunca había iniciado formalmente, ella quería que ya no volvieran a salir más. Le dijo que no podía estar con alguien que pensaba irse del país, y que solo estaba con ella "por mientras", hasta que le saliera la visa. Repitió un par de veces eso de "por mientras" dejándole claro cómo se sentía. Andrés intentó retenerla a su lado, le dijo lo mucho que la quería, que para él ella no era una chica "por mientras" como decía, si no que se había vuelto alguien muy importante en su vida. Le dijo que era capaz de abandonar sus planes de emigrar si eso era lo que tenía que hacer para estar a su lado, también le planteó la posibilidad de irse juntos al extranjero. Todo con tal de no perderla. Ella no tenía la más mínima intención de irse. Sus planes eran quedarse en el país y luchar por salir adelante. Tenía sus objetivos claros, quería crecer profesionalmente, estudiar una maestría y alcanzar una posición importante en alguna empresa grande. Irse significaría volver a empezar todo de nuevo y ella no quería eso. La conversación no duró mucho. Luego de decir lo que quería a decir, le dijo que su madre la esperaba en casa para ir de compras y que ya tenía que marcharse. Le deseó mucha suerte en todo y se fue sin darle siquiera un beso en la mejilla dejándole el alma en escombros en aquella tarde lluviosa de verano. 
          Días antes de su viaje al curso en Lima, le escribió. Habían pasado muchos meses desde que su relación había acabado. Por un tiempo perdieron contacto, pero luego él empezó a escribirle para saludarla y saber como estaba. Aunque la comunicación entre ellos era bastante corta y esporádica. Le contó que iría a la capital por un curso de tres días y que le gustaría verla, invitarle un café y charlar un rato. Ella aceptó la propuesta y quedaron en encontrarse una tarde en el Jockey Plaza. 
           La tarde del planeado reencuentro, se estuvieron mandando mensajes tratando de encontrarse en ese gran mall, hasta que en un momento él la divisó a lo lejos. Su corazón se alborotó emocionado de volverla a ver. Estaba más linda que de costumbre con esa sonrisa pequeña y hermosa que la hacia ver más radiante. Se podía percibir en ella un aire de emoción al verlo. Se acercaron poco a poco.  Se miraron con gran cariño y se saludaron con un abrazo cálido e interminable como si fueran dos amantes que volvían a reencontrarse después de muchos años de lejanía. Él miró fijamente por unos segundo sus lindos ojos marrones, se detuvo a apreciar la belleza de su rostro claro y perfecto, y le ayudó a mover un pequeño mechón de su cabello suave que caía juguetonamente sobre sus mejillas. Luego de un largo suspiro de felicidad le dijo que estaba bella. 
       Esa tarde recorrieron algunas tiendas, compraron un par de cosas y luego se fueron a tomar un café. Él sentia como si el tiempo no hubiera pasado para ellos. Hablaban y se trataban con ese cariño y confianza que alguna vez tuvieron cuando estaban juntos. Hasta andaron por un buen rato abrazados mientras recorrian las tiendas. Para Andrés eso era un sueño del que no queria despertar. 
         Su primo, con quien se quedaba esos días, sabia de la historia de amor que hubo entre ellos, y de cómo él aún seguía enamorado de ella a pesar de los meses transcurridos. Él le dijo que la invitará para salir en una cita doble esa noche. Él saldría con su novia, y Andrés con ella. Asi que mientras conversaban tomando café en un local a las afueras del mall, Andrés, con cierto temor a que diga que no, le propuso salir esa noche. Ellos querían ir a un karaoke que habían inaugurado recientemente en Miraflores. Era un lugar muy famoso en esos días en donde se congregaban muchos chicos de clase media de Lima. Ella lo miró un segundo como pensando si aceptar o no, tomó un sorbo del capuchino que había pedido y luego esbozó una sonrisa mientras le decía: A que hora pasaran por mi.

             Pocos días después de la primera ruptura le llegaron los resultados de un examen que había dado para una beca de estudios en una institución del estado. El curso sería en Lima y duraría casi tres meses, con la posiblidad de que el primer puesto se quedé trabajando con ellos. Ella sabía lo del examen y en algún momento le hizo prometer que sería la primera en saber si había ganado esa beca. No habían hablado desde esa tarde que fue a terminar con él en su departamento, pero aun así se atrevió a escribirle contándole las buenas nuevas. Ella tardó en responderle, pero llegada la tarde le escribió diciendo que pase por su oficina a la hora de salida. Quería invitarlo a cenar para celebrar. 

