07 abril 2022

LOS GRILLOS

Cuando era niño solía salir con mis amigos a recorrer las calles de mi pequeño pueblo, sobre todo en época de vacaciones, en época de verano, el tan insoportable y sofocante verano que allí se sentía. Recorríamos por las callejuelas empinadas y estrechas, muchas de ellas con pistas de piedra, algunas con pistas de tierra y las principales, como en la que vivía, con pista de cemento. Podíamos atravesar el pueblo de palmo a palmo en unas pocas horas. Tampoco es que era muy grande, unas veinte cuadras para este lado, otras quince del otro y ahí acababa. El pueblo se asentaba sobre las faldas arenosas de un cerro de piedra gris oscura que se podía subir por unas escaleras hechas de rocas sacadas del mismo lugar. Esa gran, larga y peculiar estribación acostada sobre aquella planicie que alguna vez fue desértica era un buen punto de referencia para cualquier viajero que intentara llegar allí desde alguna ciudad lejana. Allí seguía ella después tantos siglos de existencia, desde que los ancestros del curaca Qasqen, el último que vivió por esos lares, se establecieran en ese pequeño valle rodeado de acequias, arenales y pequeñas colinas.

En las épocas de verano teníamos muchos insectos visitantes con los que había que lidiar. Entre ellos estaban unos pequeños bichos marrones que cada noche nos cantaban interrumpiendo o quitándonos el sueño con sus cantos agudos y monótonos. Grillos, muchos grillos llegaban en febrero después de las lluvias que traía el fenómeno del niño. Las paredes de las calles aparecían atiborradas de ellos. En las noches, debajo de los postes, se congregaban en gran cantidad unos sobre otros. Algunos peleando, otros queriendo saltar hasta los focos, otros trepados en las paredes formando una mancha oscura en movimiento. Nosotros salíamos a su encuentro, los observamos acercándonos cada vez más hasta sentirlos saltar sobre nuestras cabezas, o posándose en nuestros hombros, o nuestras espaldas. Sus patas con espinas nos hincaban suavemente la piel. Nosotros los cogíamos con una mano para evitar que escapen mientras íbamos juntando la otra mano para crearle un pequeño y temporal calabozo. Abríamos una rendijita entre los dedos, los volvíamos a examinar, ellos nos miraban con ese par de negros y grandes ojos, moviendo sus antenas como queriendo saber lo que pensábamos hacerles, y nuevamente volvían a caminar hincando sus patas sobre nuestras manos queriendo escapar. Aunque a muchos de ellos quizás les entraba la curiosidad por conocer un poco más a esos seres gigantes que los cogían y se quedaban sobre nosotros, caminando entre nuestros dedos, explorándonos sin irse a pesar de que los dejábamos libres. Algunos recorrían nuestros brazos subiendo despacio sobre nuestra piel, hasta que en algún momento ya cansados de explorarnos abrían sus alas y se lanzaban a volar en un gran salto hacia la libertad.

Daniel Cabrera era uno de los más pequeños de mi grupo de amigos. Era un niño solitario, raro y casi no hablaba mucho. Cuando salía con nosotros a jugar y caminar por las calles del pueblo, por insistencia de su madre, siempre lucía taciturno, como perdido en un mundo que no se asemejaba al nuestro, un mundo sólo de él, un mundo donde a veces parecía que alguien le contaba algún chiste y él sonreía solo, trayendo su sonrisa a nuestro mundo, pero nosotros no lo entendíamos, porque nuestro mundo era diferente.

Un día en que jugábamos con una gran cantidad de grillos, corriéndolos y cazándolos para luego enfrentarlos en mortales peleas, Daniel por primera vez tomó a uno entre sus manos. Antes no lo había hecho, sólo los miraba de lejos con curiosidad y a veces se sobresaltaba cuando uno pasaba brincando por su lado. Pero ese día apareció con uno, estaba muy emocionado. Miren, miren, nos dijo y nosotros apenas le hicimos caso, Que bien, Danielito, le dije y continué cazando más grillos. Daniel acercó sus manos a su rostro y empezó a mirar con curiosidad al insecto. El pequeño animal estaba tranquilo sobre las manos de mi amigo. Yo volteé a verlo unos minutos después, y allí seguía sentado en el suelo húmedo, al lado del muro del viejo parque, observando con detenimiento y curiosidad lo que tenía entre sus dedos. Oigan, chicos vamos por los jardines de arriba, por allá hay más, dijo alguien. Y todos lo seguimos corriendo, empujándonos por querer ser los primeros en llegar. La noche anterior había caído una gran lluvia. Unos grandes charcos de agua se veían en los jardines del viejo parque, caminamos entre ellos con cuidado de no mojarnos, aunque de rato en rato a alguien se le ocurría lanzar una piedra sobre un charco, cerca de alguno de nosotros, haciendo salpicar el agua con barro ensuciándonos hasta la nariz. En esas pequeñas pocitas de agua se veían algunos grillos muertos flotando panza arriba, y algunos otros tratando de salir de esa trampa mortal en que habían caído. Muchas filas de hormigas negras y pequeñas se veían alrededor de los charcos, y nosotros las seguíamos para encontrar de donde salían. Por allí se las veía ordenadas llevando en sus espaldas partes de insectos hasta perderse en algún agujero.

Nuestro juego y cacería continuó hasta mediodía, y ya luego de haber llenado nuestras bolsas o latas con muchos insectos nos dispusimos a regresar a casa con un hambre terrible. Daniel nos seguía por detrás como siempre. Nosotros corríamos de rato en rato como queriendo perderlo y el pobre, apurado y con sus piernitas pequeñas, hacía su mejor esfuerzo por alcanzarnos. Llegaba jadeando hasta donde nos habíamos parado ha esperarlo, y cuando veíamos que ya se paraba a tomar aire volvíamos a salir corriendo, dejándolo otra vez atrás. Así entre carreras y paradas llegamos a nuestro barrio. Estábamos todos sucios y empapados. Nos reunimos unos minutos detrás de la camioneta de Don José para ver cuantos insectos habíamos juntado cada uno. Hicimos pelear a algunos de ellos. Grillo contra grillo. Los cogíamos de las patas traseras y los poníamos uno frente a otro hasta que uno de ellos terminaba arrancándole la cabeza a su contrincante. Luego de cansarnos de hacer que se maten mutuamente, dejamos libres a los insectos sobrevivientes dentro de la tolva de la vieja camioneta blanca. Cuando llegó la hora del almuerzo algunos padres y empleadas empezaron a asomarse a las puertas de las casas y fueron llamándonos uno a uno. Poco a poco la calle otra vez se quedó en silencio. Nos despedimos quedando encontrarnos en la tarde para salir a jugar.

Esa tarde, mientras jugábamos un partido de fulbito en plena pista, oímos un zumbido lejano llegando desde el final de la calle. Levantamos la mirada, nos quedamos pasmados un segundo mientras el cielo empezaba a oscurecerse. De pronto alguien de entre nosotros gritó, ¡Todos al suelo!, y todos nos arrojamos de un solo golpe sobre la acera. Una gran mancha negra volaba hacia donde estábamos, dejando oír un zumbido cada vez más fuerte mientras se acercaba y pasaba a pocos metros del suelo. Era un gran enjambre de abejas que había llegado a la ciudad. Nos quedamos unos segundos acostados, y luego cuando ya estuvimos seguros de que no quedaba una sola abeja sobre nuestras cabezas nos levantamos, nos miramos, y sin decir una palabra salimos corriendo. Seguimos desde lejos el gran enjambre, teníamos que saber a donde se dirigía.

