La noche fría y
húmeda se iba colando por la ventana semiabierta del auto en marcha que
recorría las calles de la ciudad. Andrés al sentir como se le erizaba la piel, la
cerró automáticamente y encendió el aire acondicionado. Se miró un segundo en
el espejo retrovisor. Los años le habían pasado la factura a su cabello, la
herencia de su padre era ser calvo, y él a sus treinta y tres años ya estaba en
ése camino. Había salido de su oficina rumbo a La Molina, hacia el departamento
que pocos meses atrás había comprado. El otoño ya se iba y el invierno empezaba
a mostrar que ese año sería más frio que los anteriores.
— ¡Mierda!, como
fue que esa loca ubicó a Galia ¿¡De dónde sacó su teléfono!? …¡’Tamare! tengo que pensar en algo rápido
si no la quiero perder definitivamente…— Se dijo Andrés, muy molesto y
preocupado.
La aventura que un
par de semanas atrás había tenido con aquella chica que conoció en un pub
miraflorino lo había metido en problemas. Aquella noche, luego de unos tragos y
unos cuantos bailes, terminaron revolcándose en la habitación de un hotel
cercano. Pero la historia no término allí, Andrés la buscó un par de veces más.
Ella era una buena e insaciable amante, algo loca y con ideas extrañas en la
cama. Eso era algo que a Andrés la parecía muy exótico y atractivo. Aunque
luego del tercer encuentro ella empezó a mostrar su lado oscuro y posesivo. Le
dijo a Andrés que deje a su novia y que se quede con ella. Fue tan insistente
su pedido que Andrés tuvo miedo de que la situación se le saliera de las manos
y decidió alejarse de esa chica. Ya no la volvió a llamar, ni la busco más, y
cuando ella empezó a llamarlo insistentemente él cambio su número de celular.
Creyendo haberse liberado de esa complicada relación furtiva, él volvió a su
vida normal y cotidiana. Pero no paso mucho tiempo antes de saber nuevamente de
ella. De alguna manera aquella chica había averiguado el número de teléfono de
Galia, la novia de Andrés, y le había contado con detalles lo que había pasado
entre ellos dos. Le dio hasta el nombre de los hoteles y el número de
habitación donde habían estado para que ella compruebe que era cierto lo que le
decía. Así fue como estalló la bomba en esa relación. Y por más que él lo negó
todo, Galia terminó con él luego de un escándalo que le hizo en medio de su
oficina.
Mientras manejaba
su moderno auto, Andrés cavilaba sobre su complicada situación tratando de
encontrar alguna forma de salir de ella lo mejor posible. No podía manchar su
reputación de buen chico que se había ganado entre la familia de Galia. Él
había trabajado mucho en mantener una imagen impecable todos esos años. Sabia
como mantener muy bien guardados sus amoríos fugaces y las escapadas que
algunas veces se daba con una u otra chica. Aún entre sus amigos y conocidos,
él siempre lucía como todo un caballero, de esos que no se podría pensar que
haría ninguna maldad a su novia, menos traicionarla.
— ¡’Tamare!, ¡Que problema son las mujeres! …Quizás
esto sea lo mejor, y me sirva para liberarme de una vez de Galia que sólo me
esta trayendo complicaciones y problemas
últimamente. Estando solo puedo estar mejor. Estando solo puedo tener la libertad
de conocer y salir con quien quiera sin que nadie este jodiéndome, ni
controlándome… — Pensaba Andrés, mientras manejaba entre las calles rotas de la
ciudad.
En esos días las calles
lucían como bombardeadas, como si en ellas hubiera habido una guerra. Huecos y
reparaciones inconclusas por todos lados. Arena y tierra inundando las pistas y
veredas. Esas calles que parecía que nadie quería arreglar. No era difícil
imaginar que los limeños ya se estaban acostumbrando a convivir en ellas. Era
algo que se estaba convirtiendo en parte del paisaje surrealista y cotidiano
para los habitantes de la capital.
— ¡Pziiiiiirrt! — Un pitazo de policía sonó
fuerte e hizo que Andrés se distrajera de sus pensamientos.
— ¡’Tamare! …¿Y ahora que quieren? — pensó
él, sin mostrar gran fastidio por la situación. Andrés detuvo su auto a unos
metros delante del vetusto auto policial y esperó con una expresión tranquila y
relajada.