        Esa tarde caminó muy emocionado. La volvería a ver después de muchos días extrañando su presencia. Estaba nervioso, como un adolescente en su primera cita. Ensayaba lo que iba a decir cuando la viera nuevamente. Aunque moría de las ganas de decirle que estaba muy enamorado de ella y que la extrañaba mucho, tuvo que sofocar ese impulso y decidió actuar solo como un buen amigo. Cuando llegó a su oficina la saludó desde la puerta, a lo que ella le respondió algo seria diciéndole que espere unos minutos, que ya salía. Esperó afuera. Esos segundos le parecieron interminables hasta que salió. A unos metros de distancia puedo ver su figura delgada y hermosa, llevaba en su rostro una mirada de chica enamorada y orgullosa. Él la miro con todo el amor que brotó de su corazón. Ella corrió hacia él, se colgó de su cuello en un abrazo efusivo, y le robó un beso intenso de los labios. Luego de unos prolongados segundos de estar sumergidos en un mar de osculos febriles, ella se separó de su rostro, lo miró con ojos llenos de amor, y le susurró No quiero que te vayas, mientras lo abrazaba con todas sus fuerzas. 

          Desde ese día volvieron a salir como dos enamorados. Trataban de no hablar de viajes, ni de cosas que pudieran perturbar sus momentos románticos. Solo querían disfrutar cada minuto juntos como si el mundo se fuera a acabar pronto. Eran ella y él, saliendo siempre a cenar, a bailar, al cine o a alguno de esos hoteles para amantes, los cuales eran testigos de esos encuentros apasionados y de sus ratos recostados sobre la cama, abrazados uno del otro después de hacer el amor. Era todo perfecto. Cuando estaba con ella, él se sentía vivo, amado, invencible, feliz. Nada era tan sublime como tenerla entre sus brazos y amarla con locura.

          Un par de semanas después llegó el tiempo de viajar a Lima, y se tuvieron que despedir con una tristeza infame nublando sus almas. Prometieron que mantendrían su relación a pesar de la distancia. Él le dijo que viajaría a verla cada vez que pudiera y ella le dijo que lo iba a extrañar mucho.


             Mientras duró el curso, Andrés fue algunas veces a verla, y cuando no podía ir se pasaban las noches hablando por teléfono. Andrés recordó la noche en que ella lo llamó desde la casa de una amiga. Tenían una fiesta y habían estado tomando unos tragos. En un momento ella se alejó del grupo, se fue a sentar en los escalones de la casa y lo llamó desde su celular.  Conversaron por un buen rato. La notaba algo triste y melancólica. En algún momento ella le dijo que lo extrañaba mucho y que quería que en ese momento este a su lado, que siempre debían juntos, que lo quería mucho. Ella no era de expresar fácilmente sus sentimientos, pero ese día el alcohol había logrado desinhibirla y fue una de las pocas veces que pudo decirle las cosas que sentía por él.

           Luego de que el curso terminó, y al no haber tenido la fortuna de quedar en primer puesto, tuvo que resignarse con volver a su ciudad.

            Ella estaba feliz de que él finalmente regresara. Volvieron a salir todo el tiempo como dos enamorados. Él aprovechó esas semanas para programar la sustentación de su tesis. Consiguió una fecha cercana y se puso a estudiar a fondo para sacar su título profesional. 

         La tarde después de aprobar la sustentación de la tesis, que le habia tomado casi un año completar, ellos decidieron ir a celebrar en privado. Tomaron la habitación más cara de uno de sus preferidos hoteles de amantes. Era un lugar grande con jacuzzi incluido. Habían llevado un champán y pidieron algo para comer a la habitación. Se sentaron en una pequeña mesa al lado de la cama y se pusieron a beber brindando por todo lo bueno que les había pasado ese año. Luego de un rato de tragos, ella lo jaló a bailar en medio de la habitación. Estuvieron bailando un rato hasta que el fuego de la pasión invadió sus cuerpos y terminaron revolcados bajo las sabanas blancas haciendo el amor con gran frenesí. Esa fue una noche de romance y pasión inolvidable para ellos.

        Andrés tenía sentimientos tan profundos por ella que había llegado al punto de querer gritarle Te amo, mientras la hacía suya. Algo que muchas veces también le pasó a ella. Pero tuvieron que abstenerse de decir esas palabras pues estas estaban tácitamente prohibidas en su relación.  En algún momento él le comentó que hubo instantes en que quizo decirle que la amaba con todas sus fuerzas, a lo que ella le sonrió suavemente y le dijo que a ella le había pasado lo mismo. Luego de eso no volvieron a hablar del tema a pesar de que sabían muy bien lo que cada uno sentía por el otro.