Daniel no salió a jugar esa tarde. Él se había quedado en su casa porque su mamá, quien siempre lo empujaba a que se reúna con los chicos del barrio, no se encontraba. Así que aprovechó para jugar con su nueva mascota, aquella que había llevado de la calle esa mañana. Daniel llevó el grillo a su cuarto, lo puso sobre su cama y fue a buscar algo en su ropero. No tardó mucho en encontrarlo. El pequeño insecto, que no se había movido de donde lo había dejado, lo miraba con curiosidad moviendo sus antenas. Daniel lo volvió a tomar con cuidado entre sus manos y lo metió a la caja de zapatos que traía bajo el brazo. Este será tu nuevo hogar amiguito, desde hoy yo cuidare de ti y ya no tendrás que estar allá afuera sufriendo con la lluvia y pasando hambre. El pequeño insecto lo miró desde la caja e hizo ¡cric!, ¡cric! en respuesta. Tomó un viejo lapicero que encontró en la mesa de noche al lado de su cama y le hizo unos agujeros a la tapa de la caja. Miró de cerca por cada uno de los huequitos que había hecho, agrandó algunos que le parecieron muy pequeños, volvió a mirarlos y, sí, ahora estaban bien, ahora había buena luz y ventilación para la casa de su amigo. Una vez terminado eso, se quedó pensando que más podría hacer. Un instante después se puso de pie, dejó la caja de zapatos sobre su cama y salió corriendo de su habitación. Tenía que ir a buscarle algo de comer. Fue hasta la cocina, abrió su vieja refrigeradora y buscó entre las verduras. Al poco rato volvía a su cuarto con un pedazo de zanahoria, un trocito de tomate, una pequeña hoja de lechuga y unas cáscaras de arveja. Metió todo dentro de la caja donde estaba su grillo mientras le decía, Esta tarde tendrás un buen banquete, amiguito. El grillo se acercó a la lechuga y empezó a comer mientras Daniel miraba con curiosidad como devoraba esa hojita. Un día, dijo Daniel dirigiéndose al pequeño insecto, mi papá se fue de casa, me dijo que se iría de viaje muy lejos, pero que vendría a verme para mi cumpleaños. Pero algo debe haberle pasado porque ya pasaron dos cumpleaños y él no regresa, ni me ha escrito, ni nada. Quizás viajó a algún lugar muy lejano, desde el cual no puede regresar y donde no llegan los carteros, ¿di?, dijo Daniel mirando fijamente al insecto esperando inocentemente que este le respondiera. Quizás está perdido por las montañas o por la selva y no sabe cómo encontrar el camino de regreso. Sabes, le dijo como quien habla con un buen amigo, él es muy valiente y grande, muchas veces me llevaba en hombros y jugábamos a pelear contra invasores extraterrestres, como los de la tele. A veces pienso que él no es de acá, que vino de otro planeta. Puede que su nave se halla malogrado en alguna galaxia lejana y le es difícil volver. Yo me siento tan diferente al resto de niños que creo que no pertenezco a este mundo. Quizás vine de otro planeta también, ¿no crees?, le pregunto al insecto que comía tranquilamente en la caja. Voy a esperarlo todas las tardes y todas las noches mirando al cielo desde mi ventana, seguro que un día logrará arreglar su nave y vendrá a llevarme con él a un lugar donde todo sea bonito, no como este. Iremos a un planeta de verdad, y tú iras conmigo, seguro que allá habrá muchas cosas ricas que comer, allá podremos jugar todo lo queramos, y quizás allá mi madre con lo feliz que se sienta ya deje de gritarme y pegarme por todo, dijo Daniel dejando escapar un pequeño suspiro de esperanza. El grillo seguía comiendo, había dejado mordisqueada la hoja de lechuga y ahora estaba sobre la cáscara de arveja. Daniel lo miraba con una pequeña sonrisa dibujada en su rostro. Ya verás amigo allá seremos los reyes, ya veras, dijo finalmente antes volver a tapar la caja e irse a leer un libro de historietas. Rato más tarde volvió a buscar a su grillo, había sacado sus juguetes y los tenía esparcidos sobre su cama. Allí jugó largo rato con sus soldaditos, sus carros y su amiguito que participaba dando pequeños brincos en el pequeño campo de batalla en que se había convertido la cama. Así, entre juegos inocentes, se pasó toda la tarde.

La noche llegó. Daniel se había quedado dormido sobre su cama, al lado de la caja donde estaba su grillo. Su madre regresó tarde aquella noche, entró al cuarto de su hijo en silenció. Estaba oscuro. Sólo un pequeño rayo de luna se colaba por la ventana. Puso la caja de zapatos a un lado sin percatarse de lo que contenía, guardó como pudo los juguetes, le puso el pijama a Daniel que no abrió un solo ojo, y lo acostó dentro de la cama. Una mirada triste brotó de su rostro. Observó unos segundos a su pequeño, pensó o recordó algo, mientras un suspiro afligido nacía de su pecho. Se puso de pie, miró al cielo a través de la larga ventana de metal, cerró las cortinas de la habitación y se fue a dormir.

Esa noche Daniel soñó con su padre. Él estaba en un lugar lejano y parecía como perdido. Lo vio delgado y mal vestido. Tuvo pena por él. Sí, allí estaba, tenía la cara triste por no poder regresar a casa. También vio en sus sueños como su grillo, convertido en un insecto gigante, lo llevaba en su espalda cruzando el cielo hasta donde estaba su padre y lo rescataba de ese lugar tan inhóspito.

A la mañana siguiente, Daniel despertó con el recuerdo del sueño que había tenido, buscó desesperado la caja de zapatos donde había puesto a su amigo. Miró sobre la cama, miró debajo de ella, miró en su mesita de noche, hasta que finalmente la encontró al lado de su caja de juguetes, en un rincón de su habitación. La observó minuciosamente por todos lados, un pequeño agujero se veía en uno de los rincones. El grillo ya no estaba, se había ido. Daniel en su mente infantil y fantasiosa pensó que quizás el sueño había sido realidad, que su amigo al escuchar su historia la tarde anterior había decidido ayudarlo e ir a buscar a su padre. Tenía la esperanza de que pronto volvería a ver a su papá después de tanto tiempo de ausencia. Abrió las cortinas de su ventana, se quedó mirando al cielo azul de esa mañana, junto las manos y empezó a orar. De pronto, un grito de susto proveniente de la cocina lo sacó de sus oraciones. Era su madre. Se bajó de la cama, se puso rápidamente sus sandalias y salió corriendo a verla. Allí estaba ella con cara de enojo, la misma que siempre traía desde que se fuera su padre. Daniel la miró tímidamente sin hablar, y ella señalando un rincón de la cocina le dijo, ¡Bota ese animal a la basura! Él miró a donde ella señalaba y vio una pequeña mancha marrón en el piso. Se acercó lentamente a ella, se arrodilló para verla mejor y pudo distinguir, que allí tirado de espaldas y muerto estaba su grillo. Daniel no pudo contener las lágrimas, Eres mala, porque siempre eres mala, le dijo llorando a su madre. Ella sin entender, le gritó más fuerte, ¡Bota ese animal, y no llores como una niña!, luego dio media vuelta y se marchó a su cuarto. Daniel levantó a su amigo con cuidado, salió de su casa y se dirigió hacia el lugar donde el día anterior lo había encontrado. Eran muchas cuadras de camino hasta lo alto del pueblo, pero a él no le importó. Caminaba triste por la pérdida de su amigo y porque su sueño ya no podría cumplirse. Minutos más tarde llegó hasta el parque. Vio algunos grillos trepados en los costados de los viejos muros. Daniel se paró frente a donde estaba el grupo más numeroso, los miró con nostalgia un segundo, se arrodilló en el yermo jardín y empezó a escarbar. Hizo un pequeño agujero. Allí puso al insecto, le dijo, Gracias amiguito, con voz apagada mientras tapaba el agujero con un poco de tierra. Clavó una ramita sobre la pequeña tumba, hizo una oración en silencio y finalmente regresó caminando cabizbajo a su casa.