— Buenas noches,
caballero, ¿Me permite sus documentos? — Un gordo y bigotudo policía, con voz
ronca se le había acercado por la ventana del conductor.
— Buenas noches,
jefe — respondió amablemente Andrés —…Claro, un momento, déjeme ver…— agregó
mientras se inclinaba a buscar en la guantera del auto. Cogió unos papeles y se
los entregó al policía.
— Este cojudo ya
se jodió conmigo, ni crea que le voy a dar un centavo. — Pensó Andrés.
El policía vio los
papeles, los chequeo uno por uno y luego le dijo en tono amable.
— Salga un momento
del auto, caballero —
Andrés obedeció la
orden, y salió muy tranquilamente. El policía caminó hasta la parte posterior
haciendo como que verificaba la placa, tomó nota de algo y luego le pidió que
le mostrara la maletera. Andrés lo hizo muy serenamente sin decir una palabra. El
policía hizo como que miraba cada rincón buscando algo, y luego agregó
—Ya gracias, puede
cerrarla. —
Andrés lo hizo, y
en seguida ambos caminaron nuevamente hacia el frente del auto.
— Dígame, ¿Tiene permiso
para andar con lunas polarizadas? —
— Mire jefe, estas
lunas no son polarizadas son oscuras, pero no polarizadas, así que no necesitan
permiso…— Estaba argumentando Andrés cuando el policía lo interrumpió.
— No caballero,
todas las lunas oscuras tienen que tener una autorización y si usted no lo
tiene va a tener que sacar el permiso. Pero yo no puedo dejar pasar esta
infracción. Espere un momento, voy a verificar unos datos — El policía se
acercó a su patrullero que estaba a pocos metros, y conversó unos segundos con
su compañero.
Andrés recostado
en el lado de la puerta del conductor. Lo esperaba impávido, mirando a la nada,
pensando —Ya sé cómo voy a joder a este gordo, que seguro quiere plata. —
Un par de minutos
después volvió el policía.
— Mire caballero,
ésta es una infracción grave y voy a tener que ponerle una papeleta. —
Andrés lo miró muy
tranquilo e hizo una sonrisa de medio lado. El policía esperaba que le dijera
algo, e se hizo como que iba a escribir en su talonario de papeletas y volvió a
mirarlo como invitándolo a hablar, pero Andrés no dijo una sola palabra. Entonces
el policía insistió.
— La papeleta es
de doscientos soles y va a tener que acompañarme a la comisaría. —
Andrés otra vez
con su sonrisa de medio lado le dijo,
—Está bien póngame
la papeleta, y usted me indica a donde tengo que acompañarlo. Suba jefe— Le
dijo Andrés mientras se subía de regreso a su auto.
El policía le hizo
una seña a su compañero que lo observaba desde el auto policial, y luego se subió
al asiento delantero, al lado de Andrés.
— ¿Por dónde es,
jefe? — le dijo Andrés muy tranquilo.
—Miré, yo no lo
quiero perjudicar porque esto le va a costar caro y va a tener que hacer
trámites… — le decía el policía.
— Lo sé jefe, lo
sé, sólo hágame la papeleta, y me indica por donde hay que ir— le dijo Andrés interrumpiéndolo
en tono amable.
—Miré, hablemos
como caballeros, porque veo que usted es todo un caballero, y…— Bajando un poco
la voz agregó —…Esto que quede entre nosotross, usted sabe que no tenemos
mucho presupuesto y tenemos que hacer recorrido toda la noche y a veces no nos
alcanza para el combustible, bueno si usted nos apoya con algo para la gasolina
podemos agradecerle dejándolo pasar sin problemas, pero eso sí, de todas
maneras tiene que sacar su permiso para usar lunas polarizadas.
Andrés volvió a
hacer su sonrisa de medio lado y le dijo,
— Y jefe, ¿a cuánto
equivale ese apoyo? —
—Bueno, con cien
soles nos puede ayudar mucho. — dijo el bigotudo policía en tono clandestino.
Otra vez la
sonrisa de medio lado apareció en el rostro de Andrés,
—Sabe jefe no
tengo plata en este momento, póngame la papeleta nomás— le dijo Andrés poniendo
cara de chico serio.