            El auto de su primo se dirigió hasta el distrito de La Molina. Era una zona exclusiva de la capital a donde ella había llegado a vivir pocos meses atrás con unos parientes cercanos. En poco tiempo consiguió trabajo en su rubro y fue haciéndose camino en la ciudad. Su primo a su lado, y su novia en el asiento posterior habían estado cantando algunas canciones durante el trayecto como para calentar las gargantas para la noche de karaoke que se les venia. Cuando llegaron a su puerta, después de un largo recorrido por unas calles llenas de casas grandes y bonitas, Andrés con el corazón lleno de dicha le envió un mensaje y esperó por ella. A los pocos minutos la vió aparecer por esa gran puerta de madera. Estaba muy hermosa. Él la miró con el corazón lleno de emoción mientras iba a darle el encuentro para acompañarla al auto.

             Luego de lo de su tesis se quedó unos días más en Trujillo. Estuvo buscando trabajo pues habia renunciado al anterior por ir al curso. Por esos días se reencontró con un amigo de la universidad. Él le propuso que lo ayudara en un nuevo negocio que había abierto en Lima y mientras tanto podría ir postulando a otros trabajos en la capital. Allá habían más oportunidades de empleo y el pago era mejor. Él quería volver a Lima, le habia gustado la experiencia de vivir alli por unos meses. Era una ciudad con mucho más vida y con muchas cosas por hacer y descubrir. Él aceptó la propuesta de su amigo luego de conversar con ella, y volvió a hacer sus maletas para partir en una nueva aventura de la vida. Ella lo animó mucho a tomar ese rumbo. Sabia que él podría lograr grandes cosas en la capital. Además ella le dijo que también tenía planes de ir para allá muy pronto. Quería buscar nuevos horizontes y mejores oportunidades de trabajo que Trujillo difícilmente le daba.

         Después de atravesar la ciudad, pasando por muchos distritos distintos de la capital finalmente llegaron al local donde estaba el Karaoke. Era un edificio moderno con un vigilante grande en la entrada chequeando a las personas que ingresaban. Muchos jóvenes bien acicalados y vestidos, y chicas con atuendos muy cortos inundaban los alrededores. Consiguieron ingresar luego de unos minutos de espera y rentaron una sala privada para que pudieran estar más tranquilos. Ordenaron unos tragos, algo para picar y empezaron a buscar en el menú de canciones lo que cantarían esa noche.


            Andrés viajó de regreso a Lima una noche de otoño. Llegaría al menos con un trabajo que le iba a permitir subsistir hasta que consiguiera algo mejor  Allá lo esperaba una fría habitación en un viejo edificio en San Borja. Vivía con su amigo de la universidad que lo había llevado a trabajar con él. Era un pequeño apartamento de un solo cuarto
 en la cual tenían sus camas inflables postradas en el frio piso de loseta. Alli durmiendo tan incómodamente se la pasó todo el tiempo que estuvo viviendo en Lima.

          Siempre que viajaba a Trujillo iba a verla y se pasaban toda la tarde y la noche juntos. Llegaba un sábado temprano y regresaba en la noche del Domingo. El tiempo pasaba tan fugaz cuando estaban juntos. Lamentablemente sus ingresos eran limitados así que solo podía viajar una vez al mes lo que poco a poco empezó a pasar factura a su relación. Al comienzo todo iba bien, incluso mejor que antes. Cuando hablaba con sus amigas sobre él, lo nombraba como su enamorado, ya había dejado atrás el temor de ponerle etiqueta a su relación y sentian que esta se consolidaba cada día más. Hasta alguna vez habían llegado a hablar de casarse y tener una vida juntos. Pero luego de varios meses de idas y vueltas él empezó a sentirla más fría cada vez que iba.

        Ya sentados en la sala del karaoke ella pidió un Bailey's en las rocas como solía hacerlo siempre que salían a alguna disco, y Andrés pidió un pisco sour, bebida que le gustaba mucho. Los chicos eligieron unas canciones y las chicas escogieron otras. La estaban pasando de lo mejor. Ella se acopló rápidamente al grupo y congeniaba muy bien con el primo y su novia. La noche se ponía muy divertida mientras cantaban aún sin ser su turno, haciéndole el coro a los otros chicos en el karaoke. Andrés pidió un par de canciones de Hombres G y dejó otra canción para el final. Una que era parte de su historia de amor.