Esa tarde volvimos a ver a Daniel, estaba más callado que nunca, metido en su mundo como siempre, con cara triste, Vamos, Daniel, le dije, Ayer llegó un gran enjambre de abejas y han hecho sus colmenas en los árboles de la Plaza de Armas, vamos a ver. Él me miró serio y me dijo, No me importan las abejas, y luego bajó la cabeza, ¿No quieres ir?, le insistí, Si quieres después vamos a atrapar más grillos como ayer, ya veo que no les tienes miedo, que dices, vamos, y él sin levantar la cabeza me dijo, No les hagan daño, ellos son buenos. Anoche soñé que mi grillo rescataba a mi padre, agregó con un aire de resignación. Yo lo miré extrañado, sin entender lo que decía. Yo sabía que su padre los había abandonado hace un par de años para irse lejos con otra mujer, al menos eso decían los mayores. Su cara de tristeza me conmovió, quería hacer algo para que saliera de ese estado. Me acerqué a él, le puse mi mano sobre su hombro y le dije, Está bien, Daniel, hoy iremos a jugar con los grillos, pero no les haremos daño, sólo jugaremos con ellos, ¿está bien?, y él sin mirarme asintió con la cabeza. Ven, vamos, le dije, te enseñaré donde están las abejas. Lo tomé de un brazo y él se puso de pie, Vamos, corre, le dije y salimos corriendo en dirección a la plaza del pueblo. Yo lo jalaba mientras corríamos por las viejas calles, con el cerro de arena y piedra mirándonos de cerca, con el calor inclemente del verano sobre nuestras cabezas, y con los muchos grillos e insectos que siempre solían llegar después de las lluvias de febrero.

19 marzo 2022

Amor de Invierno

            El invierno rondaba suave y ligero en medio de las callejuelas estrechas y lacónicas llenas de parroquianos apurados en ese mediodía grisáceo. Una brisa fresca recorría el lugar escabulléndose entre la gente, azotando con amable fiereza las calles angostas del centro antiguo de la ciudad. Marcos Aranda caminaba apurado entre la muchedumbre, con el corazón emocionado y la ilusión brotandole de la piel. Iba a su encuentro, la volvería a ver otra vez, la podría tener a su lado como había soñado esos últimos meses. Trató de calmar su respiración agitada, cerró su chaqueta negra hasta el cuello tratando de protegerse del frio, apresuró el pasó como queriendo acelerar el tiempo y luego de unos minutos de impaciente andar llegó al terminal de buses que iban al sur del país.

          Un par de días antes había llegado a ese, su viejo lugar de origen, luego de un par de años de ausencia. Poco tiempo atrás había partido a Canadá en busca de nuevos sueños. Sus padres y hermanos habían emigrado años antes, pero por razones de documentación él se tuvo que quedar unos cuantos años más en la soledad de su pequeña casa hasta que después de tanta angustiosa espera finalmente él también se aventuró a recomenzar una vida nueva lejos de su tierra natal. Allá, lejos de sus amigos, y en un lugar totalmente desconocido para él, tuvo que adaptarse a una diferente forma de vida.

Cuando llegó no hablaba ni una sola palabra de francés así que tuvo que inscribirse en una escuela para inmigrantes. Debido al problema del idioma tuvo que conformarse con trabajar en lo que sea. Empezó limpiando oficinas en un edificio grande en medio de una urbe desconocida. En cada jornada se vestía con su uniforme limpio y bien planchado de barrendero, arrastraba su carro de basura, sus escobas, trapeadores y otros productos de limpieza e iba por cada piso que le tocaba limpiar tratando de siempre llevar con él una sonrisa de esperanza.

A pesar del optimismo que cargaba, se sentía pequeño e invisible mientras hacía su trabajo. Mientras caminaba por los pasillos llenos de gente bien vestida, veía a las personas pasar a su lado inmutables y serias mirando a todo y a nada, sin darse cuenta de que él estaba allí, de que también era un ser humano que existía. Caminando por allí se sentía como uno de esos viejos muebles dejados al olvido en algún rincón de la casa. Esos que nadie quiere o nadie recuerda. Pero a pesar de la dureza de la situación eso nunca lo desanimó a seguir adelante.

Por las noches, luego de cenar con su familia en su pequeño y viejo departamento, se metía a Internet y buscaba por las redes sociales a viejos amigos con quien pudiera conversar y así hacer menos doloroso ese proceso de cambio que había sido tan abrupto para él.

Fue por una foto que subió en sus redes sociales que volvió a contactar a Analí Rosas, su amiga de adolescencia. Ella le puso un comentario y él le respondió con un mensaje privado donde le preguntaba que había sido de su vida en todos esos años que no se habían vuelto a ver. Desde ese día ellos no dejaron de comunicarse. Pasaban las noches envueltos en largas conversaciones. La distancia no era un impedimento para acercar sus almas solitarias. Se ponían en videollamada y allí pasaban horas y horas contándose sobre sus experiencias actuales y pasadas. Hablaban de los sucesos de sus días, recordaban viejos momentos, chismeaban un poco sobre la vida de sus viejos amigos o simplemente se ponían a cantar esas canciones románticas que a ambos les gustaban.

Con el transcurrir de los días el sentimiento de cariño mutuo se fue transformando. Empezaron a quererse y a extrañarse casi sin darse cuenta. Si algún día no podían comunicarse por alguna razón, terminaban sintiéndose vacíos con un corazón que se desesperaba por saber del otro. Se habían convertido, sin proponérselo, en algo más que solo amigos. La nostalgia por los viejos y buenos tiempos hacia más entrañable ese sentimiento que nacía de sus almas. A pesar del dolor que  pudiera surgir por no tenerse cerca sabían que siempre podian contar el uno con el otro en todo momento y para cualquier cosa. La distancia no era impedimento para mantener esa cercanía tan intima que había entre ellos, sabían que a pesar de los kilómetros nada los podía separar.. Eso era más que un simple querer. Era un amor al cual poco a poco fueron sumergiéndose, un amor que les llenaba el alma y les devolvía luz a sus vidas.

Habían pasado más de tres meses desde que volvieron a comunicarse. Meses en los cuales las noches de charlas se habían convertido en la mejor parte de sus dias. Un buenas noches y un te quiero se había transformado en su habitual despedida a pesar de que él se moria por expresarle todo el amor que sentía, y ella por responderle con el mismo sentimiento. El amor que había surgido en él se había convertido en algo tan grande que no pudo resistir más tenerla lejos. Así que una mañana se levantó decidido a ir a verla. Tenía ganas de tenerla cerca, de mirarla a los ojos con dulzura, de besarla con pasión como tantas noches había soñado. Entonces decidió ahorrar algo más de dinero haciendo horas extras, trabajando los fines de semana hasta las tres de la mañana. Nada se había vuelto más importante que estar a su lado tan pronto como pudiera.

Llegó el verano para él y el invierno para ella. Cada uno en un hemisferio distinto, a miles de kilómetros de distancia. Era el tiempo esperado. Él tomó ese vuelo con la ilusión cargada en sus maletas. La volvería a ver en persona después de tantos años de lejanía.   

            Protegiéndose del ligero frío que rondaba por el centro de la ciudad, había salido en su búsqueda. Vestía esa chaqueta oscura que su madre le había regalado en su último cumpleaños y que sólo la había usado en ocasiones especiales. Apresuró el paso y tomó el primer bus que salía hacia la ciudad que en esos días ella visitaba por trabajo. Lleno de ilusiones y conteniendo ese gran sentimiento que tenía por ella se recostó en el asiento de ese viejo bus y se puso a contar los minutos de esas dos horas de viaje. 

Marcos llegó a su vida cuando ella más necesitaba de una voz amiga que la pudiera escuchar. Alguien con quien desahogar sus penas y sus frustraciones. Unos meses antes de reencontrarse por internet, ella había estado lidiando con una situación difícil en su vida. Había estado casada por casi dos años. Él era un ejecutivo importante de una compañía financiera. Se conocieron mientras estudiaban juntos una especialización en marketing en una prestigiosa universidad de la ciudad. No pasó mucho tiempo antes de que él le pidiera matrimonio y se casaran. Todo fue tan rápido, apenas fueron novios un par de meses y de pronto ya estaban en el altar dándose votos de amor y fidelidad uno al otro. Ella pensó que él era el hombre ideal, tan caballeroso y respetuoso con ella, siempre llevándole regalos y flores cada vez que podía. Lo veía casi como un príncipe azul salido de algún cuento de hadas. Pero eso cambió paulatinamente una vez casados. Los primeros meses fueron como una luna de miel para ellos. Salían mucho y viajaban cada vez que podían. Pero con el transcurrir del tiempo, las cosas se fueron poniendo diferentes. Lo empezó a notar algo cambiado. Ya no era el chico amable que solía ser cuando eran novios si no que su actitud hacia ella empezó a asperarse. Le exigía que le preparara el desayuno temprano en la mañana, que le tuviera la ropa lista para el trabajo y que se ocupara de todos los quehaceres de la casa aun sabiendo que ella trabajaba tanto como él. Al comienzo ella lo aguantó pues él se lo pedía con cariño, pero poco a poco eso se fue convirtiendo en una exigencia ruda que algunas veces terminaba en peleas. En algunas ocasiones éstas llegaban hasta los golpes.  Él la golpeaba dándole cachetadas si ella le contestaba mal, aunque ella siempre trataba de defenderse y le respondía con empujones o arañazos hasta que él se cansaba de discutir y se iba de la casa y no aparecía hasta el día siguiente.

Pocos meses después de casados ella empezó a recibir cartas anónimas amenazándola, pidiéndole que dejara a su esposo pues la que escribía supuestamente había sido el amor de su vida y que él aún la seguía amando. En las cartas le contaba las veces que él iba a verla, las cosas sucias que hacían en la cama y como lo consolaba cada vez que él llegaba a verla después de una pelea con su esposa. Toda esta situación trajo el caos en su matrimonio y luego de más de año y medio de casados ella le pidió el divorcio.

             El bus llegó a su destino a mediodía. Un sol temeroso se escondía tras unos grisáceos estratocúmulos que adornaban el cielo invernal con figuras de apariencia mítica. Era una ciudad cerca al mar con una brisa fresca con olor a pescado impregnándolo todo. Ellos habían quedado en verse por la tarde luego que ella terminará de hacer su recorrido de trabajo.

Marcos bajó cerca de la plaza principal y caminó unos cuantos minutos en medio del caos del tráfico. Observó cada detalle del sitio, sus calles sucias, sus autos viejos, su gente apurada y sus pocos edificios nuevos cada cierto tramo adornando de modernidad la ciudad. Siguió así hasta que llegó al hotel donde ella dijo que estaba hospedada.

            Tomó una habitación. Se acomodó en ella descansando unos minutos. Luego de un corto reposo le escribió un mensaje de que había llegado. Esperó su respuesta tranquilamente por unos minutos mientras veía algo en la televisión. Rato después ella le respondió. Miró el mensaje con una sonrisa de ilusión y luego se alistó para salir a comer algo.

            Se sentó en un restaurante cercano, frente a una gran ventana que daba a la plaza. Desde allí podía divisar a la ciudad y su gente en perpetuo movimiento. Pidió un menú de carne guisada y un refresco de cebada con piña que le hizo recordar a los de su abuela María. Estuvo allí un buen rato y luego regresó a su habitación con la satisfacción de una buena comida norteña en su boca.

Por la tarde salió a recorrer la plaza principal. Se sentó en uno de los bancos de madera cerca al monumento de concreto en el centro de la plaza y se dispuso a escribir algo en su pequeña libreta de apuntes. Allí se pasó varios minutos sumergido en sí mismo, sin sentir la brisa fría de la tarde despeinando sus cabellos y sin darse cuenta de esa bandada de palomas que merodeaban curiosas buscando algo de comida cerca a sus pies. Luego de varios minutos miró su reloj. Ya era casi la hora en que habían quedado en encontrarse. Las palpitaciones de su corazón se aceleraron por la emoción que lo inundaba. Su alma se moría de ansiedad mientras los segundos transcurrían y lo acercaban a la hora del reencuentro.

Ella llegó sigilosamente por detrás de él, le tapó los ojos con las manos y le preguntó ¿Adivina quién es? Él, tomándole suavemente las manos, le dijo: La chica de Jalisco. Ella sonrió, recordó la canción que ellos solían cantar años atrás en el karaoke de su casa, le respondió con una mala imitación del acento mejicano, No te rajes, güey, quitó las manos de sus ojos y agregó, Si, esa soy yo, y una risa juguetona y encantadora emergió de su rostro. Él se levantó raudamente, se volteó a verla, se miraron por unos interminables segundos con un cariño inmenso de grandes amores y luego se fundieron en un interminable abrazo.

Esa tarde ellos caminaron abrazados por los alrededores de la plaza mientras charlaban de todo un poco. Se sentían tan bien estando uno al lado del otro. Como si su vida se hubiera llenado de resplandor. Como si ya no necesitaran a nada ni a nadie más para ser felices. Luego de un rato de caminata, cuando la tarde ya empezaba a caer, ella lo invitó a un apacible restaurant rústico frente al mar. Allí pidieron algo de comer y ordenaron una jarra de sangría.

Desde el antiguo balcón de madera en el que estaban sentados la vista era magnífica. Desde allí podían divisar el cielo hermoso y crepuscular de la tarde adornado de multicolores y con un fondo que parecía una acuarela de fuego despidiendo al astro rey que se sumergía en el mar. Un atardecer romántico para ese momento tan especial que ellos estaban viviendo. Luego de comer, y con unos tragos de sangría encima ellos acercaron sus sillas. Estaban a pocos centímetros uno del otro. Él le tomó la mano, acarició con dulzura su rostro suave y se fue acercando lentamente hasta llegar a sus labios. Un beso apasionado nació en ese instante y se sintieron como transportados a un mundo etéreo y sublime en el cual la felicidad de estar uno al lado del otro era todo lo que importaba. Ese beso solo terminó para que ellos pudieran darse un respiro y luego volver a empezar con más vehemencia el siguiente y el siguiente y así por varios minutos hasta que el mozo llegó a interrumpirlos preguntándoles si deseaban otra jarra más de sangría.

Terminaron la noche bajo los faroles coloniales de la plaza, abrazados uno del otro tratando de detener el tiempo para hacer de ese momento de ensueño algo eterno. Allí estuvieron un buen rato hasta que ella le dijo que tenía que ir a preparar su agenda de trabajo y a dormir pues al siguiente día le esperaba mucho por hacer y muchos lugares que recorrer.

    Caminaron tomados de la mano hacia el hotel. Él la acompañó hasta la puerta de su habitación que estaba contigua a la suya y allí la despedida se hizo interminable con besos que no dejaban de brotar de sus labios. En un instante él quiso entrar con ella a la habitación, pero ella le dijo que no, que sea un buen chico y que vaya a dormir a su cuarto. Se dieron un último y prolongado beso y se despidieron quedando en encontrarse en dos días en su ciudad de origen.

Los días siguientes la pasaron juntos. A veces se encontraban a la hora de almuerzo e iban a algún lugar en el centro de la ciudad a comer y a estar juntos por lo menos unos minutos. Por las noches, cuando ella salía del trabajo, iban a cenar, a bailar, a algún Karaoke, o a ver una buena película en el cine antiguo de la ciudad. Algunos días se reunían con Cristal e iban por una pizza y unas sangrías. Ella había sido una de las mejores amigas de ambos cuando eran adolescentes y vivían en el mismo barrio. Para ella, ver a sus mejores amigos juntos la llenaba de alegría. Pensaba que no podía haber pareja más perfecta que ellos. Siempre habían sido grandes amigos, eran buenos chicos que no habían tenido suerte en el amor y que esta vez la vida les daba una nueva oportunidad para ser felices. Un viernes salieron los tres y otras amigas a un restaurant nuevo que habían abierto en la ciudad. Tomaron unos tragos, se tomaron muchas fotos y bailaron toda la noche en la gran pista de baile del lugar. La dicha iluminaba la noche mientras ellos se divertían bailando y riendo de cualquier cosa como unos locos sanos.

