10 octubre 2008

EN EL JARDÍN DE INFANCIA


Hoy empecé a leer “El arte de amar” de Erich Fromm, aún voy por la pagina diecinueve así que no he avanzado mucho, pero lo que si puedo decir es que algunas cosas he aprendido en estos treinta y un años de vida, aunque también muchos me podrían decir que no he avanzado mucho. Pero igual voy a escribirles algunas experiencias propias y ajenas en eso tan complicado que es el amor.
Recuerdo la primera vez que pensé que me había enamorado. De eso ya han pasado muchísimos años. Para empezar les contaré que a mí me enviaron al jardín de infancia cuando apenas podía caminar, debo haber tenido dos años cuando empecé a conocer como se movía el sistema escolar de ése entonces.  Es que mientras papá y mamá trabajaban, no había mejor sustituta que una buena profesora, sobre todo si era joven y bonita. Que aunque se diga lo contrario, un niño a esa edad ya distingue cuando una mujer es bella. Y vaya que lo recuerdo bien. Mi primera maestra de jardín, que en ése tiempo no había nido, ni guarderías, ni nada por el estilo, de frente jardín, se llamaba Maria Angélica y era la mujer más bella que había visto en mi vida, claro después de ella estaba mi madre, pues a esa edad el complejo de Edipo aún es un fuerte componente de nuestro yo. Siendo aún un infante, a quien tenían que cambiarle los pañales, mi instinto masculino ya estaba algo desarrollado y es que una linda mujer no se escapaba de mis miradas. Pero volviendo a María Angélica, era una joven, de piel blanca, figura delgada y regularmente proporcionada, cara angelical, sonrisa de dientes blancos, cabellera larga, negra y lacia, con esa mirada tan tierna que me clavaba y yo que me derretía observandola mientras me cambiaba el pañal. Pero ese amor al que podría decir que era casi maternal porque no pensaba en tirármele encima, ni nada por el estilo, sino que anhelaba con que siempre me mirara, me acariciara, o fuera su centro de atención, a ese amor no le duró mucho tiempo de existencia, pues por algún motivo que aún me pregunto porqué, fue sustituida. Y claro la que llegó en su reemplazo, a pesar que tenía su gracia y que me caía bien, no era de mi tipo. Así que como siempre tenía que tener a alguien en la mira, empecé a buscar algo más asequible para mí. Asi que de estar mirando a la mujer al lado del pizarrón me di vuelta y empecé a ver entre las niñas que me acompañaban en esa aventura educacional llamada jardín. Y vaya que descubrí muchas cosas en ese giro de mirada. Descubrí que a pesar que recién había cumplido tres años ya tenía mucha influencia adulta y no todo era bueno, y es que sin saber en ese entonces de que eso no era bien visto por la sociedad (sociedad a veces hipócrita, eso si), me había vuelto un discriminador. Casi detrás de mí se sentaba una niña de piel oscura, pero bien oscura, que me causaba un gran rechazo el sentirla cerca. Trataba de estar siempre lejos de ella. Sentía que si se me acercaba mucho iba a terminar de su color y eso era para mi un martirio. Yo de color oscuro, ¡nooo! Vaya sufrimiento durante esos años que tuve que tenerla como compañera de aula. Y no sólo era ella, también estaba aquella otra niña con vestido casi descolorido. Seguro que ese lo había sido heredado de alguna hermana mayor a quien ya no le quedaba o fue regalado de alguna alma caritativa que ya no lo usaba. Si esa niña, que andaba con aspecto algo descuidado y con un olor que algunos dirían a berrinche, pero yo creo que no llegaba a tanto, esa niña era quien siempre me miraba y quien quería siempre pegarse a mi. Era la niña de quien yo siempre me corría, y me volvía a correr porque siempre me seguía, y yo que trataba de mantenerme lo más lejos posible de ella, pero ella siempre lograba terminar cerca de mí. Y peor aún, pues la maestra al ver que siempre estábamos juntos, y no porque yo quería sino porque no me la podía despegar, nos ponía muchas veces como pareja para los bailes o los juegos que se hacían en nuestra aula amarilla. Es que algunas personas son así. Tú que quieres alejarte y ella (o él) que no te quiere dejar, pero claro un adulto conversa y los adultos pueden entender que alguien no quiere estar contigo. ¡Pamplinas! eso no siempre sucede, acaso no han sufrido alguna vez el acoso de alguien a quien le han dicho que no lo quieren pero este que sigue y sigue insistiendo, y uno ya sin saber que hacer para sacársela(o) de encima a pesar de haberle dicho mil y una vez que no, que no la quieres y ella (o él para las chicas) pensando que tiene que haber alguna estratégia para que caigas, y se inventan mil maneras para conquistarte, o para tenerte cerca. Es que a pesar que no pasa siempre, estas cosas pasan.
Pero no olvidemos a la niña pegajosa y mal vestida. Claro lo peor de la situación no era que se me pegaba, no, lo peor era que a mí me gustaba otra niña, una delgada, blanquita, de nariz pequeña, de cabello negro, lleno de ondas que me encantaban, pero lo que me quitaba el sueño eran sus enormes y vivaces ojos. Aquí si era yo quien estaba tras ella. Claro más disimuladamente y con mucha cautela, pues no quería que creyera que me moría por ella, aunque no le quitaba los ojos de encima cuando no me miraba, y si pues, muchas veces me chapó mirándola y ella tan linda me sonreía, y así yo sabia que también le gustaba, o al menos eso creía en mi pequeña mente infantil. De esa manera transcurrieron mis años en el jardín, siempre mirando a la niña de los ojos grandes, corriéndome de la niña pegajosa y de vestido descolorido y alejándome lo más posible de la niña de piel oscura, muy oscura. Mi mente no es tan buena para recordar muchos más detalles, y es que han pasado tantos años, y tantas cosas, y tantas mujeres por mi vida. Pero lo que si recuerdo es que en una ocasión, quizás ya tendría cuatro o cinco años, la maestra me sacó a bailar con la niña de ojos grandes y yo estaba feliz por eso, cuando de pronto sentí que la niña que siempre me seguía me había tomado de un brazo y quería que baile con ella, y yo aún asustado por ese jalón, que vuelvo a sentir que del otro brazo la niña de los ojos grandes me jalaba. Empecé a sentir como era jaloneado y jaloneado por las dos niñas que se peleaban porque sea su pareja. Esos segundos fueron tan largos para mí. Mi cara estaba tan, tan roja, y yo sin saber a donde ir, hasta que la profesora trató de poner orden. Suéltenlo por favor niñas, suéltenlo por favor, y ellas que me jaloneaban y me jaloneaban, hasta que algo debió decirles la maestra que por fin me soltaron. Luego la profesora dijo que no bailaría con ninguna de las dos y me buscó una nueva pareja. Al final mi martirio fue más grande que estar siendo jaloneado por las dos niñas y es que la pareja que me consiguió la profesora era la niña de piel oscura, muy oscura.
Hoy pienso cómo es que un niño pudo haber discriminado de esa manera, y no lo sé, quizás alguna de mis amigas psicólogas me pueda dar alguna respuesta.
De todos los niños del jardín a casi nadie volví a ver de nuevo en la vida, salvo una o dos personas. En cuanto a la niña de los ojos grandes, muchos años más tarde la volví a encontrar, pero eso será motivo de otra publicación.

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