     Habían pasado casi seis meses desde que había vuelto a trabajar a Lima. La última vez que regresó a Trujillo para verla ya no tenía ese brillo enamorado en su mirada y su trato se había vuelto más frío. Aun así, estuvieron juntos toda la noche, pero en la cama también notó como su pasión había descendido. Sentía que ella estaba esa noche con él sólo por cumplir. Su mente estaba ausente como en otro mundo. Él le preguntaba si pasaba algo, y ella todo el tiempo le dijo que no, que todo estaba bien. Andrés por primera vez tuvo temor que eso no iba a terminar bien. Quizás ya tenía rondando en la cabeza la idea de terminar con él, pero no se había decidido a decírselo aún. Los días siguientes apenas le respondía las llamadas y le colgaba rápido usando cualquier pretexto. Su voz se volvió fría en los pocos momentos que pudieron hablar las últimas semanas. Andrés sentía que toda la magia de esa relación se acababa. También estaba de por medio la frustración de no haber podido encontrar un mejor trabajo. El salario que ganaba con su amigo apenas le servía para subsistir ajustadamente. Ya se había cansado de ir de un lado para otro siendo rechazado en todo lugar que iba y volviendo a su pequeño apartamento sin nada en los bolsillos. Así que lleno de desilusión y con el temor de perder a la mujer que amaba decidió dejar la ciudad.

  El sábado que regresó cargando sus maletas y sus frustraciones le deparaba otro golpe más de los tantos que había recibido últimamente. Se comunicó con ella para decirle que había vuelto, y allí ella aprovechó para pedirle que se reunan esa noche en un restaurante nuevo que habían abierto en la avenida Larco. Esa noche antes de salir a su encuentro, él practicó frente al espejo todo lo que quería decirle para convencerla de seguir juntos. Estaba temeroso de perderla, no quería que se acabe esa historia de amor que era la mejor y más profunda que había vivido en sus veinticinco años de vida. Así que trató de armarse de todo el valor posible y fue a verla.

  En el karaoke la música sonaba fuerte mientras ellos puestos de pie cantaban con más ganas que ritmo.

 -          ¡Nunca hemos sido lo guapos del  barrio!

-          ¡Siempre hemos sido una cosa normal!

Andrés y su primo con micrófono en mano y abrazados continuaron cantando a viva voz. Ellas los miraban, se reían y cantaban el coro con ellos:

-          ¡Has sido tú que crees que no te he visto! ¡has sido tú, chica cocodrilo

Cantaban levantando sus tragos y alzando la voz a más no poder. La canción terminó y todos aplaudieron y dieron gritos de emoción. Eran un buen grupo. 

Luego vino la canción de ellas y todos volvieron a cantar juntos. Era una noche que estaban disfrutando a lo grande. 

    Durante toda la noche, él no dejo de mirar con ojos de adolescente enamorado cada detalle de ella. Como queriendo grabar para siempre esos momentos a su lado. Una sonrisa boba se podía notar en su rostro mientras contemplaba el movimiento suave de sus labios pequeños, la delicada expresión de entusiasmo reflejada en sus mejillas, el brillo vivaz de alegría en su mirada dulce, y el vaiven cadencioso de su cuerpo contagiado por la música que sonaba mientras ella cantaba con cierta emoción brotandole del alma.

Después de mucho tiempo Andrés la volvía a ver reír y divertirse tanto mientras cantaban. La miraba y sentía como si nunca se hubiesen separado. La sintió tan cerca como cuando su historia de amor aún vivía.

           Luego vino otra canción de Hombres G:

-          ¡Te quiero! ¡Te quiero! ¡Te quiero!  ¡Y no hago otra cosa que pensar en ti!

    Andrés cantaba con un sentimiento tan profundo mientras la miraba y la señalaba con el dedo mientras volvía a gritar ¡Te quiero! Gesto que su primo repetía señalando a su novia. Ella solo sonreía y cantaba cada vez que podía echándole una mirada de niña enamorada.