Los días pasaban y a él se le iban acabando las vacaciones. El día de su partida, Marcos se levantó muy temprano. A esa hora el Sol apenas empezaba a mostrar su lánguido resplandor allá a lo lejos, en la línea del horizonte. Observó por unos segundos aquel despertar suave del día a través de los cristales húmedos de su ventana. Se sentó apoyándose sobre sus grandes almohadas, se restregó los ojos como queriendo quitarse el sueño con los nudillos de los dedos, dio un pequeño bostezo de gato y se levantó de la cama.

Sus maletas ya estaban listas cerca de la puerta de su dormitorio. Era el último día que estaría allí, era el último día que la vería antes de partir de vuelta a tierras lejanas. Luego de bañarse con agua fría de balde y cambiarse de ropa, se sentó en su cama, cogió su libreta de notas y se puso a escribir largamente sobre sus días al lado de ella.

Como a las ocho de la mañana recibió un mensaje. Eran Analí y Cristal que estaban afuera de su casa. Habían ido a despedirlo. Estarían con él las dos horas restantes antes de su partida. Las chicas habían llevado unos panes y unos tamales que compraron en la bodega de la esquina. Prepararon café y se sentaron a tomar desayuno en la pequeña mesa del comedor.

Ellos intentaron pasarla bien recordando viejos momentos. Como las reuniones en casa de Rocío Pérez donde los cuatro solían pasar algunas tardes charlando, escuchando música, bailando cuando se podía o intentando hacer piononos u otros dulces que no siempre terminaban bien, pero para ellos eso no importaba, solo era una excusa para estar juntos y pasar un buen rato. A veces también se les unía algún otro amigo del barrio y el alboroto se hacía más grande.

Luego de terminado el desayuno, se sentaron en la sala a seguir la tertulia mientras esperaban la hora de salida. Marcos se sentó a su lado y todo el tiempo la tuvo abrazada o tomándole la mano o dándole besos disimulados mientras pegaban sus rostros. Era como si no quisieran separarse, como si quisieran que el tiempo se estirase para poder estar así, uno al lado del otro dándose todo el cariño y el amor que brotaba de sus almas. Cristal los acompañaba y hacia bromas como siempre, recordando las tonterías que alguna vez hicieron estando más jóvenes. Por ratos les tomaba fotos a sus dos amigos que se veían tan enamorados. Ella cogía la máquina fotográfica, les decía en que pose ponerse, los miraba con cariño, daba un suspiro y luego empezaba la sesión de fotos. Volvían a charlar un poco y luego de unos minutos alguien decía Otra foto, otra foto y la sesión fotográfica volvía a empezar. En un momento él se puso de pie, se acercó a la computadora que estaba en un rincón de la sala, la encendió y luego llamó a las chicas. Antes de irnos tenemos que cantar la ranchera que mejor nos sale, dijo Marcos. Y la única que sabemos agregó Cristal con una irónica sonrisa. Puso el karaoke en su computadora, encendió los pequeños parlantes, cogió los audífonos con micrófono, les dijo Chicas acérquense a mí, y empezó a sonar la música. Ay, Jalisco, Jalisco, Jalisco… ellos empezaron a cantar y se sintieron como transportados en el tiempo, como cuando se reunían a cantar las canciones de moda siendo adolescentes. Un día Analí les preguntó Alguien se sabe una ranchera, y todos dijeron que no. Ella les dijo Yo me se Jalisco, pónganla y la cantamos, solo síganme. Todos aceptaron el reto y empezaron a cantar leyendo la letra del karaoke y siguiendo el ritmo y entonación que ella le ponía. Desde ese día esa fue una canción infaltable en sus días de karaoke.

Cerca de las diez de la mañana, se alistaron para ir al aeropuerto. Marcos se despidió de su tía, con quien había estado quedándose, cargó su maleta grande y, seguido por las chicas que lo ayudaban con su mochila y su cámara fotográfica, salieron en busca de un taxi.

Mientras el auto avanzaba él se puso a observar por última vez las calles de su ciudad natal. Una ciudad con gran movimiento de autos, calles bien cuidadas por algunos lados y otras más sucias, llenas de polvo y ambulantes por otros lados. Durante todo el trayecto no soltó la mano de Analí. La acariciaba con nostalgia recordando los hermosos días de amor a su lado.

En la sala de espera del aeropuerto se sentaron a aguardar el anuncio de embarque que sería en pocos minutos. Allí se tomaron unas cuántas fotos más y luego por buen rato estuvieron en silencio tomados de las manos, queriendo sentirse uno parte del otro. La gente pasaba a su lado cargando sus equipajes y una bulla grande se formaba de rato en rato por las despedidas de seres queridos en la puerta de embarque.

Pasados varios minutos, una voz femenina en el altavoz del edificio anunció que era el momento de su partida. Él se puso de pie, ella lo siguió, se miraron con todo el amor que pudieron sacar de sus corazones, se dieron un discreto, pero profundo beso en los labios y luego caminaron hasta la puerta de embarque. Allí se despidió de Cristal con un gran e interminable abrazo, y aprovechó para decirle al oído Cuídala mucho, y cuídate tú también. Luego miró a Analí, la tomó de las manos y le dijo Gracias por los bellos momentos. Le dio un profundo y sentido abrazo como si ya no la fuera a ver nunca más en la vida. Le dio un beso suave en los labios y luego se dirigió a la puerta de abordaje. Desde allí les hizo adiós con las manos mientras avanzaba arrastrando su maleta con paso parsimonioso. Marcos caminó hacia la nave sin dejar de mirar atrás y hacer adiós a esa mujer que había llegado a amar tan profundamente en esos días de invierno.

Esa noche mientras él viajaba de regreso ella le escribió un mensaje. Le decía lo mucho que lo quería. Que había pasado momentos mágicos a su lado. Le dijo que en ese momento estaba llorando porque ya no lo podía ver. Le agradeció por todo el tiempo que pasaron juntos, por el amor compartido. Al final del mensaje volvió a escribir Te quiero más de diez veces con letras mayúsculas y remató con un Adiós amor, también en mayúsculas. Era su despedida. Para ella eso era el final de esos días de ensueño. El final de ese esporádico romance de fantasía. Fue un amor de invierno tan lindo que para ella terminó apenas el avión despegó hacia otro país.

En cambio, para él eso había sido el comienzo de algo grande, de un amor de verdad, de un amor que sentía que podría perdurar toda la vida.

             La noche empezó a caer lentamente sobre la ciudad. Los días de primavera se acercaban y el mundo empezaba a cambiar poco a poco de color. Marcos, con los nervios erizándole la piel, se iba acercando a la casa donde sería la fiesta. Llevaba puesta esa camisa elegante que hacía poco había comprado en una tienda cara de Toronto. Era una camisa color vino tinto, hecha con una tela fina, de la cual él no recordaba el nombre, y con un brillo suave que le daba un sutil toque de modernidad que parecía sacaba de un catálogo de ropa europea. Sobre ésta llevaba una chaqueta de cuero negra que sólo usaba para eventos especiales.

Se encontró con Cristal en las afueras de la casa. Se saludaron con gran emoción y empezaron a conversar sobre cómo sería el ingreso de la banda. Marta, la hermana mayor de Analí, entraba y salía a cada minuto preguntando si ya habían llegado los músicos y dándoles detalles de cómo estaba avanzando todo allí adentro.

Padres, hermanos, tíos, primos y amigos más cercanos habían llenado el gran jardín trasero donde se habían puesto unos toldos elegantes y unas cuantas mesas para albergar a todos. Eran como treinta personas vestidas con sus mejores trajes para pasar esa noche al lado de ella, de la cumpleañera.

            Un vehículo negro se estacionó cerca a la entrada de la casa y de allí empezó a bajar un grupo de músicos vestidos con sus relucientes trajes de charros mejicanos.  Cargaban todo un arsenal de instrumentos.

