31 octubre 2008

JUEGOS DE INFANCIA

Muchas veces nos ha ocurrido que cuando somos niños la primera vez que nos enamoramos lo hacemos de la persona más cercana o que pasa más tiempo con nosotros y en la infancia con quien compartimos más tiempo suele ser con los amigos.
En el barrio de mi casa, en aquella epoca de transicion de los setenta a los ochenta, que también era una época de transición y cambios en el mundo, habia un grupo grande de niños que soliamos salir a la calle a jugar en las noches de fin de semana. Eramos un grupo grande aunque muy variable, pues no siempre a todos nos daban permiso para salir. Influía mucho el cómo nos habíamos portado en la semana o si no teníamos tareas o exámenes los siguientes días.
La televisión era aún de blanco y negro en aquella época, recuerdo que en mi casa teníamos una tele grande que estaba dentro de una gran caja de madera, con pantalla abombada, unas perillas para dar volumen, otra para el brillo, otra para el contraste y una perilla más grande que al girarla podíamos encontrar los canales de televisión, los poco que en esa época habían y que no hacia mucho habian dejado de estar en manos del gobierno del General Velasco y pasaron a sus dueños volviendo con ello la democracia. Tan inestable como siempre ha sido ésta en mi patria. Pero la televisión no nos podía entretener en las noches, pues no existía cable donde pudiéramos ver Discovery Kids, Jetix, ni Nickelodeon, y tampoco habían llegado los videojuegos en consola, no en ese tiempo de cuando tenía cinco años. Y así en ese contexto nosotros salíamos a las calles, cuando aún no había toque de queda, ni atentados terroristas en nuestra zona lo que años más tarde nos hacian estar temprano en casa, muchas veces a oscuras y con el temor de escuchar otro coche bomba más, pero esas fueron épocas posteriores. Aunque de lo que sí sufría mi ciudad era de constantes apagones, pues un gran y viejo generador a petróleo era quien nos proveía la energía eléctrica y en algunas ocasiones o se malograba, o no había combustible, o algo pasaba que nos quedábamos la noche en vela, aunque ése era también motivo para salir a la calle y encontrarse con los amigos, y cuando los focos de los postes se volvían a prender e iluminaban de nuevo la ciudad todos los niños en coro y saltando de alegría gritábamos: ¡La luz!, ¡La luz!, ¡La luz!.
El punto de reunión del grupo de niños de mi barrio era la vereda, frente a alguna de nuestras casas, y alli sentados los grandes contaban historias de terror para asustar a los más pequeñines, o conversaban de los dibujos que les gustaba ver. Cuando ya se aburrian de estar sentados, que era muy rápido, empezaban los juegos, Hay que jugar a “la lleva”, decíamos, que era el clásico “chapaditas”, donde uno de los niños era designado al azar o mediante el yan-quen-po a ser el primero en corretear al resto de niños que no debían dejar que los alcance, pero si alcanzaba a alguno, éste tomaba su lugar, Tú la llevas, le decía el que lo había alcanzado mientras se corría para que el nuevo perseguidor no lo atrape, y así se hacía un alboroto de gritos en el vecindario, con niños correteando por todos lados y algunos escondiendose entre los autos estacionados por allí. Muchos padres salian a la puerta de las casas, sacaban sus sillas y se sentaban a ver como jugaban sus niños mientras ellos conversaban cosas de mayores. Las escondidas, ahora juguemos las escondidas, decian luego algunos ya habiéndose cansado del correteo, Está bien, pero ¿quién cuenta?, preguntaban otros, y a veces el más chiquitín era la primera victima, o si no otra vez el famoso yan-quen-pó, o el de-tin-marín, o el fu-man-chú, todos eran validos, y así salía el elegido salvo que algún voluntario se ofreciera. Y el niño que ahora tenía que buscar a sus demás amiguitos se paraba recostado y con la cara tapada por los brazos en alguno de los postes de la calle y empezaba a contar, uno, dos, tres..., hasta el número que habían acordado o sino se hacia el método de: “El profesor Jirafales borró la pizarra con un dedito”, donde uno de los niños le pasaba los dedos por la espalda, al son de la canción, al niño que le tocaba contar para finalmente hincarle con un dedo y éste tenia que adivinar con cual lo había hincado y por cada dedo que se equivocaba eran diez números más que contar. Y los niños otra vez salían disparados por todos lados buscando lugar dentro de la cuadra donde esconderse, detrás de los carros, en las entradas de algunas casas, detrás de las sillas de sus padres o de algunos vecinos, etc, cada quien buscaba su espacio, y algunos se peleban por estar en un mismo lugar. Y es que nadie queria que le digan "ampay, fulanito" dando una palmada en el lugar donde se habia hecho el conteo, pues con eso uno ya estaba fuera del juego.
No recuerdo que en ese tiempo me gustara alguien en especial pero lo que si recuerdo es que yo le gustaba a una niña, aunque creo que a más de una, pero uno a esa edad nunca sabe, pues ahí cabe muy bien la frase “son cosas de niños”. Una vez me sentí casi ultrajado por una niña cuando jugábamos a las escondidas. Ya algunas veces en los juegos yo era a quien cogía de punto, en las chapaditas cuando ella “la llevaba” era a mí a quien buscaba con la mirada y una vez ubicado me perseguía hasta alcanzarme olvidandose del resto y ella era feliz haciéndolo y yo que me sentía tan incomodo con sus persecuciones obsesivas. Pero volviendo a las escondidas, aquella vez yo corrí a esconderme, estaba buscando algún lugar cuando de pronto, de la entrada de una casa, siento que alguien me jala con fuerza, era esa niña, y casi sin darme cuenta, en un segundo estaba metido en ese rincón, estabamos apretados y ella que me abrazaba diciéndome, No dejes que nos encuentren, mientras más me arrinconaba contra la pared, felizmente el niño a quien le tocaba "ampayar" a los demás no tomó mucho tiempo en encontrarnos y yo que salí corriendo para poder llegar al poste donde debía decir "ampay, me salvo" y “salvarme” del juego y del acoso de la niña por lo menos esa noche. Y vaya que otras veces más pase por esos trances aunque creo que si ella me hubiera gustado no hubiera sufrido tanto y hubiera disfrutado sus persecuciones, o quizas yo hubiera sido el perseguidor. Yo espero nunca haberme portado como esa niña, aunque qué cosas no he hecho, y es que el amor a veces nos hace hacer cada tonteria que luego de pasado un tiempo decimos, Que estúpido fui, Por qué hice eso, pero así es la vida, así aprendemos, así vamos creciendo, así vamos madurando, y aún de grandes volvemos a cometer cosas de las que luego nos reímos o nos avergonzamos, y es que así también es el amor.

1 comentario:

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