         Esa noche se encontraron en la puerta del restaurante cerca al óvalo Larco. Se saludaron seriamente y luego subieron al segundo piso casi sin hablar. Se sentaron cerca al balcón, observaron desde allí la avenida con los pocos autos que pasaban a esa hora, y mientras se acomodaban, un mozo se acercó a la mesa con las cartas del menú. En silencio empezaron a buscar lo que pedirían esa noche. Luego de ordenar algo para comer, Andrés pidió un pisco sour, el cual repitió un par de veces más durante la noche, y ella solo ordenó un vaso con agua como bebida y una ensalada simple para comer. Hablaron un poco de como les había ido en esos últimos dias. Andrés le preguntó por su familia a quienes había conocido cuando iba a verla a su casa, y con quienes más de un par veces había compartido un café mientras esperaba que se terminará de arreglar. Luego de una pequeña charla se quedaron unos minutos sin saber que hablar. Luego, ella empezó a decirle que quería que esa relación terminé, que ella en ese momento no quería estar con nadie, y que iba a ser mejor ya no volverse a ver más. Andrés trató de decirle que se dieran otra oportunidad, que había regresado dejando todo atrás por ella, para pudieran salvar su relación, que daría todo de si para que todo volviera a ser como antes. Pero ella le dijo que lo sentía, pero que en ese momento no quería estar con nadie, que quería estar sola, y que ella no le había pedido que regrese. Andres insistió una vez más, le dijo que se dieran un tiempo para pensarlo y que luego se reunan para ver cómo iban las cosas. Ella nunca dio su brazo a torcer en la decisión que había tomado. Había ido allí para terminar todo sin importar lo que él pudiera decir. 

      Cuando la cena terminó, Andrés llamó al mozo. Le pidió la cuenta y esperó por ella unos minutos interminables. Estuvieron en silencio todo ese rato. Solo una música suave de fondo les hacía compañía. Pagó raudamente, y luego bajaron las escaleras sin decir una sola palabra. Él la ayudó a parar un taxi en medio de la calle. Ella se acercó, habló algo con el taxista, y luego lo miró. Tenia un rostro serio e impávido. Le dijo Adiós bajando la mirada y luego subió al auto y se marchó de su vida dejándole el alma en pedazos.

            Habían estado un buen rato cantando, y la noche fue avanzando con una Luna llena gigante en el oscuro firmamento. Ellas habían cantado su última canción, y a ellos solo les quedaba una más. Andrés la había seleccionado para cantarla con ella, sin ella siquiera saberlo. Cuando anunciaron la canción, ella lo miró fijamente como diciéndole Estás loco y luego sonrió. Él le dijo que la cantaran juntos, y ella se puso a su lado para cantarla. 

 - Lleno el papel de mi infancia con penas y heridas.

       Escribo entre páginas blancas lo que fue mi vida.

       Y una sonrisa de amor se nota en mis labios

       Y en esa página tú, la única que habla de amor.                  

         Era la canción que en algún momento se volvió su canción. Aquella que sonó la primera vez que salieron a bailar, y la cual fue cómplice de aquellos besos que al final de la noche los llevaron a amarse por primera vez con locura hasta el amanecer. Era la canción que le hacia recordar sus besos y su amor.

-      Esa página de amor tienen tus ojos,

       Tu pureza, tu dulzura y tu abandono

       Niña ingenua que robó tiempo a mi tiempo

       Te adueñaste de mi amor, me has cambiado el corazón.

        Siguieron cantándola hasta la última nota y cuando terminó, ella volteó hacia él,  lo miró  a los ojos con cariño y cierta nostalgia y luego le dió un gran e inesperado abrazo que él quiso que durara eternamente.

             Luego que su relación terminó cada uno tomó su propio camino. Aunque él se moría de ganas de ir a buscarla, tuvo que luchar consigo mismo para resignarse a perderla. Andrés empezó a buscar trabajo en su ciudad y a los pocos meses, después de haber estado un tiempo de vendedor de celulares, consiguió trabajo en una empresa muy importante de la zona. Ella entró a trabajar a una entidad importante del estado, pero sólo duro unos meses pues decidió mudarse a Lima donde una prima, quién le dijo que podía ayudarla a conseguir trabajo por allá.

        Salieron del karaoke algo tarde, con unos tragos encima y con la alegría de haber pasado una noche inolvidable. De camino a La Molina, Andrés me sentó a su lado en el asiento de atrás y durante todo el trayecto fueron tomados de la mano mientras conversaban amenamente como dos grandes amigos. Cuando llegaron a su destino ella bajó del auto, se despidió de los chicos y él la acompañó mientras abría la puerta. En ese momento lo tomó dulcemente de las dos manos y mirandolo con ese brillo en los ojos que alguna vez tuvo cuando se amaban le dijo Gracias, la pasé muy bien con ustedes. Luego se volteó, terminó de abrir la puerta y antes de dar el primer paso para entrar se detuvo un segundo, volteó rápidamente, le dio un gran y prolongado beso en la mejilla, le dijo Adiós y luego se fue para siempre de su vida.

Meses después a Andrés le salió la visa a Estados Unidos y no la volvió a ver más.