Durante las dos últimas semanas Marcos y Cristal habían estado coordinando a la distancia con mucho entusiasmo la sorpresa que le darían en la gran fiesta de cumpleaños que su familia le iba a celebrar. Él con el corazón enamorado y lleno de ilusión, decidió contratar un grupo de Mariachis y llevarle una linda serenata nocturna. Alguna vez en su vida le había comentado a uno de sus mejores amigos de la universidad que si algún día le llevaba una serenata de mariachis a alguna chica sería porque él tendría la firme convicción de que la amaba de verdad y que ella sería, con toda certeza, la mujer con quien pasaría el resto de su vida. Nadie más que la mujer elegida seria la merecedora de ese detalle de amor y romanticismo de parte de él que de romántico no tenía mucho.

Los músicos caminaron hacia ellos con el brillo de sus trajes iluminando la noche. Saludaron muy amablemente a Marcos y a Cristal, a quien ya conocían por las veces que había ido a verlos para lograr el contrato de esa noche, y esperaron hasta que les den la señal para poder ingresar a hacer su espectáculo.

Estuvieron unos minutos interminables en el jardín exterior de la casa esperando pacientemente. Al poco rato, Marta salió sigilosamente a la puerta y los llamó emocionada. Ya es hora, ya es hora les dijo en voz bajita, tratando de no echar a perder la sorpresa. Los músicos alistaron sus instrumentos, aclararon sus voces y poniéndose raudamente en fila empezaron a desfilar uno por uno al interior de la casa cantando Las Mañanitas a viva voz y con los instrumentos sonando tan alto que estremecían los cristales de las ventanas. Marcos y Cristal se colaron al desfile, apresuraron el paso y entraron sonrientes detrás de ellos.

         Cuando llegó de regreso a casa, después de esos días inolvidables de vacaciones a su lado, Marcos Aranda se sentía agotado y melancólico. Había pasado tantas horas incómodo en ese asiento estrecho de avión que lo único que hizo ese día fue dormir largamente. Se despertó queriendo que su regreso sea un sueño. Quería volver a verla.

Por varios días su mente anduvo todo el tiempo en el limbo, como sí volara entre las nubes de los recuerdos. A cada segundo volvía a revivir una y otra vez en su mente distraída esos pocos días de amor y de ensueño. La vida había tomado un nuevo sentido para él. El amor por ella había transformado todos sus planes. El único plan que le importaba en ese instante era el de volverla a ver, de regresar y estar a su lado, de amarla y darle su vida para que pudieran caminar juntos por el tiempo, por los años que les quedaban por delante.

Planeó su regreso desde el momento que piso ese avión que lo alejó de ella. Durante el vuelo pensó una y mil veces las cosas que tenía por hacer. El amor lo haría luchar contra todo para lograr que funcione eso tan hermoso que había nacido en sus corazones. Desde que llegó empezó a poner en práctica su plan de retorno. Se puso a trabajar dieciocho horas al día con tal de ahorrar suficiente dinero para su viaje, para quedarse allí hasta que decidieran que destino tomarían en la vida. Él pensaba en un futuro a su lado, pensaba que nada ni nadie podría impedir que ellos estén juntos, que su amor iba a derribar cualquier barrera que se interpusiera en su camino. Durante mes y medio se dedicó a trabajar incansablemente día y noche. Ya no se comunicaban por las noches como antes lo hacían. Él siempre le dejaba mensajes por internet y ella le respondía cuando su trabajo y su rutina se lo permitían. Solo un par de noches pudieron comunicarse y conversaron de como habían estado esos días, del trabajo, de la familia, recordaron algunos momentos divertidos juntos y se desearon buenas noches antes de ir a dormir. En algún momento él le dijo que pensaba volver pronto y que quizás algún día no muy lejano le iba a dar la sorpresa. Por esos días, Marcos había empezado a mandarse mensajes con Cristal. Él quería que ella fuese su cómplice en la sorpresa que él le pensaba dar por su cumpleaños.

             Los chicos entraron detrás de los mariachis. Estos se pararon frente a las mesas donde estaban los invitados y continuaron cantando. Uno de ellos llamó a Analí y empezó a cantarle una ranchera romántica. En un momento, él le puso el sombrero mejicano y se arrodilló delante de ella como rogándole por amor mientras cantaba, a lo que ella sólo respondía con una sonrisa y haciendo gestos graciosos por cada ademán que el cantante hacía.

Ella estaba inmensamente bella esa noche, con su cabello negro y lacio cayéndole suavemente por los hombros. Llevaba una elegante blusa negra y unos pantalones beige que la hacían ver regia, con esa figura bien formada que era envidia de más de una chica.

Terminada la canción, ella se sentó en una mesa cercana a los músicos. Desde allí miraba a Cristal y a Marcos con unos ojos llenos de sorpresa por lo que estaba pasando.

Los mariachis llamaron a su papá para que juntos le cantarán una canción. Fue una canción emotiva que terminó con ella abrazando y besando con gran amor a su querido padre cuando ésta acabó. Luego llamaron a algunos de sus tíos con quienes también cantaron unas rancheras. Una vez terminada esa parte del show, el mariachi agradeció a Cristal y Marcos por haber hecho realidad esa sorpresa. Habló de que ellos eran unos grandes amigos, que la querían mucho, y para finalizar ese pequeño discurso invitó a Marcos a cantar una canción para su amiga.

Él miró a Cristal sorprendido, le dijo Eso no estaba planeado Cris, y ella con una sonrisa pícara le dijo Ve, hijo, ve. Se acercó al cantante, éste le puso el sombrero mejicano y le preguntó si conocía la canción Si tú supieras, de Alejandro Fernández. Él no tenía la más mínima idea de que canción era esa. Le respondió No la conozco. El cantante acercándosele al oído le dijo No te preocupes, yo soy él que cantará tú puedes mover los labios y ayudarme con el coro. Marcos lo miró con cierta duda y luego agregó Esta bien, hagámoslo.

Cuando el mariachi comenzó a cantar la primera estrofa, Marcos no sabía de qué se trataba de una declaración de amor, pero mientras más la escuchaba empezó a sentir como si se estuviera metiendo en un laberinto sin salida.

Si tú supieras
Que tu recuerdo me acaricia como el viento
Que el corazón se me ha quedado sin palabras
Para decirte que es tan grande lo que siento

El mariachi cantaba con gran emoción y sentimiento, mientras Marcos solo atinaba a mover los labios. En un momento, miró como queriendo matar con la mirada a Cristal que seguía allí al costado sonriendo de emoción, luego volteó la mirada hacia Analí a quien el rostro le había cambiado, estaba roja, con una cara de molesta que intentaba disimular esbozando una sonrisa fingida.

Ven
Entrégame tu amor
Que está mi vida en cada beso para darte
Y que se pierda en el pasado este tormento
Que no me basta el mundo entero

Para amarte

Durante el coro el mariachi le ponía el micrófono a Marcos, y él, tratando de olvidar que había gente allí se ponía a cantar enredando la letra según lo que él pensaba que decía. La única parte que sabía era el comienzo de las estrofas que decían Si tú supieras, y la parte del coro que decía Ven, entrégame tu amor, el resto de la canción se la pasó balbuceando como un bebe que quiere aprender a hablar. La canción se le hizo interminablemente larga. Tenía ganas de irse de allí lo más rápido posible. Podía notar como sus amigos y familiares comentaban sobre él. Una tía de Analí que estaba sentada a su lado le preguntó si el que estaba cantando era su novio o si había algo entre ellos.

Cuando la canción terminó todos aplaudieron como sorprendidos de la presencia de Marcos y se preguntaban entre ellos quien era chico que le había dedicado esa canción de amor tan directa.

Los mariachis cantaron un par de canciones más, hicieron que ella baile con su padre un jarabe tapatío y luego de eso se despidieron. Todo el mundo los aplaudió mientras salían.