—Ya, está bien,
que sea cincuenta soles, para nuestras gaseosas aunque sea. La noche es larga y
mi compañero y yo necesitaremos tomar algo. —
Andrés miró
serenamente al policía,
—Mire jefe,… ¿Cuál
es su nombre? — le dijo, mirando el apellido grabado en su chaqueta.
—Castro— respondió
el policía al ver que ya le habían visto el apellido.
—Miré Castro, yo
soy fiscal de la Corte Suprema de Justicia y le cuento que toda la conversación
que hemos tenido la he grabado, así que yo tampoco quiero perjudicarlo... —Le
dijo mientras le señalaba su bolsillo, como si en el tuviera una grabadora.
—Pero doctor— dijo
el policía entre asustado y molesto - Yo le dije que esto quedaba entre
caballeros…
—Si Castro, y si
me dejas continuar mi camino, que tengo que ir a ver a mi madre que está muy
enferma, esto queda entre caballeros. —
—Está bien doctor,
lo dejamos ahí. Pero tiene que sacar su permiso porque sino va a tener
problemas— decía el policía mientras dejaba los documentos de Andrés en el
asiento e iba saliendo del auto.
—Gracias Castro, tendré
muy en cuenta su consejo— le dijo Andrés muy serio y respetuoso, mientras por
dentro se moría risa. Él era administrador de una compañía de autos y no tenía
nada que ver con el Poder Judicial.
Apenas el policía
hubo cerrado la puerta, Andrés encendió su coche y se internó nuevamente en la
avenida. Mientras avanzaba buscó el CD de Gianmarco, ese que Galia le había
regalado unos meses atrás y en el cual había una canción que a los dos les
gustaba cantar cuando iban juntos, La
media vuelta, la llamaba él, aunque en realidad tenía otro nombre. La
canción empezó a sonar con su melodía suave, trayéndole a la memoria los buenos
tiempos al lado de su novia.
Porque andas creyendo en otros
Esos que no quieren verme
A tu lado y sin razón de ser
Que andan diciendo mentiras
Para poder separarnos
Y arruinar este querer
La canción hizo
una pausa y Andrés observó por el retrovisor. Los policías habían quedado ya
muy atrás. Muy pocos autos se veían por la avenida, una muy ligera garúa empezaba
a empañar el parabrisas.
—…Tengo que pensar
en algo. Lo volveré a negar todo, le diré que son mentiras de alguna loca que
quiere separarnos. Tantas locas que hay en esta ciudad. Cuantas no quisieran
estar conmigo. Debo ser más convincente, como es posible que esta vez no me
crea. Carajo, Galia tendrá que confiar en mí, si no, tendré que jugar mi papel
de víctima por su desconfianza, eso ya me ha funcionado antes—pensaba Andrés
volviendo a su previa y solitaria conversación consigo mismo.
Gianmarco seguía cantando
y ahora sonaba el coro. Le subió el volumen al equipo mientras aceleraba más el
auto. Acompañó la canción con su voz, cantando fuerte…
Hasta que vuelvas conmigo
No daré la media vuelta
Hasta que tú te des cuenta
Que la vida doy contigo
Que también te equivocaste
El culpable es el cariño
— ¡Qué
carajo!, voy a verla ahora, en el camino se me ocurrirá algún buen argumento—
se dijo y dio media vuelta rumbó a San Isidro, iba a buscar a Galia.
La
infidelidad en la que había caído no podía malograr su imagen. Quería recuperar
a su novia más por orgullo que por amor. Debía mantener la buena reputación que
había tenido hasta entonces, para él una buena imagen era muy importante, aun
cuando tuviera que mentir y ocultar cosas para lograrlo. No estaba muy seguro
si la amaba, tenía muchas dudas de su amor hacia Galia. Pero si la relación debía
terminarse debería ser él quien dé el primer paso. No pasaba por su mente que
una chica terminara con él y menos por una situación como la que estaba
viviendo. Las ideas le revoloteaban la cabeza mientras seguía manejando.
— ¡Cojudo,
me la quiere hacer a mí! — pensó de pronto, escapándose de sus preocupaciones
de amores. Y seguidamente volvió a soltar su característica risa de medio lado,
pero esta vez más amplia.
— ¡Cojudo policía!,
con qué carajo lo iba a grabar si no tengo con qué… ¡Qué imbécil! — pensó
mientras miraba por el retrovisor y sonreía, y ésta vez su sonrisa de medio
lado se transformó en una gran carcajada.