    Los amigos salieron con ellos para agradecerles por sus servicios y para pagarles la otra mitad de lo acordado. Los músicos se despidieron de los chicos. Cargaron sus instrumentos en su gran vehículo y luego uno a uno fue subiendo en él, hasta que ya listos para partir les levantaron las manos diciéndoles adiós desde las ventanas mientras el auto avanzaba.

Cristal y Marcos se quedaron unos segundos en la entrada de la casa y luego caminaron hacia el interior. Pero solo pudieron dar unos pasos cuando Analí se acercó a ellos, jaló a Marcos a un lado y con una cara de molesta le dijo que como le había hecho eso delante de su familia y amigos. Primero que habían llevado mariachis a la casa de su tía sin pedir permiso, que habían interrumpido el discurso de su tío porque los mariachis ingresaron justo cuando él estaba hablando, pero lo peor de todo es como se había atrevido a cantarle esa canción de amor delante de todos sabiendo que legalmente ella aún seguía casada pues todavía no había salido la resolución final de divorcio. Había tenido a todo el mundo detrás, interrogándole por ese chico que le dedicó esa canción. Él apenas pudo hablar porque cada vez que iba a decir algo ella lo interrumpía con otro reclamo o repitiendo los mismos reclamos que ya le había dicho segundos antes. Estaba ofuscada por esa situación. Él sólo atinó a pedirle disculpas, que lo único que quería era darle una linda sorpresa, que su familia sabía de los mariachis, es más ellos fueron cómplices en esa sorpresa, y que finalmente él no tenía la más mínima idea de que lo iban a llamar a cantar y menos que iba a ser esa canción. Le volvió a pedir disculpas. Ella no respondió a sus disculpas y sólo le dijo que tenía que regresar con sus invitados. Llamó a Cristal y se fueron hacia las mesas que la llamaban para tomarse fotos. 

Marcos se quedó allí parado, inmóvil, casi petrificado en la semioscuridad de la sala de la casa con una cierta amargura inundándole el alma. Se puso a mirarla desde la puerta de la sala. Se la veía tan feliz disfrutando con su gente. A él le entró una cierta nostalgia de los momentos que pasaron juntos. Luego de un par de minutos en medio de la soledad, decidió volver a la fiesta, se acercó a Cristal y otros chicos que estaban sentados en una mesa llena de tragos y se dispuso a tomar una copa de vino. Cogió una copa grande que estaba a su lado, se sirvió hasta la mitad, le preguntó a Cristal si quería un poco, ella le dijo Solo un poquito, él le sirvió y le dijo Salud a su amiga.

Analí se acercó a su mesa a tomarse fotos, se ubicó lejos de él, ni siquiera lo miró cuando paso a su lado y luego prosiguió a las demás mesas. Él conversó un poco con Cristal, le preguntó que había hecho mal, porqué ella se había molestado tanto con él cuando solo quiso darle una linda sorpresa, que eso lo había hecho con todo el amor del mundo y ahora se sentía decepcionado porque las cosas no habían salido como él hubiera querido. Ella le dijo No te preocupes amigo, ya se le pasará y todo va a volver a estar como antes. Seguro que se sintió mal por la canción que le dedicaste. Cristal, porqué me hicieron cantar esa canción, le preguntó él. Tú se lo pediste, agregó. No amigo, lo que si hice fue contarle un poco de ustedes, pero le dije que en la reunión se diría que esa era una sorpresa de sus amigos. Parece que el muchacho se tomó algunas atribuciones, quizás con la mejor intención, pero terminó malográndolo todo. Pero amigo, tranquilo, ya se le pasará, yo hablaré después con ella.

Él se quedó un rato más en la fiesta. La gente empezó a bailar. Todos se divertían a lo grande. En un momento, él se acercó a ella para invitarla a bailar la pieza que empezaba a sonar. Ella sólo lo miró fríamente y le dijo, No, ahora no Marcos y se fue de su lado. Él se quedó un segundo parado en medio de la pista de baile rodeado de las parejas que ya habían empezado a danzar esa salsa alegre que sonaba en los grandes parlantes que rodeaban el jardín trasero de esa casa. Marcos se sintió mal ante ese desaire y miró de lejos a Cristal, su amiga estaba distraída conversando con otras personas. Él dio unos pasos acercándose hacia ella. Ella volteó a verlo y él le dijo Ya me voy, no me siento bien estando acá, parece que le incomoda mi presencia así que será mejor que me vaya. Espero que luego pueda hablar con ella, agregó. Cuídate, amiga, nos vemos en estos días, le dijo como ya despidiéndose con un tono de triste resignación. Se acercó a Cristal. Ella se levantó, le dio un beso en la mejilla y le dijo Cuídate amigo. Tranquilo, yo hablo con ella. Caminó como un sonámbulo triste en medio de toda la gente que se divertía alrededor de él, y así con un caminar lento y apesadumbrado salió de la casa.

Durante todo el día se la pasó dando vueltas en su habitación tratando de entender toda la situación de la noche anterior, no sabía por qué se había molestado tanto con él. Se reprochaba así mismo no haber hecho las cosas de otra manera. Por momentos hasta se arrepentía de haber vuelto a verla. Miró su celular sobre la vieja cómoda de madera al lado de la ventana. Se acercó a él, lo miró con duda y temor por un segundo. Lo tomó en sus manos. El corazón empezó a latirle tan rápido que parecía que quería correrse de ese instante y fugar a la nada. Finalmente empezó a escribirle. Ella le dijo que no podían hablar ese día ni los próximos cuatro días porque estaría de viaje de trabajo. Le comentó que ese día estaría en el mismo lugar que se encontraron la vez anterior, y luego iría a otras ciudades más al sur del país. Marcos le dijo que necesitaba hablar algo importante con ella, pero que tenía que ser en persona y que no podía esperar tantos días. La angustia por saber lo que pasaba por su mente lo estaba matando de a pocos. Quería saber si aún lo quería. La conversación se terminó. Ella le dijo que ya no le escriba, que iba estar muy ocupada esos días y que no iba poder responderle. Se despidió fríamente con un Nos vemos cuando regrese.

Marcos volvió a caminar en círculos por su habitación arrancándose de a poco los pelos de la cabeza. De pronto se detuvo, buscó algo de ropa, la puso en su mochila y salió corriendo.

Luego de dos horas de viaje llegó a su destino. Caminó apresurado entre el tráfico de la ciudad que a esa hora se había vuelto algo caótico, y casi sin darse cuenta llegó a la puerta del hotel donde ella se hospedaba. Se acercó al recepcionista, lo saludó amablemente mientras buscaba la billetera en su bolsillo. Pidió una habitación por una noche y luego le preguntó al muchacho si allí se estaba hospedando Analí Rosas. El recepcionista conocía a la mujer por quién él preguntaba. La había visto llegar tantas veces a hospedarse en el hotel que hasta se habían vuelto amigos. Él sin pensarlo un segundo le dijo Si, ella está aquí. Marcos le agradeció la información, le dio unos billetes de propina y se dirigió a su habitación. Estuvo allí toda la tarde. Durmió un ratito y luego despertó alarmado de que no le había dicho que estaba en la ciudad. Le escribió un mensaje, ella le respondió algo molesta preguntándole porqué le hacía eso, pero al final le dijo que se podían reunir a las cinco de la tarde en la plaza principal.

Esa tarde caminó por un largo rato por la plaza mirando cada detalle de ella. Observaba sus palmeras altas dando un poco de sombra a los transeúntes mientras el sol iba cayendo hacia el horizonte. Caminó entre las palomas que merodeaban por en medio de la plaza. En un momento él corrió entre ellas haciendo que la bandada levantara vuelo. Estuvieron algo alborotadas por un par de segundos, pero finalmente volvieron al piso a picotear por el mismo lugar donde habían estado. Se paró en medio de la plaza, miró el reloj alto de la iglesia principal y se dio cuenta que era la hora en que habían quedado en encontrarse. Miró hacia las cuatro esquinas de la plaza tratando de verla llegar, pero no la pudo divisar. Siguió así por varios minutos, con una espera angustiosa carcomiéndole las entrañas, hasta que de pronto la vio aparecer. Estaba bella como siempre. Vestía un elegante conjunto azul que acentuaba sus delicadas curvas. Cargaba en la mano derecha su maleta de trabajo y llevaba consigo un cansancio desapacible que le inundaba el rostro.

Se saludaron con un beso en la mejilla. Ella se sentó en una banca cercana y comenzaron a conversar. Tenía ese mismo gesto de molestia entre las cejas que le había visto en la fiesta. Le reclamó porque había ido a verla hasta allí sabiendo que estaba trabajando. Él le dijo que para él era urgente e importante que conversaran. Cómo se te ocurre preguntar por mí en la recepción, le dijo ella con tono frío y enfadado. Me vas a traer problemas con la compañía, acá siempre vienen los jefes y la gente habla. Espero no meterme en problemas por tu desatino de andar preguntando por mí, agregó. Él pidió disculpas por eso, mientras por dentro se sentía mal por haberla puesto en esa situación. Ella le volvió a reclamar por los mariachis, por la canción, por la interrupción a sus familiares. Él con toda la calma y el amor del mundo trataba de explicarle todo nuevamente, pero parecía que ella no quería oír más explicaciones.

El día empezaba a irse y una sombra gris surgía en el firmamento cubriendo poco a poco la ciudad. En un momento lo interrumpió y le preguntó qué era lo que quería hablar con ella. Él tomó un respiro profundo, subió el cierre de su casaca para evitar la brisa fresca que empezaba a soplar en la plaza. Trató de calmar su alma y ordenar sus ideas, la miró a los ojos con profundo cariño y sacando todo el coraje que pudo recoger en un suspiro le dijo que la amaba, que desde el primer beso que se dieron se había dado cuenta que ella era la mujer con quien quería pasar el resto de su vida. Lejos de ella él era infeliz, ya nada le importaba más que amarla y darle toda la felicidad que se merecía. Le dijo que había vuelto por ella para poder decidir que podían hacer para que ese amor sea posible. Ella lo miraba sin inmutarse, con una expresión gélida en su rostro moreno. 

Un pequeño silencio frío se coló entre los dos y luego ella empezó a hablar. Yo no te pedí que volvieras por mí, le dijo muy seria. No quiero estar con nadie en este momento, agregó relajando un poco su expresión rígida. He pasado por muchas cosas últimamente que lo único que quiero es estar tranquila y disfrutar mi libertad. Lo que pasó entre nosotros fue algo bello, no lo voy a negar, dijo mientras su tono de voz se volvía más amable. Me hizo sentir amada y me devolvió las ganas de seguir adelante con más fuerza que antes. Pero eso fue sólo un amor pasajero, que para mí terminó el día que te fuiste. Ya no quería más llantos y sufrimiento en mi vida. Me tocaba el tiempo de ser feliz y si entraba en una relación contigo las cosas se pondrían difíciles por la distancia, porque alguno de los dos tendría que abandonar sus sueños para estar con el otro, y no creo que eso sea justo. Para mí eso que pasó entre nosotros sólo es y será un bonito recuerdo y nada más. Así que por favor ya no me busques, podemos seguir siendo amigos, pero nada más. Quiero estar sola. Puedes respetar eso, le preguntó firmemente. 

Él la miraba con amor pero con el alma herida mientras la escuchaba hablar. Sabía que la amaba y pensaba que finalmente había encontrado el amor de su vida. Pero en ese instante, mientras ella le decía todo eso, su corazón se destrozaba, sus ojos se empapaban de tristeza y sus sueños se esfumaban dolorosamente. En ese momento quería abrazarla, darle un beso tierno para que despierte ese sentimiento que en algún momento sintió por él, pero sabía que ya no podía hacer nada. Que sus sueños con ella se habían roto para siempre. Así que pensó por un segundo lo que le iba a decir, miró al cielo como queriendo obtener alguna inspiración de la Luna menguante que adornaba el firmamento casi oscuro y finalmente se puso a hablar, Pensé que este amor era de verdad, al menos yo lo sentí así, pero parece que para ti no lo fue. Si ya no quieres nada conmigo entonces respetare eso. No tengo otra alternativa. Así que si esto se terminó y ya no hay nada que se pueda hacer entonces sólo me queda decirte Gracias. Gracias por haberme hecho soñar con el amor, aunque no logre tener el tuyo al menos fue lindo tenerte en ese sueño. Gracias por dejar que te ame. Por permitir que mi corazón se enamorara perdidamente de ti y que hiciera las locuras que hice por estar a tu lado. Gracias por haberme dado unos días hermosos, unos días mágicos que nunca olvidaré. Esos días los puedo calificar como entre los mejores días de mí vida. Gracias por los besos compartidos, por el cariño transmitido en ellos y por dejar que mis labios puedan expresarte delicadamente lo que mi corazón sentía en cada latir. Gracias por darme la ilusión de un amor para siempre, que, aunque no se logró, hiciste que mi corazón amara tan inmensamente que podría haber recorrido el mundo mil veces por ti. Gracias por llamarme alguna vez Amor, porque con eso me hiciste sentir vivo, me hiciste sentir amado, me hiciste sentir que la vida tenía sentido. Gracias por las largas noches de conversaciones, por la compañía nocturna, por tu sonrisa en la web, porque me enseñaste que la vida puede tener un nuevo brillo tan solo con una sonrisa. Gracias por darme estos minutos a tu lado, para por lo menos poder decirte Adiós amor y desahogar todos los sentimientos guardados en mi corazón. Gracias por permitirme decirte por última vez: TE AMO, porque de verdad te amo, te amo con toda el alma, dijo poniendo todo su corazón en esas últimas palabras y luego con una cara llena de resignación y tristeza le dijo Está bien, respetaré tu decisión. Espero que sigamos siendo amigos, agregó mientras tomaba su mano la que ella alejó suavemente de su alcance. 

Le volvió a pedir disculpas por todo, le deseo que todo le vaya bien en la vida y le dijo que podía contar con él para lo que sea, que él siempre iba a estar allí para ella.

Analí con el rostro ya más sereno y tratando de mantenerse lo más seria posible, le dijo Gracias por entender, espero que a ti también te vaya bien. Eres una gran persona y un mejor amigo. Luego se dispuso a recoger sus cosas de la banca y se puso lentamente de pie. Cuídate mucho, Marcos, agregó mirándolo con un halo de tristeza queriendo brotar en su rostro, luego dio media vuelta y se fue caminando bajo las farolas viejas de la plaza. Él la miró mientras se alejaba y mientras desaparecía de su vista una lágrima rodó humedeciendo su mejilla.

Se quedó un rato más por allí, estuvo dando vueltas por la plaza sin darse cuenta de que la noche avanzaba. En un momento se escabulló por una calle oscura y terminó en un bar cerca al centro de la ciudad. Allí se sentó solo, cargando sus penas y sus recuerdos. Pidió un par de tequilas que se bebió de un sólo trago y volvió a pedir otros más. Por ratos se reía solo, pensando en todo lo que había hecho por ella. Sentía como si hubiera perdido la mitad de su alma y que su vida estaba incompleta. Sólo los buenos momentos a su lado lo mantenían sin quebrarse. Volvió a su habitación sin saber cómo. Había querido que el alcohol fuera su medicina de amor. Pero no pudo curarle nada.

Ya en su cama se puso a observar el cielo oscuro a través de la ventana. Las nubes grises se iban alejando, dejando más oscuridad detrás de ellas. El sol aún estaba lejano. Aún le tomaría algunas horas antes de volver a renacer e iluminar su mundo. Mientras los minutos pasaban una ligera lluvia empezó a nacer. Él solo la observaba con el corazón afligido, sintiendo como su alma también se inundaba de triste lluvia de